El grupo barcelonés Mediapro, liderado por los magnates Jaume Roures y Tatxo Benet, encara el final de año con unas perspectivas menos siniestras que las de 2021.

La mejoría obedece a que en junio último recibió una potente inyección de dinero fresco de la holding china Orient Hontai, que es socia mayoritaria de Mediapro.

La cuantía de los fondos transferidos asciende a la bagatela de 620 millones. Su aportación se formalizó mediante una doble vía: por un lado, la entrega en efectivo de 503 millones; por otro, la capitalización de un préstamo subordinado de 117 millones.

Dadas las acuciantes necesidades que la casa venía arrastrando, ese dineral se esfumó de sus arcas en un santiamén. Se consumió hasta el último céntimo en el pago de intereses, la amortización de créditos vencidos y los gastos financieros. Gracias al maná procedente del gigante amarillo, el endeudamiento se comprimió bastante, pero todavía sigue sumando cerca de 500 millones.

El consorcio asiático Orient Hontai es un misterio insondable, envuelto en un enigma. Algunas fuentes aviesas lo relacionan con el Partido Comunista chino. Otras hablan de que tras él se agazapa el mismísimo binomio Roures-Benet. Son meras elucubraciones aunque tratándose de tales ciudadanos, cualquier cosa es posible.

La mentada pareja se dedica desde hace casi tres décadas a traficar con derechos televisivos. Se familiarizó con tal negocio cuando trabajaba en TV3 en los años ochenta. Quizás como reflejo de esos viejos tiempos, Mediapro factura a destajo a los medios públicos de la Generalitat por los conceptos más variados y peregrinos. De propina, anuda sin parar contratos con el Ayuntamiento de Barcelona, gobernado por la podemita Ada Colau.

Roures compareció hace pocos días ante la asamblea del Parlament. Negó sin sonrojarse que obtenga pingües beneficios de la TV del Govern y sus satélites. A la vez, soltó unas cuantas patrañas. Entre otras lindezas, adujo que su grupo nunca fue condenado por corrupción. Tal aserto no se corresponde con la realidad.

En efecto, cuatro años atrás, su filial de EEUU reconoció haber satisfecho sobornos a varios gerifaltes americanos de la FIFA. Por tales desmanes, sufrió una sanción de 20 millones. Para Mediapro, el coste en abogados e informes exculpatorios se elevó a otra cantidad similar.

El caso no se ha cerrado todavía. Uno de los más expuestos a las pesquisas del FBI es Gerard Romy, quien junto con Roures y Benet compone el trío de fundadores de Mediapro. A los dos últimos no les llega la camisa al cuerpo ante la perspectiva de que Romy dé la cara y acuda al FBI para cantar la Traviata. Temen, con razón, que arroje a ambos a los pies de los caballos.

Por lo demás, los resultados de Mediapro se recuperaron en 2021, con un beneficio de 35 millones. Esta cifra contrasta diametralmente con el agujero negro del ejercicio precedente, que se liquidó con un astronómico quebranto de 838 millones.

Antes de los trasiegos asiáticos de capitalización descritos al principio, Mediapro contaba con un patrimonio de solo 165 millones, a distancia sideral de los casi mil millones que había lucido un cuatrienio atrás.

MEDIAPRO EN CIFRAS (en millones de €)
Año Ingresos Resultado
2021 1.171 35
2020 971 -838
2019 1.709 -39
2018 1.088 -10,6

La diferencia entre una y otra magnitud representa con precisión quirúrgica el catastrófico deterioro del conglomerado en el intervalo 2018-2020.

Roures lleva la friolera de treinta años comprando y vendiendo cánones de emisión por TV. Gracias a sus tejemanejes, ha amasado una fortuna personal que supera los 500 millones.

A juzgar por las vicisitudes de su grupo en EEUU, no parece sino que esté dedicado en cuerpo y alma a perpetrar actuaciones típicas del capitalismo más execrable.

Sin embargo, el individuo no duda en autoproclamarse trotskista de tomo y lomo, algo así como una especie de benéfico defensor de los pobres y desheredados.

El opulento empresario asevera que el dinero le importa un comino. Lo proclama con una inveterada suficiencia, propia de los espabilados que manejan caudales de grueso calibre.

Tampoco le hace ascos al uso de todas las artimañas imaginables para escaquearse de la Agencia Tributaria. Con tal fin, sus títulos de propiedad de Mediapro no radican en España. Figuran a nombre de una sociedad instrumental sita en Holanda, al igual que los de su compañero de fatigas Benet.

Roures siente, entre otras pulsiones irreprimibles, la de perseguir a sangre y fuego a cuantos medios informativos osan divulgar sus mangoneos.

Para ello promueve decenas de querellas contra todo bicho viviente. Es ésta una chusca pretensión de extorsionar a los inermes comunicadores para que no se vayan de la lengua.

Pero ocurre que a Roures la fortuna no le sonríe en las instancias de la justicia. Bien al contrario, los magistrados le han tomado la medida y le propinan continuos varapalos en forma de sentencias que sistemáticamente exoneran a los comentaristas demandados. Otro gallo le cantara si consagrase su tiempo y sus millones a menesteres menos indignos y estériles.