Tengo la teoría de que el prusés  y el Fútbol Club Barcelona están íntimamente ligados. No todos los hinchas del Barça son procesistas, pero todos los procesistas son del Barça (parafraseando a Christopher Hitchens cuando dijo que no todos los musulmanes son terroristas, pero que todos los terroristas son musulmanes). Aspirar a la independencia de Cataluña --aunque sea de boquilla y no se esté dispuesto a arriesgar nada para conseguirla-- es como ser del Barça, pero a lo bestia, a lo grande, y con una causa aún más noble que apalizar siempre que se pueda al Real Madrid (si cabe imaginar tal cosa).

Tenía razón el que dijo que el Barça es más que un club. Y también la tenía Vázquez Montalbán cuando declaró que el Barça era el brazo armado de un país sin ejército. Todo lo relativo al Barça se mueve entre lo épico y lo sentimental, como se deduce del tratamiento que otorga TV3 a las grandes figuras del club que se van, se jubilan o se mueren. Pep Guardiola es quien mejor ilustra mi teoría de la simbiosis entre fútbol y política. Recordemos el trato de santo laico que TV3 le aplicó cuando abandonó el club de sus amores para irse al club de sus monises (primero en Alemania y luego en Inglaterra). La actitud de la nostra fue de un servilismo absoluto: se pasaban el día dándole las gracias por lo que había hecho por el club y por Cataluña --callándose el lucro indecente que sus actividades patrióticas le habían reportado--, dedicándole programas especiales y convirtiéndolo en el yerno favorito de las yayas catalanas, que es el público preferido de TV3. Algo parecido a lo que hicieron con Cruyff --otro al que también le gustaba mucho el dinerito--, pero, por lo menos, el holandés era un tipo divertido cuya capacidad para retorcer la lengua española nos deparó grandes momentos --¿se acuerdan de El táctica Sirigosa?--, así como esas reflexiones dignas de figurar en las Pensées de Blaise Pascal: "Si tú tienes la pelota, no la tiene el contrario"; o la insuperable "ganar, ganar, no sé si ganaremos, pero tenemos ilusión y el ilusión es lo más bonito del mundo".

Ahora, el personaje al que lamer las botas es Andrés Iniesta, con cuya despedida llevan dándonos la brasa desde hace semanas. Como de costumbre, tratamiento de santo laico --levemente matizado por el hecho de que no ha aprendido ni una palabra de catalán en los veintidós años que ha vestido la camiseta azulgrana--, agradecimiento exagerado --sin reparar en la millonada que ha ganado el hombre--, programas especiales rayanos en la pornografía sentimental e insistencia en la bondad del personaje, de la que no dudo, aunque solo abra la boca para soltar perogrulladas en voz baja, situándose mentalmente muy cerca de Leo Messi, que es, directamente, un tarugo (la perspectiva de irse de copas con cualquiera de los dos resulta aterradora por lo aburrida que es).

La pasta que gana esta gente no escandaliza a nadie. Para los hinchas, todo lo que cobren es poco mientras marquen goles. Cosas de la oferta y la demanda. Todo el mundo encuentra normal que filósofos, escritores y bailarines de danza contemporánea se mueran de hambre, ya que lo que hacen no le interesa a nadie, pero resulta de lo más lógico que unos zoquetes a los que Dios otorgó unas piernas de oro acumulen millones de euros. Y si la cosa se quedase ahí, aún: usted marca goles y la sociedad le hace rico. Lo peor es el ambiente litúrgico que rodea a los cracks del balón, ese tratamiento propio de deidades, esa admiración sin fisuras, esa adulación de vergüenza ajena, esa fe propia de la religión o de una secta destructiva…

A ver a quién le toca entrar en el santoral cuando perdamos de vista a Iniesta. Yo también le deseo lo mejor al orgullo de Albacete, pero, por favor, que me lo quiten de en medio de una vez, que los pelagatos podemos ser muy rencorosos.