El tiempo pasa y ayer hizo 30 años de la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en los que el deporte español alcanzó importantes cimas, la ciudad se refundó y la sociedad española perdió muchos de sus complejos. Nuestra entonces joven democracia brilló frente al resto de Europa y el mundo. Lo que ahora algunos denominan “régimen del 78”, pretendiendo con ello establecer una línea de continuidad con el franquismo, ofrecía pocas grietas en cuanto apoyo en las encuestas, también en Cataluña. Solo dos años antes, Jordi Pujol, que tenía previsto reunirse con Mijaíl Gorbachov, quien se encontraba de visita relámpago en Barcelona para ver las obras olímpicas, cita que no pudo llevarse a cabo por problemas de agenda, emitió un comunicado en el que lamentaba no haber podido mostrarle al mandatario soviético “cómo es posible la convivencia dentro de un mismo Estado de nacionalidades con personalidades tan diferentes como Cataluña, en contra de lo que sucede en las repúblicas soviéticas que han declarado su independencia” (en alusión a las naciones bálticas). Sorprende leer esto tres décadas después, sobre todo tras lo que hemos escuchado durante el procés sobre lo nefasta que fue la Transición. Los Juegos de Barcelona fueron sin duda la plasmación de la España plural y desacomplejada nacida con la Constitución.
Sin embargo, en el nacionalismo pujolista ya anidaba mucho de lo que a partir de 2012 se desencadenó. Veinte años antes, los jóvenes Joaquim Forn y Josep Rull, educados en la JNC, no solo intentaron aprovechar el impacto internacional de los Juegos para explicar a los visitantes mediante pancartas y pasquines que Cataluña era una nación oprimida, sino que tenían previsto actuar el día de la inauguración. Querían dar la campanada. Recientemente, quien en 2017 fue consejero de Interior y se ha pasado tres años en la cárcel, ha explicado en una entrevista en El Periódico que en 1992 dedicó un año sabático en su despacho de abogados para dirigir la campaña Freedom for Catalonia. “Ahora visto en perspectiva me arrepiento: teníamos previsto que en la inauguración se pusieran voluntarios ante la tribuna con una pancarta del Freedom”. Forn explica entre líneas que los jefes en CDC, incluyendo a Pujol por supuesto, se lo desaconsejaron, pero que él ahora se arrepiente. “Teníamos la gente dispuesta a hacerlo. Había medidas de seguridad, pero el tema de los voluntarios era un coladero. Uno de ellos era Josep Rull, preparado para hacer lo que hiciera falta”. En definitiva, que 30 años atrás, cuando todo parecía ir bastante bien en España, cuando el Estado se había gastado una millonada en inversiones en Cataluña y nadie hablaba de “expolio fiscal”, cuando el hecho lingüístico del catalán apareció ante el mundo con absoluta normalidad al lado del castellano, el inglés y el francés, y los Reyes entraron en el estadio bajo el himno de Els Segadors, los jóvenes cachorros ya estaban dispuestos a joder la marrana. Y nada de lo que sucedió después les fue ajeno.