Sabíamos muchas cosas de Rafael Ribó. Sabíamos que lleva 17 años como Síndic de Greuges (desde 2004) y que hace dos que caducó su mandato. Pero sigue ahí. Sabíamos que cobra 129.373,44 euros al año, un 32% más que el presidente del Gobierno y bastante más de lo que le tocaría como jubilado (aunque hace ya 11 años que superó los 65). Es el defensor del pueblo mejor pagado de toda España.
Sabíamos que Ribó declara un patrimonio neto de 835.930,03 euros. Una cifra que parece irrisoria si tenemos en cuenta los millones de euros de dinero público --sí, millones, hagan el cálculo ustedes mismos-- que ha percibido durante más de cuatro décadas a cargo del erario (desde 1980, cuando fue elegido diputado autonómico por primera vez, ha ocupado cargos públicos de forma ininterrumpida).
Sabíamos que Ribó es un tipo agradecido. En 2009, poco antes del final del primer mandato de Ribó como Síndic, el diputado del PP Francesc Vendrell introdujo una enmienda en la ley que regula esa institución para alargar de 5 a 9 años la duración de los mandatos. Unos meses después, en 2010, Vendrell dejó el PP y fue contratado como director de consumo y territorio de la Sindicatura con un sueldo de algo más de 90.000 euros anuales, cargo que dejó voluntariamente en 2020, una década después, con 71 años.
Sabíamos que Ribó ha utilizado su cargo para todo lo contrario de lo que se espera de un defensor del pueblo. Sabíamos que, despreciando los derechos de los catalanes castellanohablantes que le pidieron amparo, se erigió en adalid de la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán que aplican las escuelas de forma ilegal. Pocos políticos como él han hecho tanto contra el bilingüismo en Cataluña.
Sabíamos que Ribó es tan nacionalista como los independentistas más ultras. Durante el procés, el Govern ha tenido pocos aliados tan fieles como él, cuando debería haber velado por la neutralidad de los poderes públicos en Cataluña. Llegó a asegurar que el referéndum secesionista del 1-O era legal. Acusó a España ante instancias internacionales de vulnerar los derechos fundamentales por intentar evitar la secesión de Cataluña con el 155. Calificó de “presos políticos” a los cabecillas del golpe de 2017 detenidos. Y defendió la presencia de lazos amarillos en el espacio público.
Sabíamos que a Ribó le gusta viajar. Durante años, ha realizado decenas de viajes --tal vez, varios centenares-- por todo el planeta: desde Zambia hasta las Islas Bermudas; desde China a Uruguay; de Nueva York a Riga; de Canadá a Turquía. Todos ellos pagados con dinero público. Solo en 2019, el Síndic recorrió 74.000 kilómetros en viajes oficiales (casi dos veces la circunferencia de la Tierra). Y eso que sus competencias se limitan a Cataluña.
Sabíamos que Ribó cuida a su pareja. Su compañera sentimental es también su jefa de gabinete en la Sindicatura. Y desde que Ribó llegó, esta empleada desarrolló una carrera meteórica en la institución. En 2019, por ejemplo, ella le acompañó en 16 de los 18 viajes oficiales que el Síndic hizo ese año por todo el globo.
Sabíamos que a Ribó le gusta el fútbol. En 2009 y en 2015 aceptó la invitación de un implicado en la trama corrupta del 3% para viajar en jet privado a las finales de la Champions que ganó el Barça en Roma y en Berlín, respectivamente. En aquellas ocasiones, le acompañó su mujer y su hija.
Sabíamos que Ribó es un enamorado de las piscinas. En 2009 mandó construir una minipiscina decorativa en una terraza de la sede de la Sindicatura, junto a su despacho. Una suerte de zona chill out con un estanque de medio metro de profundidad que finalmente tuvo que taparse porque la estructura del edificio no estaba preparada para ese capricho del Síndic.
Sabíamos que Ribó tiene pocos escrúpulos. En diciembre de 2018 y en enero de 2019 hizo firmar al expresidente de la Generalitat Pasqual Maragall dos manifiestos en favor de los encarcelados por el procés. Uno para pedirles a Rull, Turull, Forn y Jordi Sànchez que abandonasen una huelga de hambre que no duró ni tres semanas, y otro para exigir la liberación de los detenidos por el procés. Todo ello pese a que Maragall padecía un estado avanzado de alzhéimer desde hacía años.
Sabíamos que a Ribó le pierden los tics xenófobos. Basta recordar cómo en diciembre de 2019 responsabilizó a las personas del resto de España de ser los culpables de las largas listas de espera de la sanidad catalana.
Y ahora, finalmente, y gracias a la Sindicatura de Cuentas, también sabemos que, durante su mandato, Ribó fraccionó indebidamente contratos, lo que le permitió otorgarlos a dedo y eludir el procedimiento de publicidad y concurrencia que exige la ley. Esas irregularidades se produjeron, al menos, en una docena de las adjudicaciones investigadas entre 2016 y 2019.
La oficina del Síndic se ha defendido respecto al fraccionamiento ilegal de contratos con el argumento de que “no hay una regulación clara”. Pero a mí me parece que, con Ribó, hace tiempo que todo está ya muy claro.