Martínez Shaw: "Hay que desmontar las trampas de un independentismo fuera de la realidad"
El historiador, vinculado durante 27 años a la Universidad de Barcelona, asegura que "ha habido y sigue habiendo un nacionalismo español" y que se debería reformar la Constitución
28 octubre, 2018 00:00Carlos Martínez Shaw (Sevilla, 1945) matiza sus opiniones. Su guía son los datos, el trabajo constante, y la mesura. Insiste en que los historiadores deben aflorar la verdad, porque hay cuestiones factuales, hay hechos, y otra cosa es la interpretación que algunos políticos hacen de ello para sus propios fines. Doctor en Historia (Universidad de Barcelona, 1973), catedrático de Historia Moderna desde 1983 en las universidades de Santander, Barcelona y UNED, durante 27 años estuvo vinculado a la Universidad de Barcelona, donde fue vicerrector (1982-1986) en el equipo del rector Antoni Badia i Margarit. Presidió el Centro de Estudios de Historia Moderna Pierre Vilar entre 1984 y 1994, y es un especialista en la España del siglo XVII. Martínez Shaw apuesta por encontrar una solución al problema catalán que pase por una mejora del Estado autonómico, con una reforma de la Constitución “en clave federal”. Señala, “sin duda” que Cataluña “es una nación”, si se entiende como un colectivo que vive sobre un territorio y comparte una lengua y una historia y un patrimonio cultural. Pero también sostiene que a partir del siglo XIX “se considera que España es una comunidad de ese tipo --Estado-nación-- y que las diferencias presentadas por Cataluña o Euskadi son meramente accesorias”. Pese a todo, el punto central, para este historiador que busca las complicidades y los acuerdos, y que vivió en Barcelona y ejerció durante casi treinta años, la solución para Cataluña es que se pueda “desmontar las trampas de un independentismo fuera de la realidad”.
--Pregunta: Usted ha participado en las jornadas de diálogo entre intelectuales catalanes y andaluces en Sevilla, este fin de semana. ¿Qué proponen?
--Los Diálogos Andalucía-Cataluña se proponen reunir a un grupo de intelectuales catalanes y andaluces (de un modo u otro vinculados con Cataluña) para buscar, precisamente a través del diálogo, una vía que permita superar la fractura que divide a los catalanes e influye negativamente en el resto de España. Y se hace desde Andalucía porque son muchos los naturales de esta comunidad que han ayudado a construir la Cataluña contemporánea y también numerosos los intelectuales y políticos andaluces que se han formado en contacto con Cataluña en los años sesenta-setenta del siglo pasado y que se sienten profundamente preocupados por la difícil situación actual.
--¿Qué papel deben tener los historiadores en estos momentos, en los que los políticos independentistas y los líderes de los partidos nacionales de ámbito estatal tratan de apoyarse en sucesos históricos?
--En estos momentos y en todos los momentos, el historiador debe buscar y decir la verdad de lo ocurrido en el pasado, para que podamos comprender mejor nuestro presente y tratar de proyectarnos hacia el futuro. Ahora bien, son muchos los políticos que tergiversan deliberadamente lo que sabemos del pasado para que esas falsificaciones sirvan a sus objetivos.
--Usted trabajó en la universidad e investigó en Barcelona, entre 1967 y 1993. ¿Vio en ese momento el desarrollo de un proyecto nacionalista que tenía el objetivo de constituir un Estado, o eso ha ocurrido después por diferentes factores?
Francamente, no. Me moví en un momento en que diversos grupos políticos desde la derecha (especialmente Convergència Democràtica de Catalunya) y desde la izquierda (especialmente, el Partit Socialista Unificat de Catalunya) estaban elaborando proyectos para un catalanismo integrador. Naturalmente, el proyecto de un “catalanismo político refundado” (que puede atribuirse sin violencia a Jordi Solé Tura) me pareció la mejor fórmula para seguir garantizando la convivencia y el progreso para todos los que vivíamos en Cataluña.
--Los relatos, dicen ahora los expertos en comunicación, son esenciales para lograr éxitos electorales, sean más o menos fieles a la realidad. ¿Es el relato lo que ha conseguido que el independentismo tenga ahora tanta fuerza?
--Creo que es una realidad obvia que un relato coherente (verdadero o falso) sirve para apuntalar una idea y un proyecto social y político. El relato independentista ha sabido convencer a dos millones de votantes. La realidad del fet diferencial y la abusiva asimilación de España con el conservadurismo de sabor franquista ha sido una combinación bien proporcionada que ha calado en buena parte de la población del Principado.
--Dicho de otro modo, ¿qué cuestiones considera usted que pueden ser la verdad del independentismo, en relación al conjunto de España? ¿Inversiones, reconocimiento simbólico y efectivo de sus características nacionales?
--El independentismo se apoya en unas señas de identidad lingüísticas, culturales e históricas evidentes. Y en el insuficiente reconocimiento a todos los niveles de esas especificidades por parte de un Estado centralista y de corte “castellano”. Antes y ahora.
--¿Es España un país más dentro del concierto de países occidentales? ¿Hay consenso en que no tiene una historia más o menos distinta a la de países como Reino Unido o Francia?
