En la pasada semana hubo un jueves negro. Una expresión utilizada como sinónimo de un catastrófico día para los inversores. Por primera vez, fue usada el 18 de septiembre de 1873 para explicar el desplome de la Bolsa de Nueva York causado por la repercusión sobre el sistema bancario de la explosión de una burbuja ferroviaria. Dio lugar a la recesión económica más larga de la historia de EEUU.

El anterior concepto alcanzó una gran popularidad el 24 de octubre de 1929. Es el día que se inició el crac del 29 y la mayor crisis financiera del siglo XX. De forma masiva, su última aparición en prensa ha sido el 12 de mayo, una jornada en la que el mercado de criptomonedas perdió 228.000 millones de euros y aproximadamente un 16% de su capitalización.

En los próximos días, algunos grandes inversores efectuarán cuantiosas adquisiciones de monedas digitales para lograr un aumento de su precio y conseguir que los pequeños vuelvan a recuperar su confianza en ellas. Es lo que normalmente sucede cuando un mercado financiero sufre elevadas pérdidas en muy poco tiempo. Unos pocos las realizarán porque creen que ahora las criptomonedas están muy baratas y la mayoría porque, si estas siguen perdiendo valor, sus lucrativos negocios basados en ellas se transformarán en ruinosos.

La tendencia bajista de las criptomonedas no proviene de la semana pasada, sino desde finales de 2021. Un perfecto ejemplo lo constituye la cotización del bitcoin, la primera moneda virtual creada y la que poseía el 16 de mayo el 44,7% de la capitalización del mercado de divisas digitales. Desde el máximo histórico intradía del 19 de noviembre del pasado año (68.991 dólares), su valor de mercado ha descendido un 56,7%.

Para los defensores de la inversión en monedas virtuales, la corrección observada en el bitcoin constituye un fenómeno normal. Por tanto, no existe ningún motivo de alarma. Las divisas digitales son mucho más volátiles que las tradicionales y lo verdaderamente importante no es su cotización actual, sino su tendencia. Y esta les parece claramente alcista, pues el 16 de mayo su valor de mercado era similar al del 1 de enero de 2021 y multiplicaba incluso por 30 el advertido en el primer día de 2017.

Para ellos, la actual caída es inferior a la del 73,2% de 2018. Un ejercicio en el que el bitcoin se desplomó, sin que existiera ningún importante motivo macroeconómico o financiero que lo justificara. No obstante, desde mi perspectiva, ahora existen al menos tres que provocarán la explosión de la burbuja de las criptomonedas y harán que su precio se ajuste mucho más al valor de uso que al de cambio, siendo el último el que ha guiado a su cotización.

Los anteriores motivos son los siguientes:

1) Una gran subida de los tipos de interés en EEUU. En el actual año, el principal tipo de interés de la Reserva Federal subirá desde un 0% a un 2,5%, siendo esta una tendencia que continuará en 2023. Además, dicho banco central retirará hasta 95.000 millones de dólares mensuales del mercado desde mayo, ya sea mediante la venta de bonos o a través de la no reinversión de la liquidez obtenida por la finalización de la vida de los títulos que posee en su balance.

Ambos efectos restringirán el dinero en circulación y encarecerán el crédito. El primer factor hará que haya menos capital para invertir, el segundo aumentará el riesgo de la inversión mediante recursos ajenos. Los grandes perjudicados serán los principales beneficiados de la gran liquidez existente en los mercados financieros desde hace trece años: las criptomonedas, las startups y los fondos de capital riesgo.

2) Unas distintas preferencias de los inversores. Al final del ejercicio, el tipo de interés del bono a 10 de EEUU probablemente se sitúe en un 4%. Un atractivo nivel para los inversores y al que no llegaba desde el 6 de agosto de 2008. Si así sucede, la alternativa financiera históricamente preferida por los ahorradores conservadores recuperará una sustancial parte de la ponderación perdida en múltiples carteras en los últimos años.

El regreso del atractivo de la renta fija, la elevada incertidumbre macroeconómica y unos resultados decepcionantes o escasamente ilusionantes por parte de un gran número de empresas tecnológicas cambiarán las prioridades de numerosos inversores. Durante más de una década, la rentabilidad esperada ha sido la brújula que ha guiado sus compras de activos. En el futuro cercano, lo será la contención del riesgo.

Indudablemente, los principales perdedores del cambio de prioridades serán las criptomonedas, las acciones de compañías muy endeudadas, las que nunca han obtenido beneficios o las que cotizan con un PER muy elevado.

3) La pérdida de confianza de los inversores en las criptomonedas. Una parte de los tenedores de monedas virtuales se ha dado cuenta que les han tomado el pelo y vendido gato por liebre. Las divisas digitales no son un refugio contra la inflación, una regulación casi inexistente supone un gran problema, un activo escaso no equivale necesariamente a uno muy valorado y su rápida implantación como medio de pago generalizado constituye una quimera.

En los últimos meses, las múltiples estafas observadas han despertado a muchos inversores de su inocencia. Han existido robos de criptomonedas y billeteras digitales y algunas de las empresas en los que los compradores habían confiado han desaparecido de la noche a la mañana sin dejar rastro y apropiándose de todos los activos depositados en ellas.

Una confianza que ha decrecido sustancialmente cuando una de las criptomonedas estables más conocidas (Terra USD) la perdido un 93% de su valor en 10 días y una de las principales plataformas de intercambio entre monedas digitales y fiduciarias (Coinbase) ha alertado a los inversores que pueden perder todo el capital depositado en ella si quiebra.

El primer caso supone que incluso las monedas digitales con un aparentemente escaso riesgo tienen uno muy elevado. El segundo implica un riesgo de pérdida que no posee el inversor que tiene depositadas sus acciones o bonos en un banco. En este último supuesto, el dinero recuperado dependerá del importe destinado a los acreedores de la compañía.

En definitiva, en el último semestre el mercado de las monedas digitales ha dado un vuelco espectacular. Han pasado de ser la inversión estrella a la denostada. Los culpables han sido una nueva coyuntura financiera, una gran incertidumbre económica y los frágiles pilares del universo cripto.

El desplome observado no las ha llevado a su suelo, pues este se sitúa bastante más abajo. Y no se ve por ningún lado la posibilidad de una rápida recuperado de su cotización, tal y como sucedió en 2019, después de la debacle de 2018. Una explosión de una burbuja muy fácil de prever, pues jamás ninguna divisa fiduciaria ha tenido una diferencia tan grande entre su valor de cambio y uso como la advertida en las criptomonedas.