El ocaso del capitalismo corporativo
De La Caixa a Caixabank, de Moragas a Fainé
8 septiembre, 2019 00:00Las grandes huelgas del principio del siglo pasado confirmaron la enormes desigualdades que existían en Barcelona, una ciudad empobrecida pero con vocación de utilizar los recursos de todos como un enorme tambor de resistencia que haría frente a las hambrunas, a los duros inviernos y a la vejez. La sociedad combatió una maldición congelada en este verso de La Comedia de Dante: "L’avara povertà di Catalogna / già fugiria, perché non gli ofendesse", escribió el poeta en el canto VIII del Paradiso, en referencia a Sicilia, entonces en manos de la Corona de Aragón, después del desastre de los Anjou y de las Noches Sicilianas.
La Caixa de Pensións per a la Vellesa i d'Estalvis fue fundada por el abogado Moragas i Barret, en 1904, cinco años antes de la Semana Trágica, cuando los piquetes incendiarios se extendieron por Barcelona tras el embarque de reservistas con destino a Marruecos. La creación de la entidad, que habría de convertirse a la postre en la gran herramienta financiera del país, fue un encargo de las instituciones civiles, la patronal Fomento del Trabajo, la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País y el Ateneu Barcelonés. La primera intención de Moragas fue la de unir su proyecto a la ya existente Caja de Ahorros de la Provincia de Barcelona (la futura Caixa de Barcelona), sin embargo su proyecto chocó con los gestores de la entidad provincial que argumentaron que las pensiones de la vejez no formaban parte de su objeto social. Las dos cajas, que acabarían fusionándose en 1989, habrían podido nacer juntas. En todo caso, La Caixa, como entidad que daba grandes pasos en la captación de clientes y en la obra social, se expandió en poco tiempo. Moragas se dio cuenta del potencial que tenía su invento.
Y así llegó su primer gran salto. En 1908 se creó el Instituto Nacional de Previsión que significaba la puesta en funcionamiento de la Seguridad Social del Estado. Dos años después, el instituto nombraba a La Caixa entidad colaboradora en Cataluña y Baleares, lo que obligó a la caja de ahorros a abrir sucursales en muchos puntos del territorio. (De este proceso exitoso hablan en sus libros Serra Romoneda, Ernest Lluch, Josep Benet, entre otros y especialmente, Francesc Cabana, guía excusable por la exactitud de sus referencias).
Con la irrupción del INP había sonado el cornetín. El avance de La Caixa, frente al resto de cajas catalanas que mantenía una sola oficina en su primera sede, se agigantó. Este segúndo asalto significó la entrada en el circuito financiero al que solo estaban vinculados los bancos y respondían frente al antiguo Banco de San Fernando, convertido en Banco de España, el emisor. La Caixa fidelizaba a sus clientes en las clásicas libretas de ahorro, entregaba talonarios de cheques y se abría al sector inmobiliario gracias a la Ley de las Casas Baratas de 1911 que concedía exenciones fiscales a la construcción de viviendas. La entidad creció en el mercado hipotecario y empezó a invertir los recursos de sus clientes en valores de renta fija, especialmente en deuda pública del Tesoro.
Moragas como director general y Lluís Ferrer-Vidal como presidente convirtieron La Caixa en un moderno actor de finanzas en España, aunque físicamente constreñido a los mercados catalán y balear, donde la autoridad monetaria les permitía abrir oficinas. Lluís Ferrer-Vidal, propietario de la emblemática Fábrica del Mar en Vilanova i la Geltrú y presidente de Fomento del Trabajo Nacional, era el abuelo materno del expresidente reciente de la gran patronal, Joaquim Gay de Montellà. Moragas y Ferrer-Vidal fallecieron en 1935, un año antes del comienzo de la Guerra Civil; hasta entonces, la entidad facilitó la financiación de la Mancomunitat en la etapa de Prat de la Riba y de Puig i Cadafalch y adquirió grandes paquetes de deuda de la Generalitat durante la Segunda República. Pasó su peor momento en la etapa de Primo de Rivera, un paréntesis de siete años (1923-30), en los que las labores del Estado dejaron la economía a los expertos para ocuparse de la gobernación.
Sin embargo, las primeras normativas limitadoras para las entidades de ahorro nacieron durante el periodo republicano. Concretamente en 1933, cuando las cajas pasaron a convertirse en entidades benéfico-sociales bajo la tutela del Ministerio de Trabajo. Salían así de la órbita del Banco de España y pasaban a depender de un protectorado, pese a que seguían emitiendo libretas y talonarios y mantenían la actividad crediticia. Este contrasentido siguió en los años del Antiguo Régimen hasta 1962, con la llegada de los López (los ministros del Opus), la estabilización y la convertibilidad de la peseta. La economía española se abría al exterior y el crecimiento del mercado financiero español era exponencial por definición, sobre la piedra angular diaria del fixing del Banco de España, a las 12 del mediodía, cuando se hacía pública la cotización de la peseta respecto al dólar. Habían transcurrido casi 20 de la fundación del FMI y España trataba de incorporarse en los vagones intermedios del tren de la industrialización.
La expansión real de La Caixa por toda España empezó en los setenta; su salida al exterior se materializó a través de la compra de bancos en Francia, Italia, Alemania o en el principado de Andorra. Muchas de aquellas operaciones se deshicieron más tarde (la participación en Deutsche Bank, por ejemplo), cuando la entidad, bajo la batuta de Josep Vilarasau, forjó la primera corporación industrial española, con participaciones en Agbar, Telefónica, Repsol, Gas Natural o Abertis. El último reprís y el más complejo, por la diversidad de factores políticos, monetarios, regulatorios, crediticios o culturales, ha sido liderado por Isidre Fainé, impulsor del negocio bancario en su etapa de director general, fundador de CaixaBank y actual presidente de la Fundación Bancaria la Caixa, accionista mayoritario de la entidad financiera.
Si tomamos de referencia la evolución racional entre el ahorro familiar y las altas finanzas, cabe pensar que la avara povertà de Dante no llegó realmente a nuestras costas. La codicia era un mal endémico en todo el Mediterráneo, en el 1300, cuando Carlos Martell reinó en la Sicilia maltratada por su abuelo Carlos I d’Anjou, quién provocó el odio a los franceses. Carlos Martell y Dante fueron grandes amigos; se conocieron en Florencia, antes de que el poeta emprendiera el camino del exilio. En su traducción de La Comedia, el gran Josep Maria de Sagarra le saca hierro al verso 77 del canto y, donde otros detectaron la insidia del autor, él solo vio un endecasílabo perfecto.