El corazón de la probeta (5): la Cros, química profunda y origen de los derivados
La empresa, una de las joyas que ocupó el establishment en los tiempos de la dedocracia, fue el punto de partida de la industria química española moderna
30 diciembre, 2018 00:00Los tertulianos de Josep Pla en Calella de Palafrugell solían dedicar un paréntesis a la economía a cargo de Joan Sardà Dexeus, un asistente habitual, catedrático de la Universidad Autónoma y gran monetarista, que fue consejero de SA Cros en la última etapa de su vida. Pla lo definió como un “enorme escéptico capaz de entender la moneda mejor que el liberal Laureà Figuerola, fundador de la peseta”. El resto de tertulianos, nada menos que Jordi Nadal, Fabián Estapé, Ibáñez Escofet o Joaquim Maluquer, le rendían pleitesía cada vez que Sardà hablaba del fin de la industria textil y de la fulgurante industria química del futuro. En los atardeceres de fuego sobre el poniente, café, copa y genio, se hablaba de economía, arte, ciencia o literatura universal; de todo menos de política, en un país tocado por los cambios inminentes.
Las acciones de la Cros habían dejado de ser el oro en barras que compraban y vendían los agiotistas del Bolsín catalán de la calle de Avinyó de Barcelona, un mercado al amparo de la liquidez ofrecida por la Banca Arnús-Garí y también uno de los primeros focos del dinero negro anteriores a la Ley de Valores (1989). En el Bolsín, los temerarios emulaban al Keynes de los tiempos del grano y de la libra esterlina fuerte, atraído por la inversión en valores, que el gran economista británico consideraba “un deporte de riesgo”. Fue así, durante la Restauración, la II República y el periodo de gracia abierto entre los últimos años setenta y su interrupción, en los primeros noventas, con el desembarco de la contabilidad financiera y las manos expertas de los auditores externos sobre los balances de las compañías cotizadas. La desaparición de Josep Pla y la lenta extinción de los cronistas catalanes coincidió con el último repunte de la SA Cros, empresa química de referencia fundada por capital francés en el ochocientos y llevada con manos atentas (Francisco Godia o Juan Antonio Delgado), hasta su penúltima estación, la entrada del capital kuwaití (KIO), su fusión con Explosivos Río Tinto y la caída en desgracia final del Grupo Ercros.
La Cros puso en marcha el cracking a gran escala que descomponía el petróleo en la producción de sus derivados, como el carburante, el plástico o las cadenas de polímeros que están en la base de la química del carburo, los laboratorios de las grandes marcas familiares, desgranados en esta serie (Esteve, Andreu, Uriach, Amirall, Ferrer, etc.) y su evolución hacia la llamada “industria del cuidado” y la química fina (perfumería). La Cros fue el origen de la industria química española moderna, pero también fue víctima de la turbofinanciación a la que fue sometida por KIO, con efectos devastadores. Cuando se entornaba su tiempo con el cierre de su edificio sede de Paseo de Gracia, el modelo de financiación empresarial trabajado a fondo por autores, como Ros Hombravella y Petit Fontseré, indicaba con nostalgia el gran momento perdido de la banca industrial.
En la figura de Sardà desembocó toda una época de tensiones y curiosas reparaciones. Durante la guerra española, el prestigioso economista, que había estudiado en la London, huyó de España por el Rosellón y entró de nuevo por Irún en el bando nacional para acabar, después de un breve paso por un campo de prisioneros, en Burgos trabajando en los boletines informativos de Serrano Suñer. Años después, estableció relaciones con el recién creado Fondo Monetario Internacional y participó en la génesis del Banco Mundial; publicó La política monetaria y las fluctuaciones del XIX , considerada su gran aportación teórica y se convirtió en el jefe de Estudios del Banco de España. El Sardà de un momento crucial para el economía española actuó como el cerebro del cambio de modelo económico que iniciaba la liberalización en los sesentas y lo hizo en equipo, junto a Luis Ángel Rojo o Pepe Varea; y mucho antes con el mismo Lluc Beltran, coautor con el joven Sardà de Los problemas de la banca catalana (1933), un libro sabio y precursor del desastre, que influyó en el análisis del político regionalista Francesc Cambó.
La Cros fue una de las joyas que ocupó el establishment en los tiempos de la dedocracia. Entre 1959 y 1965 desempeñó su presidencia Josep Valls Taberner, un conocido empresario textil (padre del Lluís Valls Taberner expresidente del recién extinguido Banco Popular) quién, en nombre de Banesto, asumió los más altos cargos en otras grandes sociedades, como Industrias Agrícolas y Aguas de Barcelona (Agbar). En el caso de Agbar, la presencia del Estado fue consecuencia directa de los cánones y concesiones de agua, que se encargó de gestionar Mariano Calviño, un destacado miembro del partido único, como lo fue Pedro Sangro Ros de Olano en el Comisariado de La Caixa, impuesto desde El Pardo. En la SA Cros, la estatalización estuvo marcada por el control autárquico de las materias primas importadas, que la compañía pagaba en pesetas al Tesoro Público y el Estado entregaba en divisas al socio exterior.
