El profeta del amor y la paz cósmica, señor interino de la amable revolución de las sonrisas, que más que una rebelión separatista a veces parece un sainete sensiblero con excesivas dosis de azúcar glaseado, Sor Junqueras, va a seguir en prisión (preventiva) durante una temporada. El Supremo no se cree su catecismo de la buena onda ni tampoco sus promesas (retóricas) de cambiar la unilateralidad por el salvífico diálogo, esta vez camuflado bajo la enunciación de un monólogo figurado ante el espejo, igual que la caricatura de un Napoleón cualquiera. Su petición de libertad, que le hubiera situado en mejor posición (geográfica) que Puigdemont para ser investido hipotético president del nuevo Govern, no ha tenido éxito. De momento. Como el hombre es un tipo tierno y templado, después de conocer la noticia dijo a su grey: “En los días que vendrán manteneos fuertes y unidos. Transformad la indignación en coraje y perseverancia. La rabia en amor. Pensad siempre en los otros. En lo que tenemos que rehacer. Persistid porque yo persistiré. Gracias por vuestro apoyo. Os quiero”.

Parece sincero, pero no lo es: su perfil en Twitter, donde se publicó semejante homilía, está llevado por su gabinete. De todas formas, casi nos dan ganas de llorar con esta parábola del soberanista católico, que parece dirigirse al pueblo elegido (los catalanes que no le votaron están excluidos) con la misma clarividencia que Moisés tras descender del Sinaí. Puigdemont, el exiliado belga, ha calificado a Junqueras como “un rehén”. Rufián, el diputado de ERC que está encantado de conocerse, lo ha llamado “padre de familia”. Uno no sabe qué es peor: a un preso preventivo un Estado de derecho le da de comer, le cura si tiene problemas de salud y hasta puede concederle permisos y régimen abierto, llegado el caso y dependiendo de cuál sea su actitud. Un pater familias, en cambio, tiene que hacer todo esto gratis en beneficio de los hijos. Y éstos no dan ni las gracias.

 

La decisión de los jueces no es ninguna sorpresa: al contrario que Forcadell, el devoto no se ha comprometido a respetar la ley

 

La situación carcelaria de Junqueras, aunque ahora entone su particular I will survive, es, si no envidiable, soportable. La decisión de los jueces no es ninguna sorpresa: al contrario que Forcadell, el devoto no se ha comprometido a respetar la ley. Ésta es la única razón por la que seguirá en Estremera. Peor nos parecería que saliera del trullo para decirle a la famiglia la verdad: que la independencia es y será imposible mientras los españoles no crean que es pertinente. Claro que este análisis es válido a largo plazo, con las luces largas de la prudencia. Y los políticos españoles --entre los que por supuesto están los independentistas catalanes-- nunca piensan en el mañana. Lo suyo es el ayer y, sólo en algunos casos, el presente, que es un tiempo que en realidad no existe. Junqueras no podrá pues suceder al exiliado belga por la vía exprés, aunque está por ver si termina haciéndolo por carambola. Nada es descartable.

Puigdemont tampoco tiene --jurídicamente-- la opción de ser coronado en ausencia. Así que lo único que resta por saber es cuál es el Plan C de los independentistas, si es que existe. Lo que es seguro es que no volverán a repetir unas elecciones que les han salido de ensueño gracias a su martirologio entre cojines. Hasta que no se despeje la incógnita de cómo los insurrectos --todos-- van a proceder a la Restauración Catalanufa, tendremos que seguir atentos al serial, que lleva demasiadas temporadas en antena. Lo que más nos ha llamado la atención de los últimos capítulos es el notable desprendimiento espiritual de los huidos a Bruselas junto al líder de la patria, especialmente el célebre Comín. Según las crónicas, los miembros de este gabinete virtual quieren saber cuál será su futuro (personal) si tienen que renunciar a su acta parlamentaria para que los nacionalistas no pierdan la mayoría.

La discusión trascendente, claro está, es el pago de sus gastos en el extranjero, que sospechamos que no financian con sus propios ahorros aunque se califiquen a sí mismos como exiliados políticos. No lo son. Los verdaderos exiliados abandonaban España a pie, con una mano delante y otra detrás, dejando patrimonio y familia. Ellos volaron cómodamente con pasaporte español y ahora disfrutan de la fiesta de la nieve que estos días cae mansa sobre el Norte de Europa. Su orfandad debe ser infinita: vacaciones de invierno sin saber qué hay de lo suyo. ¿No merece su sacrificio una pensión vitalicia ahora que los camaradas pronto volverán a administrar/saquear el presupuesto? Quizá los contraten como representantes del Diplocat. Tenerlos como embajadores sería la coda perfecta para este interminable sainete.