Dos situaciones engullidas por el tiempo, una es ficción y la otra realidad. Montano, el personaje de Enrique Vila-Matas, es aquel señor que sale un día a la calle y se identifica con un familiar que ha sido tragado por la boca de una estación de metro. Francesc Xavier Vila es un catedrático al que nombran secretario de política lingüística de la Generalitat y se esfuma por la bocacalle del monolingüismo. Los dos desaparecidos están en lo suyo.
El familiar de Montano vive bajo el matrónimo de Rosario Girondo, utilizado para contar las mil historias de la literatura hasta fundirse él mismo con la literatura. Por su parte, Vila se entrega al apartheid lingüístico. ¿Sabemos que piensa él del señalamiento del consejero de Educación, Josep González Cambray, a un menor del colegio Turó del Drac, de Canet de Mar, cuyos padres exigen más horas de castellano? El Govern ningunea a los padres del menor; PP, Ciudadanos y Vox hurgan en la herida; socialistas y comuns, terceristas ambos, piden que se aplique la ley del 25%. Todos esconden esta misma verdad: "Las lenguas, como las religiones, viven de las herejías" (Unamuno).
Cuando la noche desciende por las montañas, Francesc Xavier Vila se refocila junto al fuego releyendo su Biblia de la Normalización. La Religión del Libro se entrega el culto de lo remoto, celebra la belleza del mandarín y de las lenguas normandas, atridas o asirias, al tiempo que combate al castellano, origen de todos los males. En la calle, un grupo de amigos cantan a coro en español ladino, intercambian pacos y se pelean por pagar la última ronda. Cuando despunta el alba, las pantallas siempre encendidas disparan ráfagas de mensajes encriptados en catalán y castellano. Vila siente entonces nostalgia de un tiempo en el que ambos idiomas convivían en paz, antes de que la guerra de los gramáticos despedazara a una sociedad homogénea. "Un idioma te pone en un pasillo durante toda la vida. Dos idiomas te abren todas las puertas a lo largo del camino", escribió Frank Smith, el lingüista demediado en el Canadá de francófonos y anglófonos.
Todo entra en barrena en el momento en que president de la Generalitat, Pere Aragonès, reúne a sus consejerías para dar la orden de "multiplicar la normalización lingüística" desde todos los flancos posibles. Prietas las filas, el rumor se convierte en estruendo: camarada contra camarada; proletario contra proletario; artesano contra artesano; rico contra rico; excluido contra excluido. No es una guerra social. Es mucho peor, es la guerra sentimental sobre un tablero, pero con cuchillos por debajo de la mesa. No se cuentan las bajas, solo se amontonan las tristezas. Es el confín, no del mundo, pero sí de la felicidad.
Los dos desaparecidos regresan. El familiar de Montano inicia su último viaje a la imaginación y Francesc Xavier Vila echa de menos su cátedra de investigación, con analistas en tejanos y monotonía de lluvia tras los cristales. Pero ya es demasiado tarde. El mito fáustico se ha instalado en su corazón. ¿Vendió su alma al diablo a cambio de comandar la política lingüística de la Generalitat? Sea como sea, hoy desempeña el poder más alto de un Govern que ha trocado la independencia por la hegemonía absoluta del catalán.