Nuevo escándalo en el inframundo lazi y en el movimiento okupa: se ha descubierto a un policía español que se ha tirado tres años metiendo la nariz en asuntos alternativos en cumplimiento del deber, ya que el Estado está obligado a vigilar de cerca a aquellos que le pueden salir por peteneras en el momento menos pensado. No es el primer madero desenmascarado. Hubo otro antes, del que el nuevo heredó los apellidos falsos, Hernández Pons, sin que ello llamara la atención de okupas, indepes, antifascistas o activistas de todo tipo, lo cual demuestra que en esos ambientes no son muy rigurosos a la hora de comprobar las credenciales de sus nuevos reclutas (aunque eso ocurre a todos los niveles: recordemos que, años ha, a nadie del PSOE se le ocurrió chequear los supuestos títulos universitarios de Luis Roldán, el mangante que se metía en el bolsillo el dinero destinado a las viudas de guardias civiles asesinados por ETA). El caso es que, finalmente, lo pillaron y ahora están que trinan, tras haberse enterado de la engañifa gracias al digital La Directa, que se ha marcado un scoop modesto, pero que demuestra, por lo menos, que ahí hay alguien al que le suena tan raro como a mí que no se investigue a un infiltrado que tiene los mismos apellidos que el infiltrado anterior.

El independentismo en pleno se ha indignado como suele y exige al ministro Marlaska que vaya al Congreso a dar explicaciones. Se ha sumado a la moción, como era de prever, Jaume Asens, abogado en su día de aquel okupa ejemplar que fue Rodrigo Lanza, el chileno que dejó parapléjico de un macetazo a un guardia urbano barcelonés y que luego asesinó a un señor en Zaragoza porque no le gustaban sus tirantes con los colores de la bandera española. Desde luego, si yo fuera Marlaska, no me presentaría en el Congreso por semejante chorrada. A lo sumo, emitiría un comunicado diciendo que las fuerzas del orden están obligadas a investigar por cualquier método a las fuerzas de la subversión, por torpes e inútiles que sean, y que eso incluye la figura del undercover cop, para el que, ya puestos, pediría una condecoración como premio por sus desvelos y sacrificios a favor de la ley y el orden.

La vida del infiltrado no resulta especialmente envidiable y puede suscitar en este un síndrome de Estocolmo que le lleve a simpatizar con el enemigo. Lo hemos visto en las películas y algunos aún nos acordamos del caso de Patty Hearst, nieta del hombre en que se basó Orson Welles para rodar Ciudadano Kane, el magnate de la prensa William Randolph Hearst, quien fue secuestrada en 1974 por una pandilla de iluminados que atendían por el Ejército Simbiótico de Liberación y se tiró un tiempo colaborando en sus atracos a bancos y demás actividades antisistema (luego se le pasó la tontería y si os he visto no me acuerdo, simbióticos míos, ya os enviaré tabaco al trullo). El supuesto Hernández Pons II tuvo que cubrirse de tatuajes para infiltrarse, así como mantener innumerables conversaciones con tarugos indepes, okupas y activistas varios, lo cual no debió ser un plato de su gusto. Menos mal que, a efectos investigativos, claro está, se benefició a ocho chicas que conoció durante el cumplimiento de su misión, alcanzando una de ellas la condición de novia (¡le duró un año!). No sé si ahora estaría liado con alguna otra iluminada, pero en caso afirmativo, es muy probable que esta no se haya tomado muy bien la súbita desaparición del madero que se la dio con queso a todos.

Cada vez que pasa una cosa de este estilo, lo que más me pasma es la actitud ofendida e indignada de las víctimas del undercover cop de turno. ¿Pero para qué creéis que está la policía, almas de cántaro? Pues, entre otras cosas, para vigilar a gente como vosotros por si se os va la olla y hacéis algo que no debéis. Ya sé que la mayoría de vosotros es demasiado joven para haber vivido los tiempos de la guerra fría, pero en esos días todo estaba muy claro: los norteamericanos espiaban a los rusos, los rusos a los norteamericanos, todos sabían que eso sucedía y a nadie le daba por montar alharacas cada vez que descubrían al topo de turno y lo encerraban o lo intercambiaban por uno del bando contrario.

Vivimos unos tiempos idílicos para las personas de piel fina, que pueden quejarse de cosas que, tal y como funciona el mundo, son de lo más normal. ¿Que se os coló un madero en la organización? Pues qué queréis que os diga, chavales, a ver si sois un poco más cuidadosos la próxima vez que os intenten endilgar a un topo. Cosa que seguirá pasando mientras sigáis empeñados en dar la chapa antisistema. El asunto es así de sencillo y lo podéis entender hasta vosotros y Jaume Asens.