Juan Rosell deja la CEOE, un poder mineral en horas bajas. El patrón de patrones sueña ya en su nuevo empleo potencial, en lo más alto del patronato de La Caixa. Rosell se ha trabajado sus apoyos en las entretelas del Consejo Consultivo de Foment del Treball, un auditorio que conoce al dedillo.
Las Torres Negras de La Caixa en Diagonal defienden una ciudadela. Su patronato y primer accionista. Quien quiera conquistarla necesita descontar su valor en las mayorías políticas del futuro, una agenda que habla de la vuelta a la legalidad para construir una hegemonía no solamente parlamentaria sino social, con importantes mojones en el mundo de la sociedad civil y la economía del conocimiento. Pero todo empieza por la política y su intersección con la justicia, el enclave de Oriol Junqueras, el reo provisional de Lledoners que ha convertido su celda en un espacio con horizontes, más allá del inminente escrito de la Fiscalía y de las opiniones de togas prominentes, como Pascual Sala o Comas de Argemir.
Está claro que por muy antiprocés que sea –que lo es, y mucho– el mundo de la economía catalana prefiere las lisonjas del perdedor inhabilitado que el castigo penal del delito de rebelión. Madrid, claro, tiene otra vis. Allí, desde la visita al trullo de Juan Rosell, sus compañeros de la organización empresarial se lo reprochan día y noche. Rosell deja la CEOE, tras ocho años de presidencia, con un discurso de despedida (pronunciado el pasado viernes en la sede nacional de la organización), marcado por la inteligencia reptiliana de un adiós sin alharacas. Eso sí, con grandes aplausos de su junta, tras 15 acuerdos en materia laboral, una filiación que ha subido un 35% y un incremento del ingreso en cuotas del 50%.
Un balance impoluto, pero sin despejar la incertidumbre: ¿qué partida se jugó en aquella visita al penal de Lledoners? ¿De qué hablaron Junqueras y Rosell, en presencia de Pepe Álvarez, secretario general de UGT, en calidad de acompañante? Bajo el pretexto oficial de la amistad, Rosell necesitaba el placet del catalán power en su camino hacia la presidencia de la Fundación Caixa, cuando Isidro Fainé abandone el cargo. El empresario, sobrino de aquel Rosell Lastortras, que presidió el Banco de Madrid y desarrolló una gran empresa textil en los años de restricciones eléctricas, se postula para la Fundación La Caixa contando con la neutralidad de Pedro Sánchez y frente al futuro Govern que se articulará alrededor de ERC, si se confirman los sondeos.
Juan Rosell visto por Farruqo
La voluntad de los gobiernos tiene su peso en los patronatos privados. Economía le flanquea el paso a Rosell siempre que él (hasta diciembre, todavía será presidente de CEOE) se muestre flexible con los presupuestos presentados en Bruselas y rechazados por el eje PP-Cs. El ingeniero sigue a la ministra Calviño en uno de sus puntos más espinosos: confía en que la cotización de los autónomos, auténtico pulmón de la economía española, no subirá, gracias a un Decreto en la Ley de Acompañamiento, prometido por Sánchez. En España, las leyes Omnibús sirven siempre de lenitivo. Del déficit, la deuda y los ingresos fiscales se ocupará Bruselas, bajo el paraguas de la Estabilidad Presupuestaria. Hace cuatro días que UGT, CCOO y la CEOE firmaron un acuerdo para la subida del salario mínimo, y es que la concertación ha ido siempre por delante de la política, desde que se firmaron los Pactos de la Moncloa, en plena Transición con Fuentes Quintana (el sabio de Carrión de los Condes) de vicepresidente económico. Si en algo ha triunfado Rosell en Madrd es en el diálogo, muy visible en la etapa de César Alierta, al frente del Consejo para la Competitividad. Su segundo éxito ha sido la concertación automática, sacada literalmente del modelo alemán, junto a unas centrales sindicales que nunca habían tenido tan buena acogida en casa de los dueños.
El ingeniero catalán ha sido una ventana abierta a los vientos del futuro, en los pasadizos de la carcundia corporativa, donde sobreviven la herencia del pilla pilla de Gerardo Díaz Ferrán y el autoritarismo burocrática del desapareció José María Cuevas, jefe de gabinete de Rodolfo Martín Villa, en el último suspiro del antiguo régimen. La CEOE tiene sus pasos perdidos, aunque menos solemnes de los que hay en Via Laietana de Barcelona, sede de Foment del Treball, la gran patronal catalana de tradición arancelaria. En Foment se forjó la refundación patronal, obra de Carlos Ferrer-Salat, capaz de dejar en su puesto a un carlista aduanero como Alfredo Molinas y a un delfín astuto, vástago acomodado de los Lastortras. Ferrer-Salat acertó. Molinas y Cuevas nunca le llevaron la contraria al acendrado librecambista y antinacionalista que los había sacado literalmente del sindicato vertical incardinado en las Juntas de Defensa (JONS). Y mientras, en casa se iba incubando un relevo generacional de perspectiva europeísta y concertadora: Juan Rosell Lastortras.
La patronal mantuvo y mantiene su tradición refrendista y antisufragista; pero ya se sabe que en el mundo de la empresa no se sucede por meritocracia sino por herencia, allí donde Thomas Piketty ha fundamentado los modernos ciclos económicos, lejos de Lentieff y de David Ricardo. Ahora se va Rosell, y no le sucederá, como pretendía, Joaquim Gay de Montellà (actual presidente de Foment), sino Antonio Garamendi, líder de Cepyme, pero desprovisto de un currículo profesional digno del cargo. Lo de Madrid enmarca el salto público-privado de Rosell con o sin puerta giratoria. Pero en Barcelona, si Montellà vuelve la vista atrás se encontrará con Josep Sánchez Llibre, un político centrista y centrado, que se ha bajado del Dragón Kan catalanista para hacerse dirigente patronal. Ante los señores de chaleco y cuello almidonado, colgados en los cuadros del salón de juntas, los consensos son superiores a los disensos. Pero en el tuétano del poder de clase habita el demonio del ego.