Como todos sabemos, el mensaje que emana de la Casa dels Canonges (es decir, de Waterloo) en estos tiempos de coronavirus es que, frente a la amenaza, NOSOTROS (la Generalitat) lo estamos haciendo todo muy bien, mientras que ELLOS (el Gobierno del Estado Español, como dice el consejero cuyo apellido rima con ruc) lo están haciendo todo muy mal. Meritxell Budó y Miquel Buch están siguiendo el mantra a pies juntillas, añadiendo cada uno su inimitable estilo: mientras Buch recurre al castellano para distinguir al gobierno fetén (el suyo) del chungo (el de los españoles), Budó ilustra cada uno de sus comentarios racistas con una sonrisita displicente enriquecida con su rictus habitual de estar oliendo mierda. El otro día se les sumó Sergi Sabrià, portavoz parlamentario de ERC, para decir que, en el caso del desconfinamiento de los tiernos infantes, había que obedecer las instrucciones de la Generalitat, no las del gobierno central, que no sabe donde le da el aire; según él, los niños debían salir a la calle a la manera catalana, que no se sabe muy bien en qué consiste, aunque quiero creer que no se trata de taparles la boca a las criaturas con una barretina.

Como éramos pocos, parió la abuela. O, mejor dicho, el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, quien ha sentenciado, literalmente, que España es paro y muerte, mientras que Cataluña es vida y futuro. Puede que como empresario no sea gran cosa --desde sus Petrolis Independents controla, a medias con un socio, una decena de gasolineras con escasos empleados, dado que la mayoría de ellas son de autoservicio--, pero como bocazas del régimen es tan notable como conspicuo.

Para quienes no lo tengan presente en estos momentos, recordemos que Canadell era aquel señor que se paseaba en su coche junto a una camiseta amarilla cubriendo el asiento del copiloto y coronada por una careta con el careto de Puigdemont, iniciativa que, en mi opinión, no solo le invalidaba para presidir nada, sino que debería haber motivado la intervención urgente de la comunidad psiquiátrica.

Puede que él lo haya olvidado, pero Canadell llegó a la presidencia de la Cámara de Comercio barcelonesa por incomparecencia del adversario, dado que nuestro empresariado supuestamente serio y responsable prefirió (vamos a hacer un poco de demagogia didáctica) quedarse en su segunda residencia tocándose los cataplines o beneficiándose a la secretaria en su palco del Liceo en vez de cumplir con su obligación de votar. Los indepes, claro está, se acercaron a las urnas como un solo hombre y le dieron el cargo a Canadell, siguiendo esa costumbre tan suya de ir copando todas las instituciones posibles con sus peones, aunque en sus trayectos automovilísticos éstos le den conversación a una careta de cartón (de hecho, esta muestra de insania es un plus de respetabilidad en ese mundo). Misión cumplida: ya tenemos un patriota al frente de la Cámara de Comercio de Barcelona; puede que no sea una entidad extremadamente relevante, pero ya es nuestra, por algo se empieza y, si el enemigo sigue papando moscas, ya irán cayendo las demás.

Desde que Canadell está al frente de la Cámara, lo único que sabemos de ella es que al gasolinero le es muy útil como altavoz de sus exabruptos. Sus méritos son los mismos que los de Budó, Buch o Sebrià: la adhesión inquebrantable al régimen y a la causa independentista. Pero también es verdad que para ser alguien en la Cataluña del prusés no hace falta nada más. Quedemos, pues, a la espera de sus próximos regüeldos, que no tardarán en producirse mientras el empresariado barcelonés, a falta de poder hacerlo desde la segunda residencia o el palco del Liceo, se tira de los pelos en sus súper pisos barceloneses.