Podrían haberlo dicho más alto, pero no más claro: los fiscales del prusés se oponen al indulto para los conjurados que cumplen su justa pena de privación de libertad en presidios catalanes. Con haber salido de Soto del Real ya pueden darse con un canto en los dientes. Los jueces, de paso, han aprovechado para recordarnos que la justicia debería ser una cosa y los posibles tejemanejes políticos del gobierno, otra, y se intuye que reprobable. Ya sabemos que Sánchez se pasará por el arco de triunfo las reflexiones de estos leguleyos y que va a seguir con su plan del indulto, motivado por su desmesurado amor al sillón y su necesidad de congraciarse con los lazis que le han aprobado los presupuestos generales del estado, pero lo único que conseguirá, aunque le traiga sin cuidado, es demostrar de nuevo que va a su bola y el que venga atrás que arree, lo cual no nos cogerá de nuevas porque ya sabemos que lo único que ha desarrollado este hombre a lo largo de su carrera es una jeta de cemento armado para la que se ha inventado el eufemismo de resiliencia.

Eso sí, a tenor de lo que han dicho los fiscales, resultan aún más ridículas las discusiones lazis sobre si lo que se impone es el indulto o la amnistía, dado que ninguna de ambas opciones está sobre la mesa. Casi todo el discurso independentista consiste en eso que los ingleses denominan wishful thinking, pero hasta las ilusiones tienen un límite cuando la realidad no está dispuesta a ceder en lo más mínimo. La libertad a la carta a la que aspiran los presos es ahora más imposible que nunca, aunque Sánchez y el del moño muevan Roma con Santiago para quedar bien con ellos y sus fans. Si finalmente se produce ese indulto, la sensación generalizada entre la ciudadanía será la de una nueva cacicada motivada por el oportunismo político y el culto al corto plazo. Motivos de una cierta lógica para el indulto no hay: no se aprecia el más mínimo arrepentimiento entre los presidiarios --de ahí que esos iluminados, orgullosos de habérsenos pasado por el forro a más de la mitad de los catalanes, exijan la amnistía porque lo suyo, según ellos, no tiene nada de delictivo--, algunos insisten en que volverán a hacer lo mismo en cuanto se les presente la más mínima ocasión y todos consideran que lo que hicieron está muy bien y les hace acreedores a un monumento en sus respectivos pueblos.

Evidentemente, las conclusiones de los fiscales servirán para una nueva ración de victimismo lazi y para seguir hablando de venganza y represión contra Cataluña, comunidad que, al parecer, se reduce a los estelados y los demás no formamos parte de ella. Si un preso no solicita el indulto --porque no cree haber hecho nada punible y porque considera que la amnistía es más adecuada para gente como él--, no se arrepiente de sus desmanes y amenaza con repetirlos y se niega a entender la gravedad de lo que hizo, la más elemental prudencia aconseja mantenerlo entre rejas hasta que cumpla la parte de su condena que le permita aspirar a salir a la calle de vez en cuando. Si a cumplir la ley hay quien prefiere llamarlo venganza, allá él. Y si se quiere orquestar una maniobra parlamentaria para enviar a Madrid una solicitud de amnistía, adelante con los faroles, a nadie nos sorprende: hace años que en el parlamento catalán lo único que se hace es gimotear, fomentar el odio al vecino, tirar el dinero del contribuyente y perder el tiempo en asuntos que no llevan a ninguna parte. Y todo parece indicar que, sea cual sea el resultado de las próximas elecciones regionales, seguiremos exactamente en las mismas. Debe ser que nos gusta.