--Por supuesto. Contrariamente al eslogan franquista, Spain is not different, sino que ha tenido una historia equiparable a la de la mayoría de los países de la Europa occidental. Por ejemplo, culturalmente ha seguido la secuencia de Renacimiento, Barroco, Revolución Científica e Ilustración, un ciclo común a los países de su entorno.
--¿Considera que España, con toda su complejidad, inicia con la Constitución de 1978 un camino nuevo que se suponía que iba a superar las batallas identitarias?
--Efectivamente, la Constitución de 1978 es un hito en nuestra historia. Después de la larga noite de pedra del franquismo, España conocía los beneficios de la democracia. Sin embargo, el positivo pacto constitucional dejaba una serie de cuestiones pendientes de resolución, una de las cuales era el encaje de las dos nacionalidades mal integradas en el Estado español, Euskadi y Cataluña, aunque parecía que esa integración podría hacerse gradualmente. Ahora, cuarenta años después, sus patentes insuficiencias tal vez hagan necesaria una reforma de la Constitución que la adapte a la realidad de los nuevos tiempos y aborde de frente las cuestiones sin resolver.
--El independentismo, cuando recibe críticas desde los partidos de ámbito estatal, responde con la idea de que delante tiene un nacionalismo español. ¿Cree que ha existido, que se ha desarrollado un nacionalismo español desde la Transición hasta ahora?
--Naturalmente, ha habido y sigue habiendo un nacionalismo español. Un nacionalismo que atribuye a lo español determinados rasgos que en absoluto son patrimonio de la totalidad de los españoles. Es más, el régimen franquista impuso una concepción de España difícilmente aceptable por muchos de sus ciudadanos: una lectura de la historia falsa y sesgada, una asimilación de los valores nacionales con los del catolicismo, unos signos y símbolos impuestos a partir de su victoria sobre los defensores de la república y la democracia. No sólo existe un nacionalismo español, sino que éste adopta con frecuencia formas extremadas y excluyentes.
--¿Qué debería saber Pablo Casado --o tal vez sabe perfectamente-- sobre la historia de España?
--La cuestión no es decidir qué saben los dirigentes del PP sobre la historia de España, sino qué historia de España tratan de imponer a los demás, muchas veces a partir de una deliberada tergiversación de los hechos.
--¿Se puede establecer un acuerdo entre historiadores y políticos según el cual la nación española como tal no se desarrolla hasta el siglo XIX, con las Cortes de Cádiz?
--El término “nación” es un término muy delicado, que ha adoptado diversas características a lo largo de los tiempos. Si una “nación” es un conjunto de personas que viven sobre un territorio y comparten una lengua, una historia y un patrimonio cultural común, Cataluña sin duda es una nación. En el siglo XIX, cuando las nociones de Estado y de “nación” tienden a hacerse coincidir, se considera, sin embargo, que España es una comunidad de ese tipo y que las diferencias presentadas por Cataluña o Euskadi son meramente accesorias, pues todos los bloques integrantes hablan el castellano (el español), todos lucharon contra los moros y todos han permanecido juntos (con escasos y breves hiatos) bajo una misma autoridad soberana desde la época de los Reyes Católicos. Y además han de pasar varias décadas hasta que se formule una contestación de estos presupuestos desde la periferia.
--¿Es España primero un Imperio, un Estado, antes que una nación?
--España fue, como tantas otras en Europa, una “monarquía compuesta” (siguiendo la terminología de John Elliott). A esta monarquía se le agregaron extensos territorios en la propia Europa, en América, en Asia y en África, por lo que se convirtió en un Imperio. Y cuando llegó la revolución liberal, esta monarquía compuesta (que ya había perdido la mayor parte de sus dominios “imperiales”) se decantó por una fórmula típica de Estado-nación, incluyendo en ella a todos los territorios europeos que habían estado unidos desde la época de los Reyes Católicos, es decir, la Península Ibérica (sin Portugal), más las Islas Canarias.
--¿Uno de los problemas en Cataluña es la educación, o la falta de conocimiento de la propia historia?
--La falta de conocimiento de la propia historia es un mal generalizado, en Cataluña y en toda España. Esa es una de las consecuencias del fracaso de un gran pacto educativo para todo el Estado y de la incapacidad de ese Estado autonómico para articular una narrativa aceptada por todos, frente a las 17 hoy existentes. Naturalmente, la solución no es imponer una lectura única de la historia de España desde un Estado centralista y centralizado, sino llegar a un acuerdo negociado. Es el mismo caso en que las divisiones ideológicas no resueltas sobre temas básicos han impedido la creación de una asignatura de Educación para la ciudadanía o la terminante exclusión de las creencias sin fundamento científico (en este caso, las católicas) de las escuelas.
--Los catalanes pudieron comerciar con América desde el primer momento. Pero se ha repetido lo contrario una y otra vez. ¿Cómo es posible, usted que lo ha investigado y ha publicado trabajos exhaustivos?
