El gobierno de Pedro Sánchez ha acertado con su decisión de abrir el puerto de Valencia a los desventurados del Aquarius, ahora navegando también a bordo del Dattilo y el Orione. Es un acto humanitario que tenga las consecuencias de futuro que vaya a tener en la política de acogida de refugiados está plenamente justificado por su carácter de emergencia. Además, ha dado un respiro al alicaído estado de ánimo del país, desatando una oleada de solidaridad gratificante. Todo muy bien.

El equilibrio entre la buena obra y su explotación publicitaria es siempre delicado. De eso se sabe mucho en los países donde reina la Iglesia Católica con su ostentación de la caridad. Pedro Sánchez ha sabido aprovechar una torpeza voluntaria del nuevo Gobierno italiano --deseoso seguramente de provocar una crisis en Bruselas sobre este asunto para desviar a otra Lampedusa la presión inmigratoria sobre su Lampedusa particular--, para marcar claramente un giro radical respecto de la política del PP. Tiene un valor político que merece ser subrayado y elogiado. Y lo ha sido por todo el mundo, prácticamente.

A partir de aquí, se intuye el exceso, no del todo atribuible al afán de protagonismo de los gobernantes; también los medios de comunicación ayudan lo suyo aplicando un tratamiento periodístico con tendencia a la sobredimensión populista de la tragedia, en este caso, al heroísmo institucional que provocando el orgullo nacional evita dicha tragedia. En los tres barcos viajan 630 personas, 630, no las 14.000 que España debería haber acogido según su compromiso ante Europa. Una cifra de inmigrantes modesta dada la magnitud del reto, que debe corresponderse al número de los salvados de morir ahogados por uno de los barcos-ong  en una de sus jornadas rutinarias, mientras soportan el acoso de las fragatas militares.

¿Cuántas comisiones habrá que crear para recibir correctamente y atender a los viajeros del Aquarius? ¿Cuántos ministros, presidentes de comunidad, alcaldes, directores generales deberán acudir al muelle a recibir a estas personas agotadas, enfermas y probablemente desorientadas? Lo relevante, la verdadera cuestión de Estado, es la decisión tomada de ofrecer el refugio, saltándose un consenso europeo para mirar hacia otro lado; por el contrario, para un Estado serio, la logística de acoger 630 refugiados no debería ser motivo de preocupación, ni de alardes innecesarios, ni competiciones institucionales de solidaridad a pequeña escala. Se hace y punto.

Claro que ahí, en el muelle y a la hora convenida, estarán las televisiones para dar en directo el desembarco. Toda una tentación para los gobernantes que habiendo tomado una decisión correcta la pueden estropear por un eventual exceso en la instrumentalización publicitaria de su materialización. Para redondear su éxito, Pedro Sánchez debería prohibir la presencia de los políticos en todo el perímetro del puerto de Valencia. Solo médicos, ambulancias y personal cualificado para atender física, psicológicamente y administrativamente al pasaje rescatado de la deriva decretada por otro gobierno. Allí no hay medallas a recoger, solo personas a las que atender.