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Un guardia civil lleva en brazo a una niña tras el atentado de ETA en el cuartel de Vic

Un guardia civil lleva en brazo a una niña tras el atentado de ETA en el cuartel de Vic

Pensamiento

El pacifismo caníbal o el minucioso borrado de la barbarie

"Es importante que se escriban libros como 'La tribu caníbal', como antídoto ante la indigencia intelectual y moral de quienes nos quieren convencer de que no existió lo que hasta tres generaciones de españoles estuvimos viviendo a diario durante varias décadas"

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Hay recuerdos de alta definición y recuerdos emblemáticos. Estos últimos son aquellos cuya esencia es tan poderosa que acaba difuminando muchos detalles circundantes, porque ese núcleo de significado va mucho más allá de lo contingente.

Por eso no recuerdo cuántos años tenía, ni en qué época del año estábamos, ni si era un día entre semana cuando mi padre empezó a contar que se había encontrado a un excompañero de trabajo al que hacía tiempo que no veía. Había en la voz de mi padre algo diferente, como una veta blanda o una leve resquebrajadura. Sin embargo, refirió el inicio del encuentro como cabría esperar de un encuentro de aquel tipo: que qué ilusión, que qué hay de tu vida, que qué tal la familia.

De pronto, su antiguo compañero le preguntó a mi padre si recordaba el atentado de ETA en la casa cuartel de Vic. Y mi padre le respondió que claro, que cómo no se iba a acordar. Y, acto seguido, la concreción de un horror puro e innombrable: pues una de las niñas que murió era mi hija.

Recuerdo la mirada extraviada de mi padre mientras contaba la confesión de su antiguo compañero, una mirada cuyo verdadero significado yo, que entonces era un niño o un preadolescente y, por tanto, no tenía hijos, fui incapaz de calibrar. Pero mi padre sí era padre, claro, como lo soy yo ahora. Y su mirada era —ahora lo comprendo— la radiografía del estupor y el miedo ante la constatación de que la barbarie no respetaba el altar sagrado de los hijos pequeños.

El pasado 22 de noviembre conté esta historia en la presentación del magnífico libro La tribu caníbal, de Carlos Rodríguez Estacio, que tuvo lugar en Barcelona, dentro del ciclo de cine que cada año organiza la Asociación por la Tolerancia.

Fue la tercera de las anécdotas de mi infancia relacionadas con ETA que referí durante mi intervención. Y las conté para recordar una obviedad: que al menos tres generaciones habíamos convivido, a diario, de manera más o menos directa, con el plomo, la metralla, los coches bomba y los tiros en la nuca de ETA, pero que aquello contrastaba con las generaciones de nuestros jóvenes, quienes apenas sabían nada debido a ese proceso —mitad blanqueamiento, mitad borrado— que estábamos sufriendo de un tiempo a esta parte.

Por eso resulta crucial un libro como La tribu caníbal, que precisamente analiza el inicio de ese proceso. Y una de sus hipótesis principales, tan lúcida como descarnada, es que uno de los objetivos del asesinato de Miguel Ángel Blanco —la idea del libro se le ocurrió al autor con motivo del 25º aniversario de su muerte y pretende ser un homenaje— fue precisamente blindar el nacionalismo, obligar al partido que recogía las nueces a posicionarse en un nuevo eje: nacionalistas —terroristas incluidos— contra no nacionalistas.

“Estas cosas se entienden mejor un año después”, le confesó Txapote a un compañero que le interrogó sobre la conveniencia de un asesinato tan sádico. ¿Y qué ocurrió un año después? El pacto de Estella. O, dicho de otro modo: el cierre de filas del nacionalismo, el cordón sanitario a los partidos “españoles”, según la jerga nacionalista.

El libro es una minuciosa disección de la barbarie y su onda expansiva: desde las mejillas abrasadas por las lágrimas de Miguel Ángel Blanco, hasta el suicidio del hijo adolescente de un policía asesinado por ETA, pasando por los asesinatos de Antonio y Hortensia —aquel claxon sonando durante media hora—, el de Ramón Baglietto, asesinado por un joven al que le había salvado la vida siendo un bebé, o el de los concejales José Luis Caso y su sucesor Manuel Zamarreño, en Rentería, con apenas seis meses de diferencia, así como los insultos a la mujer de Isaías Carrasco y el bullying a su hijo, o las palabras de la madre de la última menor asesinada por ETA, supurantes de un dolor sin contornos.

El libro, sin embargo, es tan crudo como luminoso, porque no se limita a un catálogo de horrores, sino que profundiza en los resortes políticos de ayer y hoy, en el ponzoñoso entramado social que posibilitó la perpetuación de la barbarie, en el corpus doctrinal que apuntaló razones y justificaciones.

Hay algunas lecturas brillantes, como la que vincula la rebelión cívica de la ciudadanía española ante el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco con ese otro despertar que fueron las grandes manifestaciones constitucionalistas del 2017 en Cataluña. Allí, según Rodríguez Estacio, estuvo el germen de lo que pudo ser una España mejor.

Pero no pudo ser. La España de ahora es aquella en la que Inés Hernand, en uno de los programas más vistos de la televisión, le dice a unos jóvenes con cara de no enterarse de nada que la izquierda abertzale siempre fue pacifista. Por eso es tan importante que se escriban libros como La tribu caníbal, como antídoto ante la indigencia intelectual y moral de quienes nos quieren convencer de que no existió lo que hasta tres generaciones de españoles estuvimos viviendo a diario durante varias décadas.