El diplomático y ensayista José María Ridao, autor de 'La República inventada' / JMR

El diplomático y ensayista José María Ridao, autor de 'La República inventada' / JMR

Pensamiento

Ridao: "Con la recogida de firmas el PP hace política con las instituciones"

El diplomático y ensayista, autor de 'República encantada' señala que el liberalismo español no pasa por Ortega o Maranón, que pensaron más en la nación que en el Estado

6 junio, 2021 00:00

José María Ridao (Madrid, 1961) es escritor, licenciado en Derecho y Filología Árabe, con una larga carrera como diplomático, en destinos como Angola, la Unión Soviética, Guinea Ecuatorial, Francia y Estados Unidos. Autor de La elección de la barbarie, La paz sin excusa o La estrategia del malestar, Ridao reclama un espacio público que acoja a toda la sociedad española. En su última obra, República encantada, (Tusquets), Ridao busca el hilo liberal en España, que existe, pero no es el que nos conduce a Ortega o Marañón, que piensan más en la nación que en la organización del Estado, que es lo que le interesa al diplomático y ensayista. Ridao, en esta entrevista con Crónica Global, señala que hay una parte de las fuerzas políticas en España que no han aportado lo que se exigiría de ellas al sistema político y simbólico del modelo democrático que nace con la Constitución de 1978: "Con la recogida de firmas el PP hace política con las instituciones".

--Pregunta: Una de las cuestiones que se abordan en La República encantada (Tusquets) es la relación entre España y su pasado musulmán y la presencia árabe, con la necesidad de no identificar forzosamente España con lo cristiano y lo latino, que derivaría en la lengua castellana. ¿Debería España haber pensado más en el árabe, como una lengua que se debería haber enseñado en las escuelas como algo también español?

--El árabe nos ayuda a conocer mejor el pasado de la península. Y es evidente que está bien conocer lenguas, todas las que se puedan. Es una cuestión relevante, porque muchas palabras de origen árabe fueron rechazadas por motivos político-religiosos, con un ánimo inquisitorial. Y la paradoja es que fueron recuperadas por los nacionalismos vasco, catalán y gallego. Se tomaron palabras para el vasco, el catalán y el gallego, del árabe para separarse del castellano. Cervantes escribe que no se puede agotar el castellano con la lengua antigua, el latín, y va a contracorriente. Pero las otras lenguas en España recogen esos vocablos que abandona el castellano. Por ejemplo la palabra pendiente, en catalán es arracada, que se recoge del árabe hispánico. En todo caso, debería conocerse en España unos rudimentos del árabe, porque nos ayudarían a conocer nuestra historia y nuestra cultura.

--¿Qué se puede entender por español, con toda esa historia detrás? ¿un conjunto de valores?

--Me ha surgido una duda tras la publicación del libro y es que su recepción ha comportado una reflexión sobre la idea de España o lo español. Pero lo que pretendía señalar es que, precisamente, esa discusión no es pertinente. Lo que me interesa reflejar es cómo se gobierna, cuáles son los rasgos de los gobiernos. Se trata de una aproximación al poder y a las fuentes de legitimidad. Y una de las características es que se ha asimilado el credo religioso al credo político, como si fuera una respuesta freudiana, tras la expulsión de los judíos y moriscos. La asociación con el credo se ha perpetuado, primero, por la dinastía de la monarquía hispánica y, segundo, a partir del tradicionalismo, de una ideología tradicionalista que aparecía como reacción a la crítica que había surgido contra esa identificación con un determinado credo de la monarquía.

 

Portada del libro de José María Ridao

Portada del libro de José María Ridao

 
 
 
--Lo que apunta también es la fragilidad del liberalismo en España, con casos como el de Ortega, que, en realidad, no puede ser visto como un liberal, como se comprueba con su discurso sobre la república, cuando dice que se aparta porque entiende que hay una mayoría. Un liberal combate con argumentos desde las instituciones, desde la oposición. Es lo que no quiere hacer Ortega.

