Un hombre que empieza la jornada zampándose un montadito de tortilla española, en un bareto junto a Príncipe de Vergara, resulta salvajemente intempestivo. Iván Redondo reúne a su equipo en el mismo bar, cada día a las siete y media de la mañana; planifica la jornada y, en un pis-pas, se planta en su despacho de jefe de Gabinete de Moncloa.
Sánchez anuncia la fecha del adelanto electoral y de repente todo huele a granero; que si los votos están en Fuenlabrada, que si todo pasa por los polígonos de la M-30, que si los metalúrgicos, que si hay que convencer a los sindicatos navales, sin olvidar a los camaradas del viejo Soma UGT, el piquete de Isidoro (Felipe) en los años del hierro. El socialismo tiene estas cosas. Duerme entre colchas de satén y se hace abanderado de la transversalidad, cuando llegan los comicios. Si los teléfonos repican, el spin doctor de Moncloa no se mueve de sitio. Piensa o echa una cabezadita en medio del zafarrancho. El mago utiliza el tablero de ajedrez como metáfora del mundo. Lo suyo es el bisturí, pero por una vez ha utilizado el martillo: elecciones el 28 de abril, en los morros de Casado, su antiguo cliente de cuando regentaba la boutique de comunicación política, Redondo & Asociados Public Affairs.
Retrato de Iván Redondo, asesor de Pedro Sánchez / FARRUQO
Este alto cargo que le susurra al presidente sabe estar en misa y repicando; conoce a la derecha, a la gauche caviar y a la gauche proletarien. Iluminó de refilón a Pablo Iglesias antes de los cinco millones de votantes y de la presentación de Podemos en el Hemiciclo. Pero puso pies en polvorosa aquella mañana de mamás con bebé, rosas de pitiminí y besitos de pico entre hombretones de pelo en pecho. Todo, frente el banco azul endomingado del Rajoy más taciturno. Nos llegó a viciar con sus frases de ida y vuelta cuando salía en la tele. Como colaborador radiofónico te metía en el argumento radiofónico de Carlos Alsina, un periodista de temple y cuchillo entre los dientes, el notario de la derecha seria, que desnudó a Torra con tres amagos. Como los mejores mediocentros de la escuela de Donostia, Redondo ideó el viaje iniciático de Sánchez en sus primarias y definió el tempi di gioco de la moción de censura, que retiró al PP a sus cuarteles de invierno. Ahora, al oler la inminencia de las urnas que el mismo ha precipitado, adelanta la presentación del libro biográfico de Sánchez, Manual de resistencia (Península), al día 21, con fanfarria de Mercedes Milá y Jesús Calleja. Dicen que la letra de este libro lleva la partitura de Irene Lozano, la secretaria de Estado de la España Global. Pues les diré que ella puede haberlo inspirado; sí, pero el libreto lleva incorporada la atenta mirada de este Iván Ivanovich repartidor de caramelos como Iniesta, acostumbrado a prodigar miradas de soslayo y a disponer de servicio con cofia y librea.
Desde que Rafael Argullol se ha pasado a la ópera (L’enigma di Lea), los libretos son más que la música. Redondo también invierte el orden en la puesta a punto del polémico Manual y el director editorial de Península, Ramon Perelló, ha añadido la exigencia narrativa de un sello ganador. Cuando repican las campanas del sufragio, las galeradas echan humo.
Bandeó con suavidad a la vicepresidenta, Carmen Calvo, y dio la orden de que nadie le cogiera el teléfono a Torra, ni a Roger Torrent, ni siquiera al buenazo de Carles Campuzano. Los indepes llamaban en busca del último comodín, pero nada. Los muy cabestros han dejado a 100.000 ancianos dependientes sin paga por no haber aprobado las cuentas. Nunca más; portazo al procés, en pleno Gran Juicio, con la letanía politicastra de la Defensa --Benet Salellas, Pina o Andreu Van den Eynde-- además de la salmodia de Oriol Junqueras, el ideólogo con hechuras de Mandela, con la “historia me absolverá” y todo lo demás a cuestas, pero haciéndose el sueco. “¿Delito? ¿Violencia? Nunca, nunca, nunca….” (cinco veces).
Hace años, Redondo tocó PP en las playas de una periferia que se sintió ganadora, en Badalona. Le instaló un periscopio en la frente al ex alcalde Xavier García Albiol cuando se encaramaba impulsado por la xenofobia, que practican hoy sus aliados de Vox, dignos del “pleistoceno político”, como diría José Antonio Zarzalejos. Durante su mandato en el ayuntamiento, Albiol cargó al erario público la colocación de puertas blindadas en los pisos que trataban de ocupar las familias excluidas. Después, trató infructuosamente de liderar el PP catalán y ahora se viene arriba en la sala de máquinas del partido de Casado, capaz de iluminar de constitucionalismo su pacto con el populismo ultra de Abascal.
Calentó motores en la fragua de José Antonio Monago, el líder del PP en Extremadura, cuando alcanzó la presidencia de la comunidad autónoma, gracias a la abstención de Izquierda Unida. Aquella pinza PP-IU demostró la inconsistencia del rojerío extremeño y significó el abrazo del oso, expresado por Monago en la célebre frase, monumento a la vacuidad: “no decimos Podemos, decimos hacemos” (¿del mago?). Oriundo de San Sebastián, Redondo se ha subido en muchos trenes y mantiene en su tierra lazos estrechos con el PNV.
Llega al despacho a las ocho y cuarto en punto de la mañana y sale a horas intempestivas con la urgencia en el cuerpo de pasear a su mascota, Currillo, un perro Basset Hound de los que arrastran por el suelo sus enormes orejones. Sabe contrarrestar y mover al mismo tiempo. Es un jugador de ajedrez empedernido; ordena el tablero en la mente, sin lápiz ni papel, al estilo del extraordinario escritor Ricardo Piglia o de Witold Gombrowicz, autor de Ferdydurke, traducida por Julio Cortazar en el Café Rex, ubicado en la Avenida Corrientes 837, de Buenos Aires. La velocidad es crucial, en el escaque y en la política. Redondo ha incorporado la argucia del último campeón del mundo, Magnus Carlsen: sacrificio de pieza con saltito de Caballo, amenazando dobles. Y si te despistas, zasca: jaque mate.