Una imagen de archivo de la tienda Santa Eulalia / ARCHIVO SANTA EULALIA

Una imagen de archivo de la tienda Santa Eulalia / ARCHIVO SANTA EULALIA

Pensamiento

Santa Eulalia: los Taberner y los Sans, siete generaciones de hilo y escaparates

Santa Eulalia, la selecta tienda de moda, mantiene su capacidad competitiva frente a los grandes con el apego a la tradición y el saber que sigue siendo admirada

21 febrero, 2021 00:20

Las tiendas y los hoteles que uno reconoce como el paisaje de la infancia se aman más que las patrias. Es la sensación que ofrece Santa Eulalia, la selecta tienda de moda enclavada en el cruce entre el Pasaje de la Concepción y el Paseo de Gracia, en el número 93. En su anterior ubicación, dos calles más abajo sobre la misma arteria vertebradora, Santa Eulalia llegó a ser un puntal civilizatorio en la época de los trenes de humo, el café Términus y el Salón Rosa. Pero su origen es muy anterior: nació concretamente en 1843, de la mano de Josep Taberner y de su hijo Salvador Taberner, en el Pla de la Boquería, a escasos metros del Gran Teatro del Liceo. En la primera década del siglo pasado, en 1908, Domingo Taberner, nieto del pionero y destacado empresario, se asoció a Lorenzo Sans Vidal, el bisabuelo de Luis Sans Mercé, el dueño y director actual que conduce el negocio de forma compartida con su esposa, Sandra Domínguez.

El tronco Taberner es el de los Valls-Taberner, que unificaron sus apellidos durante la generación de Fernando Valls-Taberner, jurista, político de la Lliga Regionalista, exponente de la historiografía romántica catalana y padre de Lluís Valls-Taberner, ex presidente del Banco Popular. Tres generaciones Taberner y cuatro Sans --siete en total-- enmarcan la continuidad de unos escaparates que tiñen el perfil de la ciudad, en liza ahora con las multinacionales instaladas, pero sin la proximidad de la histórica tienda, que además, en su interior, ofrece artículos de las mejores marcas.

Público apacible y manso

El escaparate, símbolo de la modernidad licuado por la crueldad de lo contemporáneo, ofrece una inmovilidad palpitante. La cotidianidad del curioso o del comprador tiene el poder de una interacción irradiante y dinámica; delante del cristal, la mirada es un juego de color, tejido y forma. Ahora, en las aceras vacías de la pandemia, el transeúnte se sumerge fácilmente en la nostalgia abundosa de los urbanitas. Joseph Roth decía que los folletines no deben escribirse con la mano izquierda, que no son guarniciones sino platos principales. Lo mismo ocurre con algunas tiendas: Santa Eulalia, por ejemplo, es un plato destinado a un público apacible y manso, que gravita a su alrededor con sedante monotonía. Además, para hacer llevadera la impaciencia del lujo, la casa ofrece un tránsito relativamente fugaz por la terraza instalada en el primer piso, patria para el nómada y refugio de cafeteros ávidos de periódico.

Tríptico de camisería a medida de Santa Eulalia / ARCHIVO

Tríptico de camisería a medida de Santa Eulalia / ARCHIVO

El río generacional de Santa Eulalia que conduce a su actual gestor, Luis Sans, es el trayecto que va desde la Alta Costura del medio siglo XX hasta el prêt-à-porter selectivo de nuestros días. El actual patrón de la prestigiosa tienda lo resume con estas palabras: “a 178 años de la fundación de Santa Eulalia, nosotros mantenemos el pulso a los desafíos globales de hoy, ofreciendo excelencia en nuestra selección de moda y presencia en el mercado digital, con el añadido de una tienda elegante, confortables y céntrica”.   

Profesionales de todo tipo

La tienda es un remanso en pleno desbarajuste social. En la calle, como el caso de la novela de Kafka, el Proceso flota en el aire, pero nadie sabe de qué proceso se trata; la crispación es una infantilización del mundo al compás de un himno prusiano. Pero finalmente, el mejor remedio para este tipo de desvaríos es una compra salutífera en Santa Eulalia, que factura alrededor de 20 millones de euros al año y emplea a unas setenta personas.

Sumergirse en el lujo siempre ha sido una bendición para curar la errancia. Y uno puede echar mano también de la compra digital, porque en cada comienzo estacional, el cliente fijo, crème de la industria y los negocios, renueva su armario. Metalúrgicos, cementeros, editores, siderúrgicos, químicos o profesionales de alto sello engrosan la lista de Sans y menudean su atelier de sastrería.

