Después de que la Generalitat le retirara la acreditación a Xavier Rius por parafrasear a Peyu y a Jair Domínguez en su ya célebre diálogo antimonárquico-pedófilo, cabía esperar una reacción algo más enérgica en la defensa del colega caído en desgracia que la que ha exhibido el Colegio de Periodistas de Cataluña, que se ha limitado a decir que hay que defender la libertad de expresión y el derecho a la información sin cortapisas y que, si eso, a ver si a partir de ahora se hacen las cosas un poco mejor por parte del gobiernillo. A partir de ahora. O sea, a Rius que lo zurzan.

Que conste que uno no es nada gremial y nunca ha sido partidario de defender a nadie por el simple hecho de compartir oficio con él. Uno es tan poco gremial que ni siquiera está colegiado. Lo intenté hace años, cuando escribía en El País (debió darme un pronto institucional), y me acerqué a la sede del Colegio de Periodistas en la Rambla de Cataluña para hacerme la ilusión de que formaba parte de un colectivo ejemplar (o algo parecido), pero recuerdo que me pusieron tantas pegas que me rendí enseguida y así he llegado a día de hoy en esa condición de outsider que me distingue desde que trabajaba para la prensa alternativa de los años de la Transición y que, a mi edad, es poco probable que abandone.

Si me llegan a poner las cosas fáciles en su momento, ahora lo lamentaría. Y no solo por el caso Rius, sino porque hace años que tengo la impresión de que el Colegio de Periodistas se ha visto infiltrado por el lazismo, como tantas otras instituciones y entidades catalanas. A la hora de acaparar, los procesistas son insaciables y llevan desde los primeros años de Pujol metiendo las narices en cuanto colectivo susceptible de ser sumado a la causa se les pone a tiro. No le hacen ascos a nada: cámaras de comercio, asociaciones profesionales (con especial dedicación al Colegio de Médicos, donde si no llevas el lazo amarillo en la solapa ya te puedes ir olvidando de prosperar: véase lo bien que se lo ha montado el lazi Argimon como ejemplo de lo que hay que hacer para llegar lejos), sindicatos laborales, asociaciones de vecinos y hasta la clerigalla, pues ya se sabe que Cataluña será cristiana e independentista o no será...

En el caso de los medios de comunicación, la infiltración ha sido pública y notoria: no hay más que ver cómo funcionan TV3 y Catalunya Radio (los medios propios) o cómo se ha subvencionado a diarios como La Vanguardia, Ara o Avui (los medios, teóricamente, ajenos), más los tropecientos digitales en catalán (menos el de Rius, claro). Hasta se han creado entidades que son, directamente, una burla al contribuyente, como el CAC, que nunca tiene nada malo que decir de todo lo que se haga y se diga en los medios de agitación y propaganda del régimen (la severidad se la guardan para canales nacionales sobre los que no tienen ninguna competencia). Uno quería creer que el Colegio de Periodistas, por la condición misma del oficio, quedaría fuera de esas maniobras de infiltración lazi de las que les hablo, pero hace tiempo que es evidente que no ha sido así. Su reacción ante el caso Rius es un clavo más en su ataúd, pero en ningún caso el primero: llevan años tragando quina muy a gusto y mirando hacia otro lado en todo lo relativo a los excesos del procesismo (aunque sin llegar a los extremos del Sindic de Greuges, dado que es imposible superar la jeta y el servilismo de Rafael Ribó). Con Rius, en todo caso, se han quitado definitivamente la careta, demostrando que hay periodistas a los que se debe proteger de los ataques a la libertad de expresión y periodistas a los que se puede dejar caer tranquilamente después de aplicarles, además, una leve regañina por su actitud levantisca ante el poder.

Nunca le agradeceré lo bastante a la funcionaria de la información que me atendió hace años en la sede barcelonesa del Colegio de Periodistas que me pusiera las cosas tan difíciles para colegiarme. Si lo llego a conseguir, ahora tendría que seguir el ejemplo de la difunta Rosa Maria Sardà cuando fue a devolver la Creu de Sant Jordi y visitar de nuevo dicha sede para decirles que se metieran el carnet por donde les cupiera.