Su cara-limón desprende escozores. Dejó una impronta lamentable en su pueblo, La Garriga, especialmente entre los miembros de su propio equipo municipal, porque, “sin mí no pueden”. Ella fue alcaldesa de CiU y del PDeCAT soberanista, antes de vender su alma a JxCat; reinó en la mansa localidad del Vallès Oriental, entre paseos de tilos y matorrales de hierba buena, junto al Hotel Blancafort, L’Establiment, donde bullen las lejanas termas de Martí l’Humà y las aguas más recientes, frecuentadas por Enric Prat de la Riba o por Jacinto Verdaguer, el arcipreste bardo; y también, las fuentes caldosas de Primo de Rivera, la espada de Reus, o los baños serenos de Eugeni d’Ors, vanguardia del noucentisme, que se inspiró en los jardines del Blancafort para escribir L’escenografia del tedi.

Ella no expresa jamás complicidad ni alegría; antepone siempre su carrera política. Su lealtad está hecha de material fungible; más o menos como la de su mentor político, Jordi Turull, el ex conseller en prisión, cuyo paso por el Palau de Felix Millet, el mago, dejó secuelas dignas de una nueva instrucción. Sus compañeros de partido dicen que no hace nada por nadie que no le salga rentable; lo contrario de Tirant lo blanc, aquel caballero bien intencionado que defendió la necesidad de afrontar con valentía incluso las batallas destinadas al fracaso. A despecho de la Cataluña milenaria, ella es una convergente del todo o nada; su único precio es llegar a lo más alto, por el placer de experimentar la semiótica del poder en el balcón del Palau, allí donde el Barça celebraba sus copas. Sabe bien cuáles son los momentos estelares de la humanidad, y ya tiene descontado el abandono de Torra; un segundo antes de ponerse la medalla, tirará desde su rincón la toalla del president. Domina el arte de la tinta calamar para pasar desapercibida y perdurar. Es más lampedusiana que verdiana; lee con fruición el José Fouché de Stefan Zweig, en cuyas páginas se aprende el oficio de gobernar contigo o contra ti; de mandar siempre.

La portavoz del Govern, Meritxell Budó / FARRUKO

La portavoz del Govern, Meritxell Budó / FARRUKO

No es la tieta; es la tieta mala, la que siempre dice No. Ejerce de valet de chambre si es preciso, pero con el puñal en el cinto. Es una abrandada de Puigdemont; ambos mantienen una relación en la que ella representa el tiempo meteorológico y el ex president es el tiempo del reloj; son el sol y la hora, el criado Picaporte y el noble Phileas Fogg, los personajes de Julio Verne en aquella famosa vuelta al mundo. Trata de tu a tu al hombre de Waterloo, aunque él sabe bien que un día le preguntará, como César herido de muerte: “¿Tú también hija mía?”

Forma parte de su círculo de confianza y pertenece al Consell per la República, un mecanismo Kerensky diseñado como puente con el futuro para antes de la ruptura final. La Portavoz y consejera de Presidencia es la imagen de la conspiración; que se aten los machos el consejero de Interior, Miquel Buch y la Portavoz de JxCat en el Congreso, Laura Borras, aspirantes ambos a suceder a Torra, un piel de marmota con mala salud de hierro, que nos enterrará a todos.

Meritxell es esclava de la clepsidra, la agenda política, un dragón hambriento a todas horas. Fue la primera en rechazar la presencia del Ejército en Cataluña, la UME que han venido a levantar hospitales de campaña y a desinfectar el Clinic, el Sant Pau, Can Ruti o el Valle Hebrón; una gente que se merece nuestros aplausos y nuestro afecto incondicional, igual que los sanitarios. Además, a poco que uno haya rondado, recordará haber visto soldados españoles en el puente de Mostar, en el Magreb, en Oriente Medio, Afganistán, Centroamérica  y un largo etc de misiones humanitarias. Es vergonzosa la actitud refractaria de los políticos nacionalistas con el uniforme, que “huele a España”, como dicen ellos.

La Budó ha aprendido de su jefe a calcular los límites de su discurso para no pisar el código penal. Aunque de momento, el juzgado de Instrucción número 3 de Sabadell ha incoado diligencias previas por las trabas del Govern al hospital de campaña. El instructor dice que estas trabas podrían ser constitutivos de delito y las pruebas miran de momento a la consellera de Salut, Alba Vergés o a CatSalut; pero el impacto será mayor, cuando entre en juego la Fiscalía. Estamos hablando de retrasar el montaje de un hospital para cobijar enfermos que se han quedado esperando a causa del colapso de las UCI. Cuando lo gratuito se revela esencial, el ser humano se pone a prueba, escribió Italo Calvino, el ensayista que mezcló con maestría la ciencia, las letras y las inclinaciones de los pueblos.

Pasado el momento, Budó sentencia: “El Ejército también se paga desde Cataluña y, si tenemos que disponer de su ayuda, lo haremos". Empatía cero, reconocimiento ni uno y además aquello tan manido de quien paga manda; y ojo que mando yo. La Portavoz del Govern ya destapó el tarro de sus esencias el día (11 de junio de 2019) en que se negó a responder a una pregunta hecha en castellano, argumentando que no había sido formulada anteriormente en catalán. Acabó por ceder, pero ya había dejado el sello del catalanismo  monoglósico, alejadísimo del mar de Paul Valery, aquel Mediterráneo bajo un techo tranquilo de palomas,  que palpita de palabra “entre los cielos y las tumbas”. Una negacionista como Meritxell jamás reconocerá la futilidad de su aparente aplomo. Todo lo tiene estudiado.

Budó solo se entiende con su próxima víctima, el corazón feroz de Waterloo, ido de rositas, lejos de la trinchera para degustar el mosto de granadas al margen de sus camaradas, que son piel de celda y celador. Ella es la tieta impertinente, puesta en casa en las termas Blancafort de La Garriga; una chica de mirada torva que quiere ser la abeja reina.