Casi al final del ochocientos, Domingo Taberner demolió los edificios colindantes de su local en la Boquería y levantó uno nuevo, bajo el nombre de Almacenes Santa Eulalia, con la imagen en lo alto de la copatrona de Barcelona --todavía se conserva en el mismo sitio--, cerrando un conjunto, obra del arquitecto modernista Pere Falqués, autor de las farolas del Paseo de Gracia.

Entre la fundación de la tienda y 1915, la empresa basculó de los Taberner a los Sans, antiguos propietarios de una tienda textil, Las Columnas, en la misma Boquería. El hijo de Sans Vidal, Luis Sans Marcet (abuelo del actual Luis Sans) se hizo cargo del negocio con la ayuda de uno de los bancos de familia de la época, concretamente el Banco Marcet de Terrassa, puntal del momento isabelino en el Vallès de Alfons Sala i Argemir, conde de Egara, enorme político conservador y diputado en cortes por el Partido Liberal Dinástico. Las cosas dieron un giro para bien, cuando en 1926 el grupo realizó su primer desfile de moda, fruto del talento de Pedro Formosa, director creativo de la casa hasta 1970.

Tienda del Pla de la Boquería, detalle del cuadro de Achille Battistuzzi de 1873 / MNAC BARCELONA

Tienda del Pla de la Boquería, detalle del cuadro de Achille Battistuzzi de 1873 / MNAC BARCELONA

Fue el momento de los cartelistas y los Sans supieron aprovechar aquella tendencia que revolucionó la estética y fundamentó la imagen de marca como símbolo de una actividad a medio camino entre el diseño y la manufactura. José Luis Rey y Henry Ballesteros modelizaron con sus carteles la fachada del Pla de la Boquería. En 1941, cuando todavía resonaban las exequias de Alfonso XIII, con Santa Eulalia, implantada ya en Paseo de Gracia 60, penúltima singladura, los Sans lideraron el desfile inaugural de la entonces prestigiosa Cooperativa Española de la Alta Costura, celebrado en la cúpula de Coliseu. Llegó una breve estancia del negocio en Tánger, la plaza off shore de su tiempo en el norte de África. Santa Eulalia presentó sus colecciones en el emblemático Hotel Minzah destinadas a la colonia internacional en un tiempo de arbitrajistas monetarios, inversores fugaces y agentes del espionaje británico en la zona más caliente de la Cornisa, tras la II Gran Guerra.

Capacidad competitiva

Los años 50 y 60 de la pasada centuria, con el fin de la autarquía económica, marcaron la edad dorada de los Sans, que llegaron a tener una plantilla de 720 empleados. Santa Eulalia dedicó sus escaparates a los Festivales Wagnerianos de Barcelona, se presentó en Venecia y Nueva York; inauguró instalaciones en Port Balís de Sant Andreu de Llavaneres, lanzó sus primeras colecciones prêt-à-porter e incorporó a Jorge Olesti como director creativo. Lorenzo Sans Roig, tercera generación, fue el hilo conductor de aquellas décadas, hasta tomar el control del negocio, en 1981. Poco después, en 1988, tras la muerte de Sans Roig, su hijo Luis Sans Mercé entró en la línea sucesoria. Desde entonces, Luis, como representante de la cuarta generación Sans y séptima de Santa Eulalia gobierna un altiplano de menor volumen, pero con capacidad competitiva frente a los grandes que tratan de monopolizar el sector desde la confección.

Planos del nuevo edificio del Pla de la Boquería en 1898 / ARCHIVO

Planos del nuevo edificio del Pla de la Boquería en 1898 / ARCHIVO

Las sastrerías se han convertido en cadenas de montaje; la robotización del hilo y de la aguja trata de ganar una guerra sin bandos de todos contra todos. El consumo implosiona, pero el color y el tacto nos mantienen. No se han acabado ni Piccadilly Circus ni el Boulevard parisino de los Anticuarios ni el cruce del Paso de Gracia con su pasaje único de la Concepción, lobby de Santa Eulalia. En la antesala de una descomposición aparecen los rostros salvadores de Klee, Adorno, Kracauer, Kraus, Büchner y otros más cercanos, como Blanchot o Leiris; son los nombres que acompañan al diagnóstico de la sacudida. Pero del mismo modo que el fordismo no acabó con los automóviles bonitos, la confección del modo de producción asiático no puede liquidar la belleza indumentaria. En la ciudad de los escaparates siempre gana la mirada.