Por complacencia no exenta de ingenuidad se elogia el “pragmatismo” de los líderes de ERC. Un pragmatismo enigmático, igual como la “moderación” de Pere Aragonès (“Yo injurio a la Corona”) presidente en funciones por la  inhabilitación del vicario, porque no se sabe bien a qué se refieren esas supuestas virtudes, atribuidas a quienes tienen propósitos declarados tan poco conformes con la realidad como la independencia de Cataluña y tan extremistas como el desprecio de la estabilidad institucional (“Me importa un comino la gobernabilidad de España”, Montse Bassa).

¿Acaso se quiere  decir con “pragmático” y “moderado” que los líderes así  blanqueados  no pasarán (inmediatamente, en otro momento o nunca) a la ejecución de los  actos que anuncian sus contundentes palabras (inestabilidad, autodeterminación, independencia, república)?

Difícil  dar con una respuesta y establecer las verdaderas intenciones de quienes afirman que volverán "a vencer", sin haber reconocido --ni haberse enmendado--,  que antes han sido derrotados por el Estado de derecho en el logro de los absurdos y dañinos objetivos respecto a los que pretenden “volver a vencer”.

Esa contradicción ontológica de los dirigentes de ERC halla una explicación en su frecuente doblez.

La doblez que exhibe impasible Oriol Junqueras, maestro en dobleces y  líder “espiritual” de ERC --que ya  no político, puesto que purga, además de cárcel, 13 años de inhabilitación absoluta--,  cuando afirma que “ama a España” a la vez que destila todo el odio de su lema preferido: “España nos roba”.

La doblez de aparentar ser de izquierda habiendo votado o consentido durante años los recortes en sanidad, educación y otras materias sociales --ni haberlos revertido al ocupar el Departamento de la Vicepresidencia y de Economía y Hacienda, primero Junqueras y ahora Aragonès--, que sitúan a Cataluña a la cola de las Comunidades Autónomas en gasto social.

La doblez, por partida doble, de su discurso tramposo sobre la ampliación de la base social (del que Joan Tardà es ilustre pregonero), especialmente en los feudos socialistas del área metropolitana de Barcelona, cuando lo que persiguen es captar el voto de los muchos  llegados del resto de España, aquí afincados y que tanto aportaron a la acumulación de capital de la burguesía catalana, para utilizar ese voto en sus objetivos de autodeterminación e independencia, importándoles (también) “un comino” sus necesidades sociales y culturales.

La doblez de su pugna con JxCat, porque ambos comparten objetivos además de la borrachera de falsedades sobre el Estado, la “represión” entre otras, que tanto enardecen a sus crédulos seguidores, y, si ganan y pueden, volverán a gobernar con ellos, pero invirtiendo los papeles: para ERC la presidencia de la Generalitat y para JxCat la vicepresidencia, o menos según lo que resulte de las elecciones.

La doblez de insinuar que renuncian a la vía unilateral cuando la sitúan como recurso por si el Estado no se aviene a pactar un referéndum de autodeterminación, sabiendo que tal referéndum no será pactado porque no es, en absoluto, aplicable a la realidad de Cataluña. ¡Un  chantaje camuflado y diferido!

La doblez de ensalzar al presidente Lluís Companys, fusilado inicuamente, y ocultar que se limitó a proclamar el “Estado Catalán dentro de la República Federal Española”, cuando ellos intentaron proclamar la independencia de Cataluña, saliendo de España.

Valgan las dobleces reseñadas, que no agotan ni mucho menos la lista de las cometidas, como muestra de un modo de “ser político” y de “hacer política”,  que Pablo Iglesias, muñidor de acuerdos con ERC, debiera tener muy en cuenta.

Es responsabilidad de los partidos constitucionalistas, y en especial del PSC, denunciar y frenar tanto fingimiento y engaño no sólo para salvaguardar sus votos propios, sino también para salvar la decencia democrática que los dirigentes de ERC escarnecen con su doblez.

Un partido político que se precie es más que sus dirigentes. La militancia de ERC, después de los traumáticos (para todos) sucesos de 2017, tiene la oportunidad de dar un giro realmente pragmático a la organización y construir  una función socialmente útil y necesaria: un republicanismo civil.