--Sí, y es que hay una cuestión importante. Cuando el liberalismo español se enfrenta a enormes obstáculos es en 1812, con la Constitución de Cádiz, que tiene una intención liberal, pero con una interacción clara por parte del poder político, que sigue identificado con un credo religioso. Tras la invasión francesa, ese liberalismo debe decidir cómo sigue su camino. Y aparece un acuerdo entre los tradicionalistas y los liberales. Un pacto que culmina con el artículo 12 de la Constitución. Será un país católico y romano y se protegerá la religión con leyes sabias y justas. Eso último dará pie a dos decisiones contradictorias. Por un lado se suprimirá la Inquisición, pero el mismo artículo permite restablecer la Inquisición. Modesto Lafuente intenta compaginar esos dos elementos. Reproduce el plan divino, el del tradicionalismo, que coincide misteriosamente con la voluntad de los españoles. Y eso nos lleva a la idea de que el liberalismo en España, que se señala que pasa por Ortega y Marañón, no piensa en el Estado, piensa en la nación, mientras que el liberalismo, en gran medida, supone pensar en cómo se gobierna el Estado. Es la respuesta de Azaña a Ortega, sobre su idea de la conllevancia. Le contesta que todo eso está muy bien, pero de lo que se trata es de decidir qué forma adopta la República en el territorio de Cataluña. En las actuales circunstancias seguimos viendo el liberalismo a partir de Ortega y Marañón que, a mi juicio, no pasa por ellos.

--Por ello, deberíamos releer a Cervantes. Usted señala las concomitancias entre Cervantes y pensadores posteriores como Azaña, al tener ambos planes para organizar ese Estado, sin ideas esencialistas.

--Se trata del principio político que pone fin a que los súbditos sigan la fe de los reyes. Pero para mí la parte común, lo que señalan Cervantes o Erasmo, y que tiene continuidad con la Ilustración y el liberalismo, es que se debe distinguir la comunidad política de aquello que es indiferente para poderla formar. Si hay un conflicto, aceptamos todos los derechos y deberes que tenemos, y todo lo demás no es pertinente. Es la voluntad de construir una comunidad política, con elementos comunes. Y es lo que hace concomitante a Cervantes con Blanco White, con el Abate Marchena, con Azaña o Jiménez de Asúa y nos distancia de las posiciones de Ortega y Marañón.

--El Estado se organiza y se desarrolla, creando esa comunidad política que puede ser válida para todos con la Constitución de 1978. ¿Qué ha fallado para que ahora estemos en una situación donde todo se cuestiona?

--Entramos en una cuestión conflictiva, que quisiera que se entendiera no en términos de política mezquina. Lo que ocurre con la Constitución de 1978 es lo que sucede con sus partidos políticos. En 1982, el PSOE logra 202 diputados. Se trata de un partido que defiende un proyecto socialdemócrata. Tras el golpe de estado de 1981, y después de que se desmorone la UCD, el PSOE aspira, además de tener las responsabilidades de gobierno, a sostener el sistema constitucional. Decíamos que la UCD se descalabra, y tenemos también a Alianza Popular, un partido constituido por siete ministros de Franco, uno de los cuales, Manuel Fraga, había formado parte de la ponencia constitucional. En la votación de la Constitución en el Congreso, AP se dividió en varios grupos, y ocho diputados votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron. El PSOE se fue desgastando, por la acción del poder. Y la alternativa acabó siendo el PP, tras la transformación de AP en el PP. Y lo que ocurrirá es que ese partido nunca resuelve una cuestión fundamental: cuál es su aportación al sistema simbólico y político del 78. El socialismo renunció a muchos de sus postulados iniciales para conseguir un espacio democrático. Pero no ocurrió lo mismo en el otro lado. Nunca se planteó, por ejemplo, la retirada de nombres franquistas en el callejero de las ciudades, o qué hacer con las fosas de fusilados. Cosa que sí hizo la UCD. El problema que estamos teniendo que es que hay fuerzas que no se preguntan cuál debería ser su aportación a ese espacio común. Y mientras no lo haga estaremos en una situación de peligro. Nosotros, me refiero a ensayistas, a intelectuales de mi generación, hicimos nuestras aportaciones, como una crítica muy severa, por ejemplo, a figuras como el Che Guevara. Hay una intervención de Adolfo Suárez en el Congreso que es muy ilustrativa. Señala, dirigiéndose al PSOE, que las dos fuerzas políticas se enfrentan a un mismo problema, con dos opiniones distintas. Es una misma realidad, con dos opiniones distintas para afrontarla. Ahora prima otra cosa. Ahora se considera que todo lo que no sea mi interpretación, es mentira. Es lo que impera. Y en el PP esa consideración está muy acusada. Hoy no se hace política en las instituciones, se hace política con las instituciones de 1978. Y es lo que hace ese partido. No se ha planteado qué debe hacer para aportar a ese espacio común. Se discute sobre si el gobierno es legítimo, sobre si dice mentiras o no, sobre si todos somos constitucionalistas o no. Eso, a mi juicio, es hacer política con las instituciones.

