Los aficionados al cine de terror conocen perfectamente a Chucky, el muñeco diabólico, protagonista de una saga interminable y, en sus inicios, bastante divertida. Los que no hayan visto ninguna entrega de las andanzas de Chucky, sepan que se trata de un monigote malévolo con vida propia que le amarga la vida a todo el mundo. Sin la letra C, Chuky es también el muñeco diabólico que habita en el interior de mi amigo Ignacio Vidal-Folch y que solo se manifiesta para soltar verdades incómodas y faltarles al respeto a los figurones y fantoches que pululan por el mundo y sus monarquías. Ambos muñecos tienen mucha gracia.

No es el caso del muñeco que ejerce de presidente interino de la Generalitat, cuyo propietario es un célebre ventrílocuo --así como un escapista a la altura del inolvidable Harry Houdini-- que vive en Bélgica. Todo buen muñeco de ventrílocuo está obligado a ser diabólico o, por lo menos, a decir las cosas que su manipulador no se atreve a largar. Eso han hecho siempre Rockefeller y los demás monstruos de José Luis Moreno. Algunos muñecos, incluso, han protagonizado momentos históricos, como cuando la Doña Rogelia de Mari Carmen entrevistó por televisión a Santiago Carrillo, enviando de esta manera al comunismo español al basurero de la historia (conversar con un monigote es como salir a la calle en pantuflas; es decir, que ya todo te la sopla y tú mismo te has dado por muerto).

Como muñeco, Chis Torra deja mucho que desear. En vez de sublevarse contra su creador y decir cosas que hagan arder el pelo, duerme a las ovejas cuando se dirige a la población o es entrevistado por los medios de comunicación. Compadezco a Enric Hernàndez y a Ana Pastor, que han tenido que bregar recientemente con él, el primero desde El Periódico y la segunda desde La Sexta. Tú ya le puedes dar conversación, que del muñeco no sale ni un concepto mínimamente interesante o provocador. Partidario acérrimo del "usted pregunte lo que quiera, que yo le contestaré lo que me dé la gana", Torra agota la paciencia del lector y del telespectador con sus vaguedades, sus comentarios que no vienen a cuento, sus mentiras evidentes y sus respuestas que no tienen nada que ver con la pregunta. Un muñeco con algo de carácter aprovecharía la lejanía de su amo para soltar lo más bestia que se le pasara por la cabeza en esos momentos, pues esa es la virtud liberadora de los de su gremio, pero el nuestro nos ha salido calzonazos y poltrón. Lo siento por los independentistas, que preferirían a un muñeco diabólico como Chucky (o Chuky), pero deben apañarse con un monigote con el cabezón lleno de serrín.

Soy consciente de que el ventrílocuo de Waterloo tampoco almacena mucha materia gris debajo del mocho, pero sus esfuerzos conjuntos son de suma cero. Entre un ventrílocuo que no tiene ninguna gracia y un muñeco que no se subleva, la traición al oficio resulta intolerable. Sugiero que, si aún se está a tiempo, las arengas de la Diada las pronuncie Doña Rogelia, que nunca ha tenido miedo a decir lo que piensa, a diferencia del muñeco pusilánime que Puchi ha dejado en la Gene para que le riegue las plantas: intuyo que ni eso hace bien y que ya están todas muertas.