Oscar Wilde sostenía --contra los biempensantes de su tiempo-- que en las cuestiones de amor, por las que el escritor irlandés sufrió prisión y destierro, una negociación consiste básicamente en que uno de los dos amantes (aquel que quiere mantener el vínculo con el otro) se eche la culpa a sí mismo de todo. Una actitud que, en política, recuerda a los juicios sumarísimos de los grandes totalitarismos, donde los acusados confiesan sus pecados con una pasmosidad tan impostada que terminan rogando que les impongan la condena. No sabemos si las negociaciones entre los socialistas y los independentistas --facción ERC--, que esta semana marcarán la agenda política española, tendrán este mismo formato, pero parece poco probable. Los republicanos no aceptan el fracaso del prusés y el PSOE no digiere el chasco del 10N.
Los independentistas quieren sentarse a negociar con el resultado de una consulta a sus bases que vinculará su posición ante la investidura a lo que llaman una mesa de diálogo. Desde hace tiempo venimos oyendo hablar a significados socialistas acerca de que el soberanismo no es un bloque --cosa que es cierta-- y que existen independentistas razonables y otros montaraces, un planteamiento desmentido por los hechos.
Por supuesto, se trata de un cuento delicioso (para no dormir). Sobre todo después de conocer que los primeros contactos entre ambas fuerzas políticas --secretos, aunque los heraldos de la causa los adjetiven como discretos-- han dado lugar a una maravillosa terna negociadora en la que figura, en representación de ERC, Josep María Jové, el famoso hombre de la Moleskine. ¿No se acuerdan de él? Jové fue el gran fontanero de Sor Junqueras hasta que se aplicó el 155 en Cataluña.
Economista de formación, las huestes amarillas le encomendaron la misión capital (nunca mejor dicho) de pasar de la poesía a los hechos. O lo que es lo mismo: debía articular el mecanismo mágico merced al cual el hecho diferencial catalán --que no existe salvo en la mente de los soberanistas-- debe transitar desde el campo de la identidad cultural (otro oxímoron) al universo patrimonial, esencialmente apropiándose --por la patilla-- de los haberes de todos los ciudadanos catalanes, sean nacionalistas o no.
Jové fue detenido en la Operación Anubis por ser el coordinador del plan para declarar unilateralmente la independencia que terminó con el juicio al procés. Gracias a su Moleskine, y a su meticulosidad --el hombre lo ponía todo por escrito-- corroboramos lo que sospechábamos desde siempre: que el plan soberanista incluía un inventario de negocios, propiedades y depósitos bancarios (ajenos) que pasarían a pertenecer a los patriotas de la causa. Un programa fenicio para levantar las “instituciones republicanas” con el dinero ajeno.
En la libretilla de Jové estaba todo: la independencia interruptus, la falsa negociación (que por fin va a comenzar) y la emancipación sin mandato popular, sin ley que la amparase y con fines materialistas. ¿Va a versar sobre estas mismas cuestiones la mesa de diálogo entre los independentistas y los socialistas? Ambas partes, por supuesto, lo niegan.
Los socialistas, que están de nuevo a un paso de salirse del consenso constitucional, prometen que no se saltarán la ley por la Moncloa. Habrá que verlo. ERC exige que se reconozca el derecho de autodeterminación --que no existe legalmente-- a Cataluña y una amnistía a la carta para los condenados por el Supremo. Los socialistas, de momento, carecen de mayoría suficiente para la investidura triste. No parece que exista demasiado margen para nada. Aunque, tras el abrazo entre Iglesias, el plurinacional con Sánchez I el Insomne, todo es posible. Incluso que Jové sea nombrado presidente del Banco de España. La falta de sueño produce las más extraordinarias pesadillas.