--¿Qué representa para ese espacio común la concesión de indultos y la recogida de indultos para impedirlos?

--Es muy arriesgado referirse a los indultos, porque no conocemos los efectos políticos. El debate político debería centrarse en esa cuestión, en los efectos que pueden tener. Con la recogida de firmas el PP hace política con las instituciones y no desde las instituciones. Lo relevante es saber qué puede provocar en la ciudadanía y qué efectos políticos se esperan, porque si se conceden será sólo por una causa: la conveniencia pública. ¿Cómo lo ve cada partido? Obviar esa discusión, con la recogida de firmas o diciendo que los indultos son ilegales, priva al sistema de herramientas de toda naturaleza para fortalecerse frente a un desafío del independentismo como fue el que planteó en aquellas jornadas de octubre. El independentismo no asume que es un programa político, y, en cambio, señala que el resto de programas políticos no son legítimos. Cuando tanto uno como otro son igual de legítimos. No discutimos sobre los efectos, y hacemos política con la institución del indulto y no en la institución del indulto.

--¿Puede ser una palanca para un nuevo periodo?

--No se debe confundir la propaganda con la política. Una idea que me asalta es la que se relaciona con los intelectuales, ¿dónde están?, me preguntan. Y yo digo que si uno encuentra alguno ¿lo reconocería? Hay muchos intelectuales que lo que hacen es insistir en la crispación, cuando la función debería ser otra, la de volvamos a discutir en las instituciones y no con las instituciones. El espacio queda reducido, es un espacio donde priman los garrotes.

--¿Pero, puede ser el indulto un buen instrumento para iniciar un nuevo periodo?

--Tengo sentimientos encontrados. No tengo suficientes elementos de juicio para saber los efectos políticos que tendría. Y es algo que no se puede hacer teóricamente. Se debería saber a partir de un debate en el parlamento. Reclamar ese debate, sobre qué consecuencias espera cada uno y ponerlo de manifiesto. En todo caso, el indulto sirve al estado democrático. No se puede decir lo contrario. Si se conceden habrá que estar pendiente de las consecuencias políticas. Pero jamás me colocaría en una situación en la que se señala que es una puñalada. Sí hay que ver, repito, los efectos a partir de esa convivencia pública con la que se justificarán. 

--¿Qué deberían razonar los catalanes independentistas en estos momentos?

--Deberían pensar en términos de libertad. Yo me opongo al programa independentista en nombre de la libertad, porque lo que pretende el independentismo es convencer al resto de ciudadanos que seríamos más libres con una Cataluña independiente. Sin embargo, mostraría cómo se ha levantado un nacionalismo español duro frente a eso. Pero es que no serían ellos más libres, visto el programa que exhibieron, con un sistema judicial sin garantías, con listas negras de periodistas no afectos…La libertad es una cuestión de opciones. Y digo que me opongo en nombre de la libertad, en contra de un proyecto que excluye al disidente de la comunidad política.

--¿Hay concomitancias entre los no liberales en España y los independentistas, siguiendo el ejemplo de Ortega?

--Cuando Ortega señala que se aparta, coincide con lo que hemos vivido. Ortega, en su rectificación sobre la República, se expresa en un cine. Es diputado, y asegura que se aparta frente a una mayoría, pero no lo hace desde las instituciones. Y aquí vemos las similitudes, con Quim Torra y Carles Puigdemont, que protagonizaron mítines con el parlamento cerrado (acto en Perpiñán). Son las raras conexiones.

--Ni liberales españoles ni liberales catalanes

--Pues no. Lo que cambian son las metáforas. Artur Mas utiliza las náuticas, mientras que a Ortega le gustaban las científicas. Por eso me gusta el Abate Marchena, cuando señalaba que hay quien no busca servir al pueblo, sino que busca ser popular. Lo que he querido reflejar es que el liberalismo no pasa por la línea que nos han dicho, no pasa por Ortega o por Marañón. En España hay Ilustración, pero sus defensores fueron derrotados. Y la victoria frente a ellos pasa por el olvido, por el silencio. Y cuando se dice que en los años 30 o eras fascista o eras comunista, y no había posibilidad de otra cosa, es falso: se podía ser otra cosa, había liberales.