La presencia de Laura Borràs --también conocida como la geganta del pi, nada que ver con la de Baudelaire-- en una manifestación a favor de los detenidos por sospechas de estar preparando atentados (els terroristes seran sempre nostres) ha causado una gran impresión por el peculiar look de oprimida que lucía la susodicha gracias a un oneroso bolso de Giorgio Armani. Ya la habíamos visto posando feliz junto a su haiga --un Jaguar, si no recuerdo mal--, así que lo del bolso nos confirma que estamos ante una mujer convencida de que lo cortés no quita lo valiente. Ella se apunta a las manifestaciones contra las cloacas del Estado, claro que sí, pero con estilo: para ir de trapillo ya están Eulàlia Reguant y Fredi Bentanachs (por cierto, Eli tiene unas gafas nuevas que son la bomba: las patillas son distintas y una va enganchada al cristal por la parte de arriba y la otra por la de abajo, algo que no habíamos visto ni en los mejores tiempos de Rappel). A la mani, sí, pero de Armani. Menos mal que la parroquia procesista lo aguanta todo --esta nueva religión, como las de toda la vida, se basa en la fe--, ya que lo normal sería que alguien le metiera la cabeza dentro del bolso y procediese a estrangularla con la cremallera a los gritos de ¡Toma opresión, vacaburra!
A su colega Elsa Artadi, la del plumón de mil euros, también se lo toleran todo. Daba gusto verla pegar grititos el otro día ante el cuartel de la Guardia Civil. Y es que las revoluciones burguesas son un chollo, pues te permiten mantener el tronío mientras lanzas proclamas revolucionarias (no como el pobre Iglesias, que antes de meter la pata con la mansión de Galapagar, se compraba en Alcampo la ropa churrosa que lucía). En el caso que nos ocupa, además, el bolso de Armani y el plumón de mil euros provocan la empatía entre los procesistas, que también gastan ropa y complementos de postín y piensan que las chicas de la CUP son un poco dejadas. La revolución al alcance del cochino burgués es la gran aportación innovadora de nuestros separatistas a la historia mundial de la insurrección. En esa revolución no hacen falta las barricadas, con lo sucias que son, ni cruzarse con gente ordinaria que igual te sopla el bolso de Armani o el plumón de mil euros. Con dar unas voces de vez en cuando, vas que chutas.
También tienes la posibilidad de practicar el exilio esporádico, como Jami Matamala, mayordomo y pagafantas de Puigdemont que va y viene del exilio con la tranquilidad que da saber que nadie te persigue. Ahora que se ha quedado sin su escaño de senador español, Jami se vuelve a Waterloo con la excusa de que aquí igual lo detienen las fuerzas opresoras. Será bien recibido, pero yo de él me iría arremangando, porque debe haber mucho suelo que fregar, mucho polvo que barrer y muchos platos que lavar. Por no hablar de los papeos que se va a tener que pagar a partir de ahora, pues Puchi debe estar harto de sacar la cartera. Todos le agradeceríamos, eso sí, que se dejara de pamemas sobre su detención y reconociera que se va a Bélgica para irse de farra con su amigo del alma y demás compañeros mártires, dejando a su hija en Gerona para que le ladre a mi amigo Albert Soler cada vez que se lo cruce. Ya sé que parece inconcebible que alguien pueda encontrar estimulante la compañía de muermos como Puchi, Comín o Puig i Gordi, pero en este mundo tiene que haber de todo.
Lo más admirable de Jami es la habilidad con que ha convencido a su familia de que se va por obligación patriótica y no para perderlos de vista a todos. Otros tienen que inventarse cenas de exalumnos o excursiones de pesca para darle esquinazo un rato a la parienta, mientras que Jami ha conseguido volver a una dulce y despreocupada adolescencia de una manera ejemplar. Sí, le toca pagar las consumiciones de todos los gorrones republicanos, pero en Disneylandia también te cobran entrada y, si eres como Jami, no te lo pasas ni la mitad de bien.