Ignacio Vidal Folch opina sobre el último libro de Juan Soto Ivars
Juan Soto Ivars denuncia las denuncias falsas
"Su libro no es un panfleto machista, apresurado y desinformado, sino un sólido trabajo de varios años sobre un tema candente que se trata de silenciar”
Hace un par de años me encontré a un amigo mío, abogado (y muy bueno, por cierto). Andaba abrumado: “Defiendo a una mujer en un caso de divorcio y me ha dicho que si su marido, al que ahora detesta, no se aviene a dárselo todo –y subrayó el “todo”: piso, hacienda, custodia de los niños—, le metíamos una denuncia por violencia de género en el ámbito familiar y le arruinábamos la vida. Que se lo dijese. "Ella es una mujer de una frialdad glacial y está llena de odio, y yo estoy convencido de que el marido es totalmente inocente, pero va a tener que dárselo todo”.
La pregunté si aquel caso de aprovechamiento torticero de una ley (la Ley Integral de Violencia de Género) era una excepción o lo típico. Me respondió que las denuncias falsas en este contexto era el pan de cada día en los juzgados. A menudo los jueces las descubren, pero pocas veces se hace cargar a la falsa denunciante con la responsabilidad de su delito.
El lector probablemente tenga presente el “caso Errejón”: la denuncia por agresión sexual contra el político de ultraizquierda por parte de la actriz y presentadora Elisa Mouliaá, que va a llegar pronto ante el tribunal. Aunque el absurdo relato de los acontecimientos por parte de la actriz, las declaraciones de los testigos en la famosa fiesta a la que ambos acudieron en la noche de autos, y las posteriores conversaciones por whatsapp de la actriz con una de sus amigas, así como el intercambio de whatsapp que ellos dos, Mouliaá y Errejón, sostuvieron en los meses siguientes a los hechos, dejan muy claro que ella falsea los hechos: que su denuncia es falsa.
Aun así, de momento, la carrera política de Errejón ha sido destruida y, según y cómo salga el juicio, puede acabar en la cárcel.
Lo cual, sin duda, tiene un aspecto divertido, pues es el mismo Errejón el que afirmaba en el 2020 que “no hay denuncias falsas. Hay una derecha fanática cuyo trabajo es criminalizar a las mujeres.” ¡Ahora es él el amenazado por algo que supuestamente no existe, salvo en las fantasías de los fachas!
Conocí a Juan Soto Ivars hace 10 o 15 años, en Barcelona, cuando él era un joven y desenvuelto periodista que empezaba en la profesión. Su pluma se inclinaba más a la izquierda que a la derecha, pero parecía no casarse con nadie y había publicado un par de libros, además de columnas ingeniosas en El Confidencial.
Ahora tiene 40 años, vive en los alrededores de Madrid y ha publicado no sé si una docena de libros de todo tipo --ensayos, alguna novela--. El último que acaba de salir, Esto no existe, subtitulado Las denuncias falsas en violencia de género, en ediciones Debate, lo ha puesto en el ojo del huracán. Algunas fanáticas ultrafeministas lo acusan de machista irredento y de embustero colosal (¡esto no existe!, como decía Errejón hasta que le pasó a él), le persiguen en las redes sociales y en la televisión, reclaman a las librerías que no pongan a la venta tan cavernícola y falsario panfleto.
Él –ya he dicho que es un tipo desenvuelto— lo celebra, porque con sus intentos goebbelsianos de cancelarle hacen de su título una profecía autocumplida, y porque al pintarle la caricatura de un facha irredento, “me están vendiendo el libro”, le hacen publicidad. Es lo de Dalí: “Que hablen de mí, aunque sea bien”.
Pero el libro, que acabo de leer, y que confirma, con numerosas entrevistas suculentas e infinidad de datos (90 apretadas páginas de notas referenciales compulsables), lo que me dijo mi amigo el abogado del primer párrafo: no es un panfleto machista, apresurado y desinformado, sino un sólido trabajo de varios años sobre un tema candente que se trata de silenciar: “Esto no existe”.
El autor, no sé si hace falta aclararlo, no es insensible al dolor de tantas víctimas de feminicidio consumado o intentado, de abusos graves o de los llamados “micromachismos” leves y cotidianos que muchas mujeres soportan por el mero hecho de ser mujer, incluso en un país destacadamente liberal y paritario como el nuestro (esto lo digo yo), comparado con la mayor parte del mundo.
Sucede que su libro no trata de este mal, como tampoco de la guerra en Sudán o de la triste soledad de los ancianos. Trata específicamente de una ley española creada (vamos a creer que de buena fe) para brindar protección a la mujer, pero tan mal hecha, tan sesgada, que se ha convertido en una herramienta utilísima para sesgar los juicios y destruir la vida de miles de varones inocentes.
La mayoría de nosotros somos conscientes de que el mundo está lleno de buenas y malas personas, y que hay cabronazos, narcisistas y aprovechados tanto en un sexo como en el otro. Cierto ultrafeminismo, en cambio, parte del a priori de que el hombre es en esencia un violador, y la mujer un ser de luz, y se pregunta: ¿por qué querría una mujer arruinar la vida de un hombre con una denuncia falsa?
Soto Ivars responde con una batería de motivos de esas denuncias que “no existen” pero existen, todos y cada uno con su correspondiente referencia documental. Acabo con esa batería (página 197):
“Sin usar la imaginación, y sólo con casos en los que la denunciante confesó su mentira o la pillaron, podría hacerlo para ocultar una infidelidad a su novio, o por miedo a que el chico al que se ha tirado difunda un vídeo porno que grabaron juntos, o para evitar que su ex conozca a otra mujer, o por temor a haberse quedado embarazada, o porque necesitaba una excusa para llegar tarde a casa de sus padres, o porque le dio la real gana para montar un número y sentirse arropada, o por despecho cuando el famoso no quería seguir de fiesta con ella, o por odio a un hombre que la abandonó, o para defender a su novio después de que éste agrediera al denunciado, o por ideaciones paranoides, o porque no quería vivir con su madre y su nueva pareja, o para quitarle la custodia al padre de su hijo, o como represalia porque su ex la denunció por incumplir el régimen de visitas, o para hacerse perdonar por la amiga con cuyo marido se ha acostado, o por tener tan asumido el feminismo victimista que aspira a participar de la ola justiciera, o por rabia, o por ‘mis nervios y enfados’, o porque se lo dijo su abogada”.