Esta frase creo que define la apuesta del independentismo más desaforado --aunque no tengo muy claro que haya de otro tipo-, que llevado por su pulsión más ciega y destructiva, parece fiarlo todo a una confrontación directa, no en términos jurídicos o institucionales, sino dura y violenta en la calle con el Estado. Esto es lo que apunta la estrategia de batalla final planteada con la excusa de tratar de impedir la celebración el 21-D de un Consejo de Ministros en Barcelona, hecho al que se ha calificado de “provocación”. Una apuesta insurreccional que empieza por intentar paralizar la ciudad de Barcelona y suspender la actividad, los servicios y los transportes en el conjunto del país, para concluir en una segunda fase insinuada y descontrolada con la ocupación de espacios de referencia e incluso el Parlament y el Palau de la Generalitat. Con unos Mossos d’Esquadra poco confiables después de su inacción concertada del 1-O y de ser desautorizados cuando actúan por sus mismos mandos políticos que establecen la prelatura en la calle de los CDR, parece evidente que el dispositivo policial, al menos en parte, tendrá carácter estatal y, todo apunta, que asistiremos a acciones duras y a espectáculos de violencia. Parece evidente que el Estado no va a dejarse humillar esta vez por la embestida callejera del independentismo, como también resulta cada vez más nítido que el margen de maniobra de Pedro Sánchez en su estrategia apaciguadora es cada vez más escaso. No es solamente que la apuesta por el diálogo y de no entrar al trapo de manifestaciones extemporáneas sin resultados prácticos no está llevando a ninguna parte, toda vez que el independentismo se resiste a apostar por un aterrizaje blando. Es que a estas alturas la política española ya está absolutamente contaminada y condicionada por el tema territorial abierto en Cataluña y los tres grupos de la derecha en competencia van a librar aquí su campo de batalla particular, sobre quién establece mensajes de mayor contundencia y rotundidad.

El resultado de las elecciones andaluzas puede inducir a muchas valoraciones y a establecer causalidades diversas y complejas a la eclosión de Vox, pero es difícilmente rebatible que una parte significativa del electorado español ha acabado por hastiarse del “problema catalán” y apuesta por salidas mucho más clara y tajantes de las que ha habido hasta ahora. Como mínimo lo esperan a nivel gestual y verbal. “Es fascismo” esgrimirá satisfecho el independentismo, pero en realidad es “hartazgo” de una sociedad a la que se la trata con desdén, complejo de superioridad y expresiones constantes y variadas de supremacismo. No sé si como afirman algunos el Estado con sus acciones crea independentistas, pero lo que resulta claro a día de hoy es que las actuaciones semanales de Rufián en el Congreso, las performances de Puigdemont o los “excesos” verbales de Torra están creando muchos votantes de Ciudadanos y ahora de Vox, una vez que este partido se ha convertido en el depositario más nítido del voto de protesta contra tanta reiteración nacional-populista. Acción-reacción. Lo lamentable de caso resulta que el independentismo catalán de carácter insurreccional y las derechas más rancias se necesitan para justificar su existencia y sus estrategias acaban por confluir. Dentro del proceloso mundo independentista, la apuesta aparentemente de realpolitik de Oriol Junqueras acabará hecha añicos ante el predominio social y mediático de la testosterona de la ANC, la CUP, los CDR, el tándem Torra-Puigdemont, la huelga de hambre y del universo intelectual de Pilar Rahola.

Como en el 1-O, lo que sucederá en las próximas semanas responde a una estrategia y está, sino organizado, al menos bastante orquestado. Aunque en las últimas semanas pareciera que estamos en Cataluña ante una situación de desgobierno, al menos si nos atenemos a declaraciones entre surrealista e irresponsables por parte de sus máximos dirigentes, en realidad lo que se ha hecho es transferir el poder real a los grupos de acción directa republicana, a los que operan al grito de “las calles serán siempre nuestras”. Se apuesta por un conflicto a gran escala, a un enorme problema de orden público, para así acabar tanto con la estrategia de Pedro Sánchez como con la de ERC, consideradas las cuales una traición a la “causa”. Se trata de escalar hacia una nueva “pantalla”, para que la vuelta atrás ya no sea posible y crear además nuevos elementos épicos de enganche y nuevas imágenes “represivas” con las que apelar a la solidaridad internacional. La deriva violenta del procés ya hace días que se viene justificando por parte de aquellos que lo apadrinan intelectualmente o bien lo dirigen. Para algunos, demasiados, la atracción del abismo les resulta insuperable.