Núria de Gispert está que se sale en Twitter. ¡Tiembla, Rufián, que te ha salido competencia! La yaya pija gasta una mala uva considerable en sus tuits, en los que pone a caer de un burro a todos los enemigos de Cataluña que detecta con su radar de Louis Vuitton. Hace unos días le decía a Inés Arrimadas que se volviera a Cádiz: no lo ha conseguido, pero sí ha obtenido una contrapropuesta de Girauta, sugiriéndole que se vaya ella, pero no a Cádiz, sino a la mierda directamente. Antes de eso, vino a decir que Espadaler era un muerto de hambre obligado a aceptar la caridad de Iceta para pillar algo de pasta, pues lleva un par de años más tieso que la mojama y le vendría bien un sueldecillo. Previamente, la había tomado con la judicatura española y con cualquiera que no aplaudiera con las orejas la independencia de Cataluña, reservando su mejor bilis para sus antiguos compañeros de Unió, de los que se burlaba cruelmente.
Ya se sabe que los conversos son siempre los peores, y la antigua presidenta del Parlament no es una excepción. Todos sabemos que es de una familia rica cuyos miembros se comunicaban entre ellos en castellano --de ahí que el catalán de doña Núria sea flojito, tirando a lamentable, como el del doctor Trias, otro que tal--, y hasta ahora nos tomábamos su adhesión al independentismo como una forma de medrar en la política local, pero desde que no pinta nada, da la impresión de que sigue en la lucha por inercia o porque le ha cogido el gusto a lo de ejercer de abuelita torracollons.
Como Marta Ferrusola --prototipo de la vieja racista catalana--, Núria de Gispert es de las que reparte carnés de catalán, negándoselo a Arrimadas y, por extensión, a Ciutadans, el PP, el PSC y todo aquel que no le dé la razón
Eso sí, como expija castellanoparlante o como pasionaria de la independencia, la buena señora siempre ha sido supremacista y un pelín racista, como corresponde a los de su clase. No lo pueden evitar: tienen cierta tendencia a tratar a todo el mundo como si fuese no ya el mayordomo de la mansión, sino algún sirviente de baja estofa. Reírse de los excompañeros necesitados es como de alumna mezquina de colegio de monjas. Y decirle a Arrimadas que se vuelva a Cádiz es, directamente, xenofobia. Pero ella cree que se lo puede permitir todo, pues para algo forma parte de una de esas pocas familias que, según el eximio Millet, llevan décadas cortando el bacalao en Barcelona. Como Marta Ferrusola --prototipo de la vieja racista catalana--, Núria de Gispert es de las que reparte carnés de catalán, negándoselo a Arrimadas y, por extensión, a Ciutadans, el PP, el PSC y todo aquel que no le dé la razón.
Gracias a Carme Forcadell, la señora Gispert no será recordada como la presidenta más servil y sectaria del parlamento catalán, aunque hizo méritos para ello. La realidad es que casi nadie la recuerda: por eso tiene que esmerarse en Twitter con sus groserías de pija supremacista. Robert Mugabe no es el único que se resiste a irse a casa y callarse la boca de una vez.