--Cataluña pudo comerciar y comerció con América desde el primer momento y a todo lo largo de la historia. Los documentos lo demuestran de una manera incontrovertible. Pero es esta una verdad que no ha podido superar el obstáculo de los prejuicios, que se estrella contra una noción falsa repetida con tanta insistencia que se ha convertido en un dogma. Y contra los dogmas la ciencia tarda siglos en ganar la batalla.
--¿Cómo se puede explicar la historia de Cataluña? ¿Es la que protagoniza una elite que siguiendo la defensa de sus intereses toma decisiones erróneas, como ocurrió con Pau Claris, o con la Guerra de Sucesión en 1714, y puede que haya ocurrido ahora, con el proceso soberanista?
--La historia de Cataluña se puede explicar como todas las demás. No es ninguna excepción. Lo que hay son interpretaciones fuertemente ideologizadas del pasado, muchas veces porque se quiere, innecesariamente por otra parte, fundamentar un proyecto de presente y de futuro sobre esas premisas, y para ello se violenta conscientemente la realidad de los hechos efectivamente ocurridos.
--Los problemas que se plantean ahora, con un bloque independentista que difícilmente querrá dar un paso atrás, ¿se pueden resolver con una reforma constitucional en clave federal?
--La solución para Cataluña no puede ser otra que la desmontar no la conciencia independentista (que tiene todos sus derechos en expresarse y en articularse como alternativa), sino las trampas de un independentismo fuera de la realidad presente. Yo suscribo plenamente las palabras de John Elliott: “Está claro que hay un hecho diferencial en Cataluña y los catalanes quieren que esa diferencia sea reconocida. Quieren que se acepte que son algo históricamente diferente del resto”. Y añade que el error del independentismo actual ha sido “asumir que la independencia era posible en el siglo XXI, vivir en una realidad virtual”. Y naturalmente, hay vías políticas de solución, dentro y fuera de Cataluña. Una de ellas, aquella con la que me siento más identificado es la propugnada por los federalistas de izquierda, la misma que menciona en su pregunta: una reforma constitucional en clave federal.
--Si volvemos a la reflexión sobre el papel de los historiadores, ¿entiende que en Cataluña ha habido una falta de valentía, o de que algunos profesionales deberían haber alzado la mano para decir que no se contaba la verdad?
--Entre los historiadores las posiciones no han sido las mismas. Hay quienes han seguido contando la verdad, hay quienes han callado, hay quienes han claudicado ante las presiones, hay quienes ya venían defendiendo una narrativa del pasado absolutamente insostenible. Y no quiero hablar de mí, pues mantener, como mantengo, mis posiciones sobre la inexistente exclusión de los catalanes de América o el gobierno beneficioso de los Borbones en la Cataluña del siglo XVIII, parece muy fácil desde Sevilla. En todo caso, hay que atenerse a lo que sabemos con certeza y no a las conveniencias del momento: eso es lo justo y, además, lo verdaderamente progresista.
--Y, en el otro lado, ¿existe una falta de sensibilidad respecto a la aportación catalana a la construcción del Estado y a la propia realidad de España como un Estado complejo y plural?
--Obviamente hay toda una narrativa propia del nacionalismo español (y españolista) que es aún más inaceptable. No sólo es falta de sensibilidad hacia la aportación catalana al patrimonio común, sino insensibilidad a la diferencia y desprecio del otro, más empecinamiento en mitologías obsoletas, afianzamiento en lo que son solo dogmas de fe y articulación de una narrativa tan intocable como desprovista de fundamento. La dictadura franquista acentuó esta línea reavivando el mito de Santiago o la épica de la conquista. Y hoy la contestación desde los nacionalismos periféricos no hace sino resucitar el complejo victimista propio de la derecha hispana que lleva a condenar a Bartolomé de las Casas como “antipatriota” o a considerar la Inquisición o la actuación del duque de Alba en Flandes casi como una invención de la “leyenda negra” de los enemigos de España.
--¿Acierta el Gobierno con la exhumación de Franco del Valle de los Caídos?
--Obviamente sí. Era una de las contradicciones más hirientes, por más visible, de la Transición. Exaltar con tan fúnebre monumentalidad la figura de un dictador, cruel verdugo de miles de connacionales, era una agresión permanente a los ciudadanos de una España libre y democrática.
--¿Qué queda por superar de la Guerra Civil?
--El cierre en falso de las heridas impide su curación. La transición no trajo la rehabilitación de los que lucharon por la república, la democracia y la libertad. La ley de memoria histórica ha sido incumplida, adulterada y desprestigiada sistemáticamente. Demasiados muertos yacen en las cunetas. La conspiración de silencio sobre determinadas actuaciones se ha prolongado más allá de los años de la represión. Muchas reivindicaciones de los vencidos han sido atendidas por organizaciones privadas, no por iniciativa oficial. Los gobiernos conservadores españoles han desprendido un tufo franquista que ha impedido la sana respiración de muchos ciudadanos. A pesar de su negación incluso por parte de gente bien intencionada, las dos Españas machadianas subsisten todavía en el imaginario colectivo, si no de los jóvenes, sí de los que recuerdan la Guerra Civil. “L’ombre du grand Roland n’est donc pas consolé”, decía Alfred de Vigny: la sombra de nuestros perdedores tampoco.