James Franco acaba de triunfar en el festival de San Sebastián con The disaster artist, largometraje que narra el rodaje de The room, considerada unánimemente la peor película de la historia del cine contemporáneo. En España también tenemos artistas del desastre, pero no se dedican al cine, sino a la política (o a lo que ellos consideran como tal). Los dos más importantes se llaman Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, y son dos tipos que hacen como que gobiernan, el uno un país y el otro una comunidad autónoma con pretensiones de nación.

Este lunes, ambos mandatarios se cubrieron de gloria y demostraron, de forma definitiva, de qué madera están hechos. Puigdemont, que dice representar al pueblo catalán, aunque solo le siga la mitad de sus gobernados, escenificó un referéndum ilegal y, por consiguiente, ridículo. Rajoy hizo como que lo impedía lanzando a la Policía Nacional contra los votantes, regalándole así a los separatistas las fotos que andaban buscando: la viejecita sangrando, el niño lloroso, el adulto apaleado... Mártires anónimos que a Puigdemont le vienen de perlas para seguir insistiendo en lo oprimidos que estamos los sufridos catalanes (su policía ejerció de guardia pretoriana de la Generalitat y dejó que los porrazos los pegaran los españoles, o sea, los fachas: el servil Trapero, oficial y paellero, supo mostrar su fidelidad y agradecimiento a quienes le han permitido medrar, pasándose por el forro la condición de policía judicial de los Mossos d'Esquadra: creo que va a tener que dar algunas explicaciones en sede judicial).

El servil Trapero, oficial y paellero, supo mostrar su fidelidad y agradecimiento a quienes le han permitido medrar, pasándose por el forro la condición de policía judicial de los Mossos d'Esquadra

Después de esconderse bajo las togas de los jueces, Mariano Rajoy, que ha tenido cinco años para verlas venir y que ha sido incapaz de elaborar un discurso alternativo al de los separatistas, opta, ante la inacción de los Mossos, por lanzar a la Policía Nacional contra la gente, perdiendo la batalla de la imagen a nivel nacional e internacional. Luego sale por la tele a decir, en un tono convenientemente pomposo, que no ha habido referéndum y que en Cataluña se ha restablecido el Estado de derecho. ¡Dios te conserve la vista, Mariano!

Puigdemont, por su parte, se manifiesta en TV3 para... ¿Responsabilizarse de haber enviado a la ciudadanía al matadero? ¡No! Para sacar pecho, decir que el sí ha ganado por goleada --aunque no hay recuento y algunos han votado seis veces porque aquello era can pixa-- y anunciar oblicuamente la declaración de independencia (después descubriremos que los tres millones de votantes son poco más de dos, incluyendo a los que han votado seis veces). Éstas son las manos en las que estamos: las de un fanático empeñado en imponer sus obsesiones a toda la población y las de un inepto pusilánime que no sabe ni negociar ni reprimir.

¿Qué podemos esperar de un tipo que se pasa las leyes por el forro, incluidas las suyas, y de otro que no sabe cómo imponerlas?

¿Y este par de mostrencos tienen que dialogar? Caso de que lleguen a hacerlo, ¿qué podemos esperar de un tipo que se pasa las leyes por el forro, incluidas las suyas, y de otro que no sabe cómo imponerlas? Gracias a ambos por el día de mierda que tuvimos el domingo en Cataluña. Gracias también a Pablemos y Ada por contribuir al desastre general. Y a todos los que se echaron a la calle confundiendo la democracia con la defensa de los ladrones del 3%, gracias también por su admirable lucidez.

No hay que ser muy listo para deducir que esto va a ir de mal en peor. De momento, el 1 de octubre perdimos todos. Menos Jaume Roures, que con su centro de prensa a diez euros el periodista seguro que se levantó una pasta interesante. Aunque, teniendo en cuenta que el millonario trotskista solo vive para la justicia social, no me cabe la menor duda de que entregará todo lo recaudado a los que echó a la calle cuando chapó la edición en papel de ese canto a la convivencia y el progresismo fetén que es el diario Público.