Bajo el impulso de cargos como Sardà o Fernando Gimeno, la Cros de la etapa en que estuvo presidida por Josep Maria Bultó (asesinado por EPOCA --precursor de Terra Lliure-- en 1977) diversificó sus inversiones adquiriendo Electroquímica de Flix, Amoniaco Español --una filial prometedora de la norteamericana Esso-- y los populares Laboratorios Doctor Andreu. Saltó de los fertilizantes, que la habían hecho grande, a un futuro centrado en la probeta y destinado a internacionalizarla. Al final de los derivados del crudo estaba la farmacología y Cros quiso ser un campeón capaz de integrar, aguas arriba y aguas abajo, un conjunto que empezaba en la extracción minera, pasaba por el laboratorio y acababa en el retail del consumo de medicamentos a gran escala. Afinaría su integración desde los costes competitivos en el comienzo de su cadena de valor, hasta los jugosos márgenes producto de la venta al público. El proyecto industrial resultaba creíble pero su situación accionarial dificultaba el proceso por la presencia en su capital del grupo griego Livanos, que llegó a ser el principal accionista de Cros, con una participación del 30%. La Barcelona financiera recuerda todavía hoy una convulsa junta de accionistas de la empresa química que tuvo lugar en el antiguo cine Novedades (Mi adiós a Barcelona, Francisco de Porcioles; 1973), en la que los accionistas autóctonos no consiguieron unir a su causa a los bancos Banesto e Hispano Americano para hacer frente a una oferta de ampliación de capital presentada por Livanos, una operación que la ley consideraría hoy una OPA hostil. En verano de 1972, Narcís Andreu, hijo de Josep Andreu Abelló --expolítico de Esquerra Republicana, expresidente del Tribunal de Casación nombrado por Lluís Companys, banquero en Tánger y finalmente vinculado a Bankunion--, obtuvo una opción de compra sobre la participación de Livanos e inició una negociación con los grandes bancos en los que confiaba Bultó. Antes del vencimiento de la opción de Andreu, se presentó en persona Emilio Botín (el abuelo de la actual Ana Botín), presidente del Banco Santander --así lo narra Francesc Cabana en 37 anys de franquisme a Catalunya; Enciclopèdia Catalana--, adquirió el paquete del incómodo accionista griego e insufló el oxígeno necesario para encarrilar de nuevo a la gran empresa cotizada.
La economía española crecía a ritmos elevados, pero contestados por una inflación galopante que se hizo crónica hasta la llegada de los Pactos de la Moncloa, inspirados por Fuentes Quintana, el sabio de Carrión de los Condes. Cros dispuso de un plan industrial incontestable, pero se debatía en medio de la incertidumbre macroeconómica, los tipos de cambio y las devaluaciones competitivas, que le causaban enormes pérdidas como empresa importadora. Botín empezó a desprenderse de sus acciones al ritmo de una Bolsa alcista y en 1977 colocó a Francisco (Paco) Godia en la presidencia, tras la salida de Bultó, el hombre que había perdido su trono a cambio de fundar el Banco Industrial de Cataluña, la primera ficha en romper el statu quo financiero de los llamados Siete Grandes. Sin obtener casi nada a cambio, la Cros perdía el hilo del sanedrín al que pertenecieron Valls Taberner, Manuel Bertrand i Serra, Enric Martí i Carretó, Agustí Montal, Miquel Sans, Josep Maria Juncadella --citados a menudo en medios como Destino, Sábado Gráfico, Actualidad Económica, Fomento de la Producción o la archiconocida columna semanal de Feliciano Baratech, en La Vanguardia-- todos ellos miembros de la junta de Secea, un grupo algodonero de poderoso enunciado y corta vigencia, producto del derrumbe textil.
La Cros lució su plenitud durante algunos años más, especialmente por sus rifirrafes accionariales y el toque mediático de su penúltimo presidente, Paco Godia, el dueño del Conventet de Pedralbes --un conocido recinto franciscano de las Clarisas-- abogado y ex piloto de carreras a bordo de un de Maserati en el autódromo Terrramar de Sitges y en el circuito urbano de la alta Diagonal. Pese a su aparente fortaleza financiera, la Cros del último cuarto del siglo pasado había perdido el duende de la ciudad de los negocios, recreada por Bultó, el empresario del Bentley importado, gracias al cupo de los afectos, “acompañado siempre de un chófer con gorra y polainas” (Una vida entre burgueses, Manuel Ortínez, Ed. 62).