No le falta razón a la maestra que cree que en la escuela no debe celebrarse el Día del Padre porque hay niños que no lo tienen. Y se le olvidó añadir todavía a todos los niños y adultos que creen saber quien es su padre pero están equivocados, que ese señor a quien llaman "papá" no tuvo nada que ver en su concepción, como bien sabe mamá. Visto desde esta perspectiva, realmente el Día del Padre debería erradicarse de las escuelas, pues entre los que no tienen papá porque murió, los que no lo tienen porque se fue a por tabaco y no regresó (Carles Puigdemont es el caso más conocido), los que tienen dos mamás, más los que creen tener padre en casa pero en realidad no es ese sino otro que se pasó un día por ahí, apenas debe quedar niño con motivo de celebración el 19 de marzo.

La buena señora propone cambiar el Día del Padre por el Día de la Persona Especial. Eso sería caer en el mismo error, porque no todos los niños tendrán una persona especial, sea eso lo que sea. Yo, por ejemplo, no recuerdo haber tenido de pequeño ninguna persona especial en casa, ni siquiera espacial, y eso que --como tantos peques-- quería ser astronauta. Mi familia, será que era un poco antigua, tenía padre, madre, abuelos y tíos, aunque jamás los vi especiales, se parecían mucho a los padres, madres, abuelos y tíos de todos mis amigos. Y menos mal, menudo susto me habrían dado de haberlos visto con algo especial, no sé, tres piernas por ejemplo. Además, "persona especial" discrimina a los animales, y con ellos, a todos los niños que aman más a su mascota --sea un perro, un gato, un hámster, una culebra o un cerdito vietnamita-- que a cualquier persona, familia incluida. Si estamos de acuerdo en que no todos los niños tienen padre, también habremos de convenir que no todos tienen a alguna persona especial en su entorno, con lo que ambos días carecen de sentido. El Día del Ser Vivo Especial, en cambio, abarcaría mucho más, y podrían acogerse a él los niños con papá, los que no tienen papá pero consideran especial al vecino del quinto, los que quieren con locura a su pececito de colores e incluso --de todo ha de haber-- los que destinan todo su amor infantil --y puro, por tanto-- a un ficus o a una petunia, que son también seres vivos. Hasta el mismísimo Bertín Osborne estaría de acuerdo. Pero incluso ese día excluiría a los infantes que carecen de ser vivo especial, que alguno habrá, igual hay un niño que sólo ama a sus gafas. O a su tren eléctrico. La cosa está complicada.

Si se convierte en costumbre lo de eliminar todos los "días de" que no pueda celebrar absolutamente todo el mundo, mucho me temo que nos quedaremos sin "días de", y eso que se celebra uno cada día. Existe incluso el Día Internacional de la Tortilla de Patatas (fue hace poco, el 9 de marzo), que se instauró sin tener en cuenta a toda la gente que prefiere la tortilla a la francesa, por no mencionar a quienes no gustan ni de una ni de otra. Hoy mismo, sin ir más lejos, como cada 20 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Felicidad, cosa que sin duda supone un agravio para todas las personas desgraciadas, que no tienen por qué aguantar una jornada que las discrimina claramente. La maestra andaluza que se ha rebelado contra el Día del Padre, debería tomar cartas en el asunto e iniciar una campaña contra el Día de la Felicidad, que aquí solo ha de celebrarse lo que incluya a todos sin excepción. En este caso además, con el agravante de que esta celebración --ofensiva para los desgraciados que en el mundo son-- les sume en una tristeza e infelicidad todavía más profunda: todos celebrando el Día de la Felicidad en la misma cara de los infelices. ¿Cabe mayor crueldad?