¿Es posible el cambio de las estructuras internas de los partidos políticos? La opinión mayoritaria es escéptica y desconfiada ante el funcionamiento de las organizaciones políticas. Son vistas como una necesidad insustituible de las democracias, pero las reticencias sobre el engranaje interno que en ellas se desarrollan suscitan rechazo por esa manera de comportamiento donde las élites que alcanzan la dirección de los partidos establecen muros para mantener sus posiciones y prerrogativas. Es verdad que, desde su nacimiento en el siglo XIX, los cambios han sido profundos y existe una amplia bibliografía sobre los mismos, clasificándolos, analizándolos y constatando su evolución que, en muchos casos, nacen, crecen y mueren. ¿Cuántos se han fundado, cuántos han desaparecido y cuántos han perdurado? Se dirá que, aunque cambien de nombre, en realidad su base social y sus ideas permanecen. No obstante, algunos con más de un siglo, aunque en muchos casos nada tengan que ver con sus orígenes y las circunstancias en que nacieron, también han virado en sus prácticas. Queda una retórica, unas siglas, una historia que se incorpora a los sentimientos afectivos y que nos conduce a algunos a identificarnos con ese partido histórico; otros, en cambio, lo abandonan, cansados y frustrados de que lo que creían en principio no se cumple, como si sintieran que aquellas esperanzas, utópicas o no, se han desvanecido.

Pero al final las bases por las que se rigen todos ellos suelen ser muy parecidas. En los últimos tiempos, en su mayoría, ha existido una remodelación hacia una mayor participación de los afilados a través de lo que ha sido denominado primarias, en imitación a lo que viene siendo tradición en los EEUU. Pero solo han afectado a los militantes con carnet, no a los electores con intención en intervenir. En EEUU, en estados como California, los electores pueden intervenir en todos los partidos que se presentan a unas primarias. En la mayoría hay que inscribirse para participar porque la afiliación a los partidos no supone una vinculación institucional. El partido demócrata y el republicano, que son los principales, tienen comités que gestionan los avales para quienes quieren presentarse y después, en la Convención final el candidato que gana las primarias es proclamado para competir en una elección abierta con los otros candidatos (Congreso, Senado, Gobernador o Presidente).

En España las primarias se dirimen entre los propios afiliados, y no todas tienen características parecidas. En el PSOE son abiertas a todos los militantes y el que gana es refrendado por el Congreso sin más y es el que propone la nueva ejecutiva. Su liderazgo se hace grande y dominante. En el PP, las primarias son tamizadas por los delegados de un Congreso donde pueden darse alianzas de los perdedores, como ocurrió en el caso de Soraya Sáenz de Santamaría, con la conjunción de Casado y Cospedal para que aquel se impusiera. Se pasó de unas primarias a unas “secundarias”. Después, los que han perdido son poco a poco marginados o apartados de las responsabilidades orgánicas si no se adaptan a los nuevos dirigentes. En el PSOE hay una mayor flexibilidad relativa, tal vez porque es un partido de 143 años, aunque Ferraz suele imponer su criterio con matices; en cambio en Génova se aplica el centralismo democrático más sutil, embadurnado con la posibilidad de que los afiliados puedan presentarse, pero se suele saber el resultado desde el principio. Luego, los dirigentes autonómicos van adaptándose al ganador, así lo ha hecho Ximo Puig que en su día apoyó a Díaz, la entonces presidenta andaluza, y ahora está a piñón fijo con Sánchez. Lo mismo ha ocurrido con los que dieron soporte a Soraya. Casado, el triunfador del PP, ha descabalgado a Isabel Bonig, que era la presidente del partido en la Comunidad Valenciana después de la situación en que quedó este, y la ha sustituido por Mazón, presidente de la Diputación de Alicante, amigo de Egea y su gran apoyo en Alicante. Los sistemas, por tanto, no son ni buenos ni malos en sí, pero llevan a un súper liderazgo donde los contrapoderes están muy disminuidos, y todo dependerá del resultado de las elecciones para que sigan o sean descabalgados.

Las primarias de los partidos españoles suelen crear incompatibilidades personales casi eternas si los perdedores no se pliegan al vencedor y, a la larga, desaparecen del contexto político; por eso algunos, como Joaquín Leguina, las han criticado desde el principio. Entre los antiguos congresos, controlados normalmente por los aparatos de los partidos, y las nuevas primarias, el índice democrático es mayor porque hay más posibilidades de generar alternativas a los dirigentes, pero acentúa también las disidencias y construye líderes indiscutibles que rebajan la intervención de los afiliados. Las primarias reales se producen cuando entran los electores que se apuntan para intervenir en la elección, aunque algunos hacen cábalas aludiendo a que la picaresca española llevaría a que se apuntaran aquellos contrarios para elegir al que menos posibilidades tiene de ganar unas elecciones. Como decía Kierkegaard, elijas lo que elijas, perderás (o ganarás)... Porque, además, los líderes contratarán a gurús electorales, que como mercenarios de las estrategias diseñan lo que conviene para mantenerse o ganar. La política, entonces, se convierte en márketing, como cualquier producto del mercado, con la condición de que interviene en la vida y hacienda de los ciudadanos que, cada vez más, ven a los partidos como entes en los que es mejor  no inmiscuirse, lo que provoca que sea un espacio para conseguir, en muchos casos, un puesto de trabajo razonablemente retribuido en relación con otros.