Mañana se aprobará en el Congreso (o no) un paquete de medidas gubernamentales aparentemente progresistas (subida del salario mínimo entre ellas) y teóricamente enfocadas hacia lo que viene siendo el bien común. El PP ya ha anunciado su voluntad de pronunciarse en contra, pues en eso consiste la labor de la oposición en España, en negarse a todo lo que plantee el Gobierno de turno, aunque suene razonable, como es ahora el caso (y para que te parezca razonable no hace falta ser fan de Pedro Sánchez: yo también detesto al trilero resiliente, pero subir el salario mínimo se me antoja justo y necesario). Aparte del esperado no del PP, al Gobierno le ha salido otro grano en el culo en forma de uno de sus socios favoritos, Junts per Catalunya, partido que, a diferencia del PP, afina más a la hora de hacer la puñeta, pues su principal discordia con el decretazo gubernamental se centra en un asunto que sólo le interesa a sus mandamases, una norma de inspiración europea que, según ellos, puede poner en peligro la ansiada amnistía pactada con el PSOE a cambio de su apoyo a la hora de formar gobierno (el 60% de los españoles está en contra de la amnistía de marras, y hoy se ha descubierto que el 51% de los catalanes también). Para acabar de vestir la mona, los miembros del club de fans de Cocomocho se han sacado de la manga que las propuestas socialistas invaden competencias autonómicas e infravaloran la financiación de Cataluña, pero no engañan a nadie que no esté dispuesto a dejarse tangar: como Umbral y su libro, ellos han venido a hablar de su amnistía (dejando aparte la evidencia de que el salario mínimo se la sopla porque siempre se han adjudicado salarios máximos).

A Junts no le basta con mostrarse desleal con el Gobierno al que se supone que apoya. Del incremento del salario mínimo (perdón por mi insistencia en el tema, pero me parece fundamental) podrían beneficiarse sus conciudadanos, pero eso les da igual: lo importante es su amnistía, y todo lo demás es secundario (además, entre esos conciudadanos hay montones que no les votan -por eso están en quinto lugar de las preferencias políticas catalanas- o que, directamente, los detestan). La lealtad en Junts no funciona ni en régimen interno. No hay más que ver el cirio que están montando Laura Borràs y sus palmeros para tratar de imponer sus (delirantes) tesis en el partido. Llevan las de perder, pues el sector teóricamente razonable (o todo lo razonable que puede ser esa gente, que es más bien poco) que encabeza Jordi Turull se está imponiendo por goleada y todo parece indicar que los aturullados, bendecidos por Puchi desde Flandes, se van a llevar el gato al agua. Lo cual no quita para que los borrascosos den la chapa a conciencia; entre otros motivos, por la absurda pretensión de Borràs de ser considerada una perseguida política y no la mangante que aparentemente es gracias a sus célebres trapis de cuando dirigía la Institución de las Letras Catalanas. Darles la razón a los locos es altamente desaconsejable, pero dársela a los impostores con una jeta de cemento armado lo es aún más. Y eso es precisamente lo que hace el cogollito de La geganta del pi, grupúsculo en el que destacan su fiel Francesc de Dalmases (el tío del tupé que se dejaba acariciar las nalgas en público por su Laura y que pegaba chorreos a las periodistas de TV3 que no le hacían las preguntas adecuadas a su líder), el minúsculo arribista Jaume Alonso Cuevillas (antes Jaime, cuando militaba en la extrema derecha españolista) o la BFF (Best Friend Forever) de la Giganta, Aurora Madaula (¿puede considerarse un agravante haber mantenido una relación sentimental con Agustí Colomines? Yo diría que sí), quien se sacó del refajo un supuesto acoso dentro del partido que no sé si es cierto (en ese caso, que se investigue y se castigue a quien lo merezca), pero suena a triquiñuela para tocarles las narices a los aturullados. La táctica, por cierto, acaba de ser seguida por otra diputada borrasista, Cristina Casol, también de una fiabilidad tirando a dudosa.

Con toda probabilidad, el cristo interno de Junts se va a trasladar al Congreso y le puede hacer perder a Pedro Sánchez su primera iniciativa junto a las fuerzas del progreso y la convivencia (ERC ya ha dicho que votará que sí a todo, para chinchar a Puchi y para que el Trilero Mayor del Reino aprenda a buscarse socios de confianza). Si a los mandamases de Junts se la soplan unos posibles (o no) casos de acoso por razón de género, ¿qué les puede importar que el currito medio se lleve 50 eurillos más al mes? Para ellos, lo único importante es su amnistía, y ante la más mínima posibilidad de poner ésta en peligro (que no la hay según el PSOE, pero también es verdad que, de esos, ¿quién se fía?), se cierran en banda y, como se dice en el Ejército, el que venga atrás, que arree.

En eso han acabado convertidos los guardianes de las esencias catalanas, en una pandilla de delincuentes con suerte que temen perder sus asquerosos privilegios. Se han propuesto salirse de rositas de su ridículo golpe del 2017 y Sánchez, por la cuenta que le traía, les echó una mano cuando más lo necesitaban, pues cada día eran más irrelevantes, pero ahora le salen por peteneras.

En fin, querido presidente, las malas compañías es lo que tienen.