El debate acerca de las diferencias impositivas entre comunidades autónomas ha reabierto la controversia sobre el mismo sentido del impuesto de sucesiones. Una polémica que se da en este gravamen y no en otros, de los que se discute el tipo impositivo, como sucede con renta, sociedades o IVA, pero no su misma razón de ser. Una percepción bastante generalizada que no deja de sorprenderme, pues gravar la herencia parece el más justo de los impuestos, el que mejor responde al sentido del buen capitalismo y el que, de alguna manera, simboliza el tránsito de una sociedad aristocrática a la modernidad. Unas consideraciones.
Para un modelo económico como el capitalismo, que se fundamenta en la asunción de riesgo, el esfuerzo y el mérito, cuesta de entender que se ponga en cuestión el impuesto que grava la herencia y se legitime el de la renta, que fiscaliza el trabajo y la generación de riqueza, o el IVA que penaliza el consumo, base del sistema.
Para cuantificar este análisis, podemos comprobar fácilmente cómo, donde no existe el impuesto de sucesiones, se generan unos escenarios incomprensibles. Así, el heredero de un patrimonio cuantioso que se limita a heredar y vivir de las rentas de los activos recibidos sin el menor esfuerzo, y dada la no existencia de sucesiones y el diferente tipo impositivo que grava las rentas del capital frente a las del trabajo, soporta una carga fiscal muy inferior a la de quien, trabajando, obtiene la mismas rentas y cotiza por IRPF.
Los defensores de eliminar sucesiones recurren al argumento de la injusticia que representa para una familia de bajos ingresos, heredar el piso de los padres y verse obligados a su venta por no poder pagar el impuesto de sucesiones. En este sentido, lo que señalan es claramente la excepción y, en ningún caso, tiene sentido generalizar un supuesto esporádico. Pero, además, ante un problema como el señalado, la solución no pasa por eliminar el impuesto, sino por aumentar el mínimo exento, ajustándolo al contexto social y económico de cada momento. Así, los mínimos libres de imposición deberían ser suficientes para que quien hereda, por ejemplo, el piso en la ciudad, el apartamento en la costa y unos ahorros de 100.000 euros de sus padres, se libre del impuesto de sucesiones.
Finalmente, al margen de la existencia o no de impuesto de sucesiones en la comunidad donde residen, los herederos de grandes patrimonios no tributan por el impuesto, de la misma manera que sus rentas elevadas tampoco cotizan por IRPF. La elusión fiscal, en un espacio económico abierto y con fiscalidad tan diferenciada, resulta relativamente sencillo.
Por todo lo señalado, el desafío es conseguir que las grandes herencias paguen el impuesto, y que se libren del mismo los pequeños patrimonios que se sitúan en el mínimo exento. Como la situación actual es la contraria, para muchos la solución más sencilla es eliminar el impuesto. Es decir, legitimar que la fiscalidad premie al heredero que vive de rentas frente al ciudadano que trabaja. Una muestra de la moral del nuevo capitalismo.