Una acertadísima máxima militar dice: el plan dura hasta que se escucha el primer disparo. Mike Tyson, que pese a ser uno de los mejores boxeadores de la historia no era un hombre conocido por su sabiduría, supo adaptarlo a la vida civil de una forma excelente. Todo el mundo tiene un plan hasta que le dan un puñetazo en la cara. Ambas expresiones vienen a referir que, en la situaciones de estrés, la planificación tiende a saltar por la borda y el que mejor parado sale suele ser quien improvisa de forma más acertada.

Si bien esto es una verdad innegable, no es menos cierto que las personas que comparten esta filosofía suelen ser también aquellas que están hechas al sufrimiento, el riesgo, el dolor. Personas, como los soldados, entrenados para ser prescindibles y acatar órdenes que pueden ser perjudiciales para la propia integridad en pos del bien común. En definitiva, individuos opuestos de forma diametral al ciudadano medio de una sociedad democrática occidental. En estos, la ausencia de un plan por parte de quien gobierna suscita desconfianza, confusión, miedo.

El español, como todo europeo, exige del Gobierno y sus representantes capacidades organizativas que justifiquen el desmesurado coste que supone su exorbitante sueldo pagado del bolsillo propio. Por ello, actuaciones como las vividas esta última semana por parte del Gobierno de la Generalitat en Cataluña en lo referente al sector farmacéutico son del todo intolerables. O lo serían de no haber un abultadísimo sistema mediático cubriendo sus vergüenzas, esta vez sí, con destacable eficacia. Repasemos un poco la situación.

El jueves 9 de abril, el MHP Joaquim Torra despachó en RAC1 la noticia de que el Govern iba a repartir 14 millones de mascarillas tipo FFP1 reutilizables de forma gratuita el mismo martes 14. Recordemos que no existe el concepto gratuito en lo referente al gobierno, dado que todo lo que entreguen ha sido pagado con anterioridad por el contribuyente. Horas más tarde, la portavoz de la Generalitat Meritxell Budó se vio obligada a precisar que la entrega citada por el MHP sería escalonada, siendo la primera remesa de 100.000 unidades, dado que el anuncio del líder catalán había sorprendido incluso al propio ejecutivo.

Ante esta situación, el Govern se vio obligado a rectificarse a sí mismo 24 horas después, ante la imposibilidad logística de cumplir con las declaraciones unilaterales del president. Así, estas mascarillas serían de tipo FFP1, desechables, y no serían entregadas hasta el lunes 20 a las farmacias. No obstante, quizá para paliar un poco este jarro de agua fría, se apresuraron a añadir que la primera entrega sería de 1,5 millones de unidades.

Por su parte, el colectivo de farmacéuticos informó desde el primer momento que las cifras con que trabajaba el Govern estaban alejadas de la realidad de una forma escandalosa. Los primeros datos, 100.000 mascarillas, repartidas entre un conjunto de 3.212 farmacias catalanas, dejaban un total de 32 mascarillas por oficina. La segunda, 1,5 millones, significaban 470, pero al ser estas desechables su consumo sería mucho más rápido y elevado.

Toda esta información, de la mano del administrador particular de una de estas farmacias, como es mi caso, está más allá del alcance general de la población. Mucho más si estos dires y diretes se llevan a cabo con pasmosa celeridad, siempre en segunda plana de los periódicos, de palabra en lugar de mediante comunicados oficiales por escrito y plagados de contradicciones. Huelga decir, por supuesto, que los propios farmacéuticos no han sido informados de nada, enterándose gran parte de ellos por la propia prensa. El ciudadano medio, trabajador honrado que cumple con sus deberes de forma religiosa, no dedica el tiempo necesario a esclarecer estos nudos gordianos informativos como tampoco lo hacía yo antes de empezar a ganarme la vida en este sector.

De esta forma, muchos de los clientes habituales de mi farmacia han preguntado por el tema, mostrando su intención de presentarse el mismo martes a recoger lo que es suyo. Es obvio que, ante la falta de este material el mismo día de entrega y la posterior escasez prevista dada la diminuta cantidad a recibir por parte de la administración, máxime cuando además se ofrezca una alternativa de pago frente a la incluida en el seguro, el descontento será mayúsculo. Sin contar que un grupo de personas agolpadas frente al mostrador supone un peligroso foco de infección contra el que en principio estábamos luchando todos juntos.

De entre todas las cosas peligrosas que uno puede hacer en una sociedad en principio civilizada, una es gritar "¡fuego!" en un lugar atestado de gente. Los seres humanos, animales gregarios por naturaleza, son proclives al miedo sobretodo cuando se encuentran agrupados. Esto hace que el pánico cunda de forma fácil entre nosotros pero, a su vez, también convierte al temor en una excelente herramienta para dirigir la voluntad de las masas. Pese a ser un claro ejercicio de relativismo moral, es innegable que es una estrategia factible, viable y eficiente.

De un tiempo a esta parte, el farmacéutico ha sido considerado por una parte crítica de la sociedad como un villano. Es el tipo que retiene las mascarillas entregadas por el Gobierno, que le sube el precio de forma desorbitada, que no trae los geles hidroalcohólicos que evitan el contagio, que recibe subvenciones de dinero público. Ahora, el Gobierno de la Generalitat señala hacia ellos con frivolidad pasmosa. Ellos tendrán vuestras mascarillas el lunes, dicen, sabedores (no hacerlo sería de una incompetencia criminal) de que es imposible. Nosotros ya las entregamos, añadirán el día 21. Son ellos quienes no las dan, quienes quieren vender las suyas, ganar dinero a costa del sufrimiento ajeno; se intuirá de estas declaraciones. Y el ciudadano honrado, trabajador, que nada ha de saber de estos temas, se sentirá engañado. Pero no por la administración, no por quienes gobiernan. Sino por alguien mucho más cercano, tangible. No serán los de arriba, sino ese de ahí.

Es peligroso alentar el temor de las masas,  aunque pueda llegar a resultar muy provechoso desde el punto de vista político. Ahora, de forma ladina, volvemos a encontrar a la administración dirigiendo el miedo de las personas hacia un tercero, un particular, para excusar su nefasta administración. A mentir, desmentir, volver a mentir, generando una intrincada red de informaciones cruzadas diseñadas para confundir al receptor. Generando una confusión que lleve al miedo. Gritando "¡fuego!" en una sala de cine. Espantando al rebaño.