La concordia fue posible. Así está escrito en la lápida del presidente Adolfo Suárez, el gran impulsor de la democracia y de la convivencia de los españoles. Tras los asesinatos terroristas se mantuvo firme y manifestó en repetidas ocasiones desde la tribuna del Congreso que no iban a conseguir, los terroristas, frenar la concordia de los españoles. Como consecuencia se aprobó la Constitución de 1978, por el Congreso, por el Senado y por los españoles. La Constitución fue posible.

Y sigue viva tras cuarenta años. Sigue viva a pesar de algunos pequeños cambios realizados con nocturnidad y sin el consentimiento de los españoles. Intereses políticos. Sigue viva a pesar de la urgente necesidad de reformarla. Para bien. Para mejorar algunos capítulos que se han quedado en fuera de juego en este siglo XXI. No hay acuerdo para reformarla. No hay políticos de nivel para elaborar esa reforma ni para apoyarla, caso de que la reforma la realice el partido contrario que no enemigo. No hay consenso. Consenso, palabra que tanto se utilizó en la Transición y tan buenos resultados dio a los españoles. Los políticos de hoy no saben lo que significa la palabra. No la utilizan. No la valoran. Hoy se divierten utilizando las palabras "golpe de Estado" y "fascista". Parece que se ha vuelto al punto de partida. Parece que no han pasado 40 años.

Pues han pasado 40 años. Y hay que celebrarlo. Por necesidad, porque la fecha no dice nada, salvo que ya es más longeva que la dictadura de Franco, ahora que parece vuelve a estar de moda. El cincuenta aniversario será la bomba. Estaremos todo el otoño de celebraciones. Y el invierno. Fiesta. Porque la Constitución y los españoles lo merecen. Ni siquiera se copió, lo podían haber hecho, la Constitución de Cádiz de 1812, popularmente llamada La Pepa. Dice en el artículo dos que “La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. La de 1978 no dice tal cosa, pero que nadie se la apropie.

Destaca otras virtudes como el Estado de Derecho poniendo en el pedestal de los leones la libertad, la igualdad, la seguridad y la justicia. ¡Ahí es nada! Y todo, y mucho más, a partir del consenso, palabra en desuso en los tiempos que corren y vivimos. Consenso. Consenso de todos. De todos los españoles sin diferencia de ideología, raza, estado social y económico, de color o de provincia, que por discrepar uno se agarra a cualquier clavo. Nos proporciona la Constitución un Estado de Derecho para todos. Muy importante. Para todos. Palabra, por cierto, la más repetida. Todos.

Fue hecha para todos y, por el camino, ha cambiado todo. Absolutamente todo. Hasta la forma de pensar de los españoles. En 40 años. El mayor cambio de la historia. Porque ha proporcionado derechos e igualdad. Modestamente me atrevo a destacar el artículo 10 que dice en sus dos apartados:

  1. La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.
  2. Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España.

Dos apartados que nos colocan en el mundo. En los primeros puestos de la lista del mundo en defensa de los derechos humanos, cuando veníamos de la cola y las cloacas de una dictadura. Gran mérito para los llamados "Padres de la Patria". Gran mérito. Pero esto no propicia que nos echemos a dormir. Si hay que renovar se renueva. Si hay que cambiar se cambia. Y no pasa nada. Los jóvenes aprenden de los mayores y los mayores dejan paso a la juventud. Y si hay que adaptar algunos artículos, o sea reformar la Constitución, a los nuevos tiempos se hace. No pasa nada. Pero con consenso. Como cuando se fabricó.

Eso sí. Con sumo cuidado. Con mucho tiento. Hay que dar paso al diálogo generacional porque no se puede inmovilizar la historia. La sociedad ha cambiado. Pide cambios. Pero manteniendo lo esencial. Lo reitera la vicepresidenta del Tribunal Constitucional, Encarnación Roca, cada vez que tiene oportunidad: “Enmendada o no, larga vida a la Constitución”.