Coca-Cola es la memoria del ave Fénix. Su último renacimiento le ha dado a la embotelladora Coca-Cola European Partners 2.000 milones de euros de beneficios, una cantidad que algunas de las compañías de mayor volumen no alcanzan como cifra de facturación. Su marca duerme bajo una mercantil cotizada en el mercado continuo de la Plaza de la Constitución, en la City de Londres, en Wall Street y en Amsterdam --capital de bibelots y diamantes-- demostrando a diario que el objeto no hace al arte.
La famosa fórmula mágica de excesos azucarados no conquista mercados por si sola, del mismo modo que los zapatos de Joyce o los guantes de boxeo de Arthur Cravan no vendían novelas. Son las historias las responsables del éxito, no sus anécdotas. Y dentro de las historias viven sus protagonistas, como Sol Daurella, la presidenta de la embotelladora, mucho más dueña de la marca de lo que todos creemos. Está arrebatando cuota a las bebidas energéticas, hasta el punto de que Coca-Cola ha vuelto a los pasadizos del básquet y a los vestuarios del fútbol.
Los Daurella y otros accionistas de Coca-Cola Enterprises, que controlan el 48% de la nueva sociedad, dieron luz verde hace tres años en EEUU a la nueva formulación de una holding compleja desde el punto de vista de su privacidad. La remodelación refundó Coca-Cola con 50 plantas en Europa y unos 27.000 empleados, que tendrán como referencia un mercado de más de 300 millones de personas en 13 países. Detrás de la mayoría accionarial se encuentra la matriz de la multinacional de Atlanta, The Coca-Cola Company, que también controla otra participación directa del 18% en la filial europea. Pero Daurella no anda lejos. La hija de José Daurella, un empresario en extremo discreto que, antes de morir, dejó a Sol al frente del negocio pensando en que la salida a flote de la segunda generación haría más llevadero el peso de la púrpura.
Los Daurella pertenecen a una capa social que unió el éxito empresarial al anhelo de democracia en los años de silencio. Lo hicieron sin ruido pero con determinación; la misma que tuvieron hombres discutibles como Francisco Godia (Cross) o José Antonio Samaranch, marcado por la tradición corporativa, capaz de convertir el olimpismo en una arma política implícita pero enormemente efectiva.
Pepe Daurella traspasó su batuta en silencio. Su industria se revela ahora como un operador que gestiona su idoneidad industrial y que antes de llegar al retail ha levantado, aguas arriba y aguas abajo, una cadena de valor cualitativamente superior al hecho de consumir. Coca-cola es una marca que se hizo producto genérico, que ha evolucionado en los infiernos del rigor alimentario, y que ha vuelto a la hegemonía. Cioran la colocaría entre los indiferentes y los insatisfechos; Walter Benjamin la calificaría como una epopeya de la modernidad.
Daurella nos diría que la voluntad democrática de la mayoría es fuente del derecho y no al revés. Pero, al mismo tiempo, su estatuto de ciudadanía no aceptaría de ninguna manera la vulneración del Estado de derecho que practican los independentistas
Cuando en 2014 Sol Daurella dejó su vocalía en el consejo de administración del Banc Sabadell daba un paso al lado para centrarse en la embotelladora. Había trabajado con Josep Oliu, uno de los financieros mejor formados del mercado europeo. Muy pronto renunció también en Ebro Foods y más tarde dio un salto al consejo del Banco Santander, presidido por Ana Botín.
Daurella formó parte de Diplocat, el consorcio que ha tratado de internacionalizar la independencia de Cataluña, pero abandonó esta instancia por presiones del Banco Santander. Su fuga catalana fue especialmente del agrado del presidente ejecutivo de Coca-Cola Enterprises, John Brock, que ocupa el cargo de consejero delegado en la embotelladora europea. Ella nos diría que la voluntad democrática de la mayoría es fuente del derecho y no al revés. Pero, al mismo tiempo, su estatuto de ciudadanía no aceptaría de ninguna manera la vulneración del Estado de derecho que practican los independentistas. Daurella se refugió en el silencio pero el Santander hervía cada vez que la cúpula soberanista asestaba un nuevo golpe al constitucionalismo español. Es difícil compaginar la sede de los Botín en el Paseo de Isabel II de Santander con la catalanidad insurreccional. Es casi imposible marcar un golpe certero en los verdes de Pedreña si la nostalgia te transporta a los plantes ante del poder del Estado.
Cuando aceptó su cargo en el Santander se dio por descontado que su decisión tenía que ver con la fuerte presencia del banco de los Botín a orillas del Sena, donde tiene su sede corporativa Coca-Cola European Partners. Además hace ya varios años que Daurella instaló su residencia profesional en la capital británica.
La industria difunde intenciones. El emprendedor define la emancipación de la cadena de producción en relación a su propia capacidad de crear; vende como el que traslada perfumes recargables, pero su opinión política importa porque va unida al catálogo de sus ideas, estrategias, inclinaciones, victorias o fracasos. En el último eslabón, esta opinión evita que el ciudadano sea sustituido por el consumidor.