La desmemoria puede conducirte al infierno. O, en su defecto, a la cárcel. Sobre todo si anotas tus pecados para recordarlos. La conspiración soberanista que desafió a la democracia española, truncada tras la tardía aplicación de la Constitución, ha quedado relatada con todo lujo de detalles en la moleskine de Josep Maria Jové, la mano derecha del piadoso Junqueras. Al igual que los conquistadores españoles tenían a su cronista oficial para dejar por escrito, y ante terceros, el cuento interesado de sus peripecias americanas, los generales de la república catalanufa contaban con la pluma de Jové, al que habría que empezar a llamar Bartleby, como el personaje de Melville, para sistematizar sus tormentas de ideas. La diferencia es que Jové, el escribiente, en este caso prefería hacerlo. Deseaba hacerlo.

El problema de su diario de a bordo es que era de estricto consumo interno. Desvelado su contenido, se confirman las intuiciones sobre el prusés, al que siempre hemos definido como un atraco sentimental impulsado por una banda de presuntos delincuentes que, en lugar de discutir sobre el (supuesto) sometimiento del pueblo elegido, de lo que en realidad se preocupaban era de conseguir un inventario detallado con las actividades económicas, los bienes inmuebles y los depósitos bancarios del personal. Hay que entenderlo: si quieres autodeterminarte debes, igual que sucede en cualquier otra secta religiosa, ejercer el desprendimiento y poner tus haberes en manos de los desinteresados gestores de la causa, que los utilizarán mejor que tú en la tarea de propagar la fe que os alimenta.

Su interés, salta a la vista tras leer las notas del alto cargo de ERC, era mayormente fenicio. A Artur Mas, ya antes del embargo de sus bienes raíces, le preocupaba mucho “el tráfico financiero”, la savia necesaria para levantar las instituciones republicanas. Una obsesión terrenal y escasamente épica, como desvela el escribiente, que tiene los santos bemoles de utilizar un término inglés --War Room-- para designar los despachos de la sedición, pudiendo hacerlo en catalán. La inmersión proyectada no era lingüística, sino materialista. Y esa verdad sólo está en inglés. Cualquiera diría que los reunidos en el conciliábulo eran perfectos marxistas dada su obsesión por garantizar la captación de las plusvalías que requería una patria que, por supuesto, comenzaba siempre por ellos mismos. El pueblo venía después.

El cuadernillo de Jové nos recuerda al libreto de una ópera bufa, pero sin tensión dramática. Las marcas del guión sólo denotan impostura

Gracias a esta novela fragmentaria de Jové hemos descubierto que los nacionalistas catalanes usan a los mismos términos que los andaluces --no querían ser “palmeros”--, manipulaban el Parlament como si fuera su cortijo, a la manera del peronismo rociero del PSOE andaluz, y hasta utilizaron a los Mossos como un ejército de sombras para dar soplos, espiar y otras lindezas propias de los patriotas. Para levantar las banderas alguien tiene que mancharse las manos con estas cuestiones tan prosaicas. Es así. El cuadernillo de Jové nos recuerda al libreto de una ópera bufa, pero sin tensión dramática. Las marcas del guión sólo denotan impostura. Una hoja de ruta con el mismo origen y destino no conduce a ninguna parte. Proclamar la independencia retardada, insistir en una falsa negociación y ejercer la emancipación sin ley válida, sin mandato popular y sin disimular la avaricia que supone pensar --porque lo pensaron-- que conseguirían el tesoro de la región sólo era el señuelo. Las verdaderas opciones de los nacionalistas se reducían a dos: o independencia pactada (un imposible) o independencia unilateral (un delirio).

No nos consta que en la carta de los Derechos Humanos que tanto evoca el exiliado belga se incluya el derecho a imponer tus ideas a los demás. Ni a quedarse con su hacienda. La guerra del soberanismo, apoyada por los difuntos poderes institucionales, y alimentada en la calle por los comités patrióticos (ANC y Òmnium), se confiaba a un hipotético respaldo exterior que hiciera tambalearse al sistema constitucional, que dista de ser perfecto, pero aún guarda las formas. Un disparate. Igual que estos tipos vuelvan a presentarse a las elecciones como si nada hubiera ocurrido. Ni el enfrentamiento civil. Ni la fuga de empresas. Ni el quebranto de las libertades. Hasta Iceta, el candidato del PSC, reclama que los indulten como si estos largos años de conjura los hubieran pasado jugando al dominó con los pensionistas de Mataró. Sinceramente uno ya no sabe qué pensar. Si una tarde fumaron en la war room hierba en mal estado o en algún momento empezaron a creerse sus propias mentiras. La primera opción, por supuesto, nos parece más piadosa que la segunda.