Los orientales lo resumen en una parábola que tiene forma de haikú: “Cuando un hombre sabio / señala a la luna, / los necios miran el dedo”. La luna y el dedo pertenecen a universos distintos. Para la filosofía zen son categorías antagónicas. La primera representa el mundo ideal de los sueños; la segunda, en cambio, remite a la realidad pedestre. El pacto de investidura (potencial) firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, rubricado sin consultar a los órganos de gobierno de sus organizaciones, lo que demuestra que la tardodemocracia española no es un sistema de vertebración social, sino un régimen de partidos unipersonales, se ajusta como un guante a la enseñanza de este breve cuento oriental. La posibilidad de un Gobierno progresista --aunque este término ya no signifique nada-- está (para algunos) cerca del campo sagrado de los sueños (también considerados pesadillas); la inevitable extensión del acuerdo en favor de los intereses espurios de los nacionalismos (vasco y catalán) nos conduce, sin remedio, al terreno de lo vulgar inmediato.
Evidentemente, este circo no es más que un señuelo: la mejor forma de disimular la verdad cierta del 10N era inventarse esta comedia. Una jugada efectista de la Moncloa para que no se hable de lo que ha sido una derrota política sin paliativos. Sí, el PSOE es la lista más votada, pero esto no significa que haya triunfado. Más bien al contrario. Baste recordar el reciente episodio en el que Ábalos, molesto por las preguntas del compañero de El Español, Daniel Basteiro, exigía, malhumorado, que se reconociera el triunfo del PSOE y, ante la falta de entusiasmo entre auditorio, se formulaba a sí mismo las preguntas “correctas”. Sucede, sin embargo, que por mucho que el secretario de organización de los socialistas se desdoble para hacerse una autoentrevista, la realidad desnuda se impone. Siempre.
El PSOE no ha ganado las elecciones de noviembre. Primero, por una cuestión formal: los ciudadanos sólo elegimos diputados, y son éstos quienes designarán (o no) al futuro presidente del Gobierno. Y, después, por una evidencia: el PSOE continúa careciendo de la mayoría parlamentaria necesaria para hacerlo solo. Deberá por tanto intentarlo en compañía de otros. Si tenemos en cuenta que la repetición electoral pretendía obtener, si no una mayoría absoluta, al menos una superior a los comicios de abril, el plebiscito sobre el Experimento Sánchez ha salido rematadamente mal, por mucho que quieran vestir a la mona de seda con la foto del abrazo entre quienes, días antes, se decían de todo y ahora están condenados a soportarse, porque es improbable que se entiendan en nada, salvo para ocupar las poltronas del poder.
El jefe de los socialistas dice en la carta que ha dirigido a los militantes, que deben refrendar la coyunda, que el acuerdo con Podemos-IU permitirá “superar el bloqueo político” (creado por los firmantes del propio acuerdo) y “hacer frente al auge de la ultraderecha”. ¿Se imaginan que las bases rechacen el acuerdo? Sería un número. Una negativa al matrimonio Sánchez-Iglesias, aunque improbable, estaría llena de coherencia. Básicamente porque buena parte del PSOE --exceptuando al PSC de Iceta-- está bastante inquieta con el precio político a pagar por atraer (mediante un voto afirmativo o una abstención) a los independentistas. Y, en segundo lugar, porque Podemos nació para sustituir al PSOE, no para consolidarlo.
Al cabo, todo ha salido al revés: el asalto a los cielos de Podemos va camino de convertirse en una entrada por la gatera; y la mayoría ambicionada por los socialistas ha resultado ser tan pálida como para que el curso parlamentario vuelva a depender de quienes quieren romper la cohesión territorial de España. Si a todo esto le sumamos el crecimiento de Vox, y su nacionalismo de campanario, podemos afirmar que el 10N ha sido un gigantesco epic fail.
Las cinco victorias (en seis meses) que Pedro I, el Insomne, canta --cual juglar feliz-- en la epístola pastoral a sus huestes no son tales. Lara (padre), el fundador de Planeta, decía --con ironía sevillana-- que un negocio que no daba para levantarse a las once de la mañana “ni es negocio ni es ná”. Una victoria electoral que no permite dormir tranquilo --porque has pactado al mismo tiempo con los independentistas y los neopopulistas-- es lo más parecido a un mal viaje.