La actual sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) en Londres / EFE

La actual sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) en Londres / EFE

Pensamiento

La primera factura de nuestro desastre

¿Por qué va a venir la EMA con sus funcionarios, su presupuesto y sus beneficios colaterales si los empresarios de aquí son los primeros en largarse?

21 noviembre, 2017 00:00

Barcelona lo tenía todo a favor, técnicamente, para convertirse en sede de la Agencia Europea del Medicamento. La alcaldesa Colau lo recogía en un tuit se supone dirigido a impresionar a los dirigentes de la Unión Europea: el mayor potencial científico, el mejor ecosistema de investigación y salud, la ciudad con mejor calidad de vida. No debieron leerlo, y los votantes se quedaron con lo peor: la obra de un presidente de la Generalitat huido y despechado con los Estados europeos por no hacerle caso en su fábula independentista y su empeño en desestabilizar a la sociedad catalana; las imágenes de violencia regaladas al mundo por un ministro del Interior de porra fácil; la promoción de una ciudad colapsada y en pie de manifestación trabajada por la CUP y sus comités de defensa de una república inexistente y el mensaje de un gobierno municipal incapaz de frenar la turismofobia de una ciudad que vive del turismo.

Todos estos inputs deben haber pesado en el subconsciente de los países europeos en el instante de negarle a Barcelona la confianza para acoger a una de sus agencias. ¿Por qué van a venir con sus funcionarios, su presupuesto y sus beneficios colaterales si los empresarios de aquí son los primeros en largarse? La culpa es de todos (también del maldito terrorismo que nos golpeó en pleno verano), aunque ahora nadie va a asumir ninguna responsabilidad, porque la autocrítica duele y además se nos da mal. Se van a señalar unos a otros, hasta que el cabreo de los barceloneses escampe.

La marca Barcelona

Es muy probable que el hecho objetivo del número de agencias europeas ubicadas en España no haya favorecido las expectativas oficiales de incrementar hasta seis el número de sedes europeas. Barcelona ya tiene una, la Agencia Europea de la Energía de Fusión, y Ámsterdam no tenía ninguna hasta ayer, aunque Budapest tenga dos, por ejemplo, y no pase nada. La alarma no debería cundir por esta derrota en concreto sino por las causas evidentes que lo habrán justificado, subjetivamente.

La marca Barcelona está malherida por méritos propios de un gobierno municipal que parece gobernar para unos miles de barceloneses inscritos en la web de su partido y no le ayuda a mejorar expectativas su condición de capital de un país cuyos gobernantes estaban dispuestos a salir de Europa para materializar el sueño de la nación perfecta. Tampoco está a su favor un Estado que se ha olvidado de la vieja reclamación de Barcelona de ser respetada y financiada como cocapital de España. Hay que pensar en lo peor para poder empezar a remontar, ésta es la primera factura en llegar; probablemente habrá otras, porque nuestro desastre es de los que hace época, todas deberán saldarse a cargo del prestigio acumulado durante décadas y a la salud de la economía de la ciudad. No es muy inspirador, pero hasta en Bruselas se han dado cuento de que esto no marcha.