El Astut ha vuelto de sus vacaciones hecho un potro y hoy, despidiéndose momentáneamente de su piso embargado, se va a plantar en Bélgica para hablar con el sujeto al que puso de presidente cuando él fue obligado a dar un paso al lado --o sea, arrojarse directamente al basurero de la historia-- por las díscolas muchachas de la CUP. Teniendo en cuenta que, además de embargado, Artur Mas está inhabilitado para ejercer ningún cargo público, me pregunto a qué va a Waterloo. Si es para elegir las cortinas de la Casa de la República, podría delegar en la parienta y hasta en Quico Homs. Y si es para recordarle a Cocomocho quién es el responsable de su lugar en el mundo, dudo que el otro le haga el menor caso, con lo sobrado que va desde que se dio el piro de Cataluña. Como todos sabemos, el primer nombrado a dedo delegó la presidencia de la Generalitat en el segundo nombrado a dedo y ya no es aquel chaval de Girona, dotado de escasas luces, que se encontró, sin comerlo ni beberlo, encauzando a su chapucera manera los anhelos del pueblo catalán. A Puchi ya no hay quién le tosa, y las únicas visitas que recibe con agrado son las del guardés que ha dejado en la Gene y al que ha prohibido que le ensucie el despacho con sus zapatones de mozo de establo.
A diferencia del Astut, Chis Torra sabe perfectamente que su papel es el de correveidile del señorito. Por eso hace viajes que agradan a su dueño y señor, pero siempre en condición de sustituto, de segundón, de recadero. Como Puchi no puede poner los pies en Perpiñán porque los franceses son unos centralistas odiosos que igual lo envían a España escoltado por dos gendarmes, Torra va en su lugar, siempre preparado para extender la palabra del Señor. Y también porque debe ser apetecible dar la tabarra en otro sitio que no sea el habitual, como esa zona que los nacionalistas llaman Catalunya Nord y las personas normales, el sur de Francia.
La verdad es que el vicario de Puchi ha suscitado cierto fervor oficial en su visita. Hasta el alcalde se puso el lacito amarillo y dijo que es muy feo eso de meter políticos en la cárcel. Más le valdría, digo yo, quejarse al Gobierno francés de la situación de esa entelequia que es la Catalunya Nord, cuyos niveles de autonomía son incomparables a los de la Catalunya Sud. O preocuparse por la evidencia de que en su ciudad se vota masivamente al partido de Marine Le Pen, lo cual puede ser del agrado de Torra --solidaridad entre fachas, ya se sabe--, pero es una vergüenza para la región. Aunque también es verdad que, ante la promesa de una provisión inagotable de ese elixir que es la ratafía, cualquiera puede acabar diciendo cualquier cosa.
En cualquier caso, Torra ha cumplido a la perfección con su papel de esbirro o pelota número uno, que decían en La Codorniz, pero el Astut, ¿qué pretende con su visita a Puchi? ¿Será que tiene ganas de salir en la prensa por algo más digno que haberse pegado la vida padre en las Baleares este verano, gracias a los cenutrios que le pagaron la fianza hace unos meses? Francamente, lo de sus vacaciones estivales ha sido un ejercicio de cinismo insuperable, pero visitar a un prófugo de la justicia que tarde o temprano acabará en el trullo tampoco me parece un motivo de redención. Otra cosa es que, en su momento, hubiese visitado al Dioni en Brasil y luego se hubiera ido a Tele 5 a explicarlo en el Sálvame de Luxe, pero eso requería una grandeza moral y un sentido del espectáculo de los que el Astut, pobre, siempre ha carecido.