Cartel de Barcelona como invitada en la FIL de Guadalajara
Las flores de Guadalajara
Es el español el idioma que mantiene a Barcelona en la primera división de la industria editorial
No deja de ser una (inmensa) ironía del destino que las vísperas de la Feria del Libro (FIL) de Guadalajara (México), la más importante en español del mundo, donde Barcelona acude este año como “invitada de honor”, haya coincidido con un agrio debate en el Parlament –entre el PSC y Junts– acerca de una presunta “desnacionalización” de Cataluña que, la verdad, no se percibe por parte alguna, salvo en la mente (siempre declinante) de los exconvergentes, atemorizados por el presunto sorpasso a su diestra (extrema) de Alianza Catalana, que auguran los últimos sondeos.
El Ayuntamiento de la segunda ciudad de España, que prefiere presentarse a sí misma como la capital de Cataluña, encomendó esta tarea a un responsable político (el concejal Xavier Marcé) que, a su vez, eligió a una comisaria –Anna Guitart– para elaborar el programa oficial de actos y hacer una lista de setenta invitados con idea de mostrar “la literatura de la Barcelona del presente”.
En la presentación del programa en Guadalajara, que ambos tuvieron el gran detalle de hacer en español, idioma que no siempre usan en Barcelona, quizás por defender la lengua propia (considerando impropia la castellana, que paradójicamente es la mayoritaria) todo fueron hermosas palabras y parabienes: apertura, libertad, diálogo, gastronomía and all this stuff.
Echamos de menos que hablaran de los cócteles, que en los desfiles culturales son un asunto capital, pero sin duda los habrá y en abundancia porque, como dejó escrito en su día Ferlosio en aquel artículo colosal –‘La cultura, ese invento del Gobierno’–, los socialistas ven la literatura, el cine, el teatro, la música, la danza y el mundo entero como una interminable fiesta que siempre pagan otros (distintos a los invitados). Debe ser porque en ella nadie sufre, ni siquiera el más atormentado de los artistas.
La exclusión de determinados autores –como Ildefonso Falcones, autor de La Catedral del Mar– ha provocado una cierta polémica sobre los criterios de selección. ¿Cuáles son? Nadie los sabe con exactitud, aunque basta leer uno de los artículos que la comisaria Guitart escribió hace ahora un año en las páginas del diario Ara para hacerse una idea. La comisaria visitaba por primera vez la Feria de Frankfurt. Lo hizo con mucho sueño –¡había tenido que coger un avión a las ocho de la mañana!– y dentro de una comitiva de 70 editoriales. Viajó con su hermana, editora de Planeta.
A Guitart le sorprendieron mucho los inmensos pabellones y los puestos de venta de salchichas, que ella describía como “food trucks”, aunque su mayor interés –según confesaba a sus lectores– era “llegar al brindis con la nueva consejera de Cultura, Sònia Hernández”, que se celebraba en el pabellón de Cataluña. Nos parece formidable. En la vida hay que tener claro qué es lo necesario y qué es lo contingente. Saludar a un político es más importante que leer a Pla. De ese instante hizo un descripción antológica: “Cuando sacan el cava, [el pabellón de Cataluña] se llena de gente y pronto me doy cuenta de que todos los stands hacen una celebración en algún momento, y entonces todos se llenan de pasavolantes y de especialistas en la razia de canapés (de brezos, en este caso)”.
La comisaria de Barcelona en la FIL no hablaba de libros en su artículo sobre Frankfurt. Tampoco de escritores. Sólo de fiesta. Salta a la vista: para el PSC era la persona perfecta. Las ferias del libro son escaparates. No cabía por tanto esperar grandes sorpresas sobre la oferta oficial de Barcelona en México. Básicamente: los mismos de siempre más los amigos del jurado. El guión: la historia de Barcelona como nodo editorial internacional –declinante en favor de México DF, Buenos Aires e incluso de Madrid, aunque la costumbre retenga en la Ciudad Condal sellos importantes y otros dependientes de los presupuestos y las subvenciones públicas que reparte el Instituto Ramón Llull–, la recurrente nostalgia del boom latinoamericano, y evocaciones (femeninas: hay que estar al día) de Mercè Rodoreda o de Carmen Balcells. De embajador estrella ejercerá Joan Manuel Serrat, escritor…de canciones.
Acaso para justificar su presencia dentro del coro de invitados (culturales), uno de ellos –Álvaro Colomer– ha defendido la labor de la comisaria en una ronda de testimonios recogidos por La Vanguardia. Colomer sostiene que la lista de seleccionados es “equilibrada”. Lo explica así: “Van 33 novelistas, de los cuales 13 escriben en castellano, una proporción bastante lógica para una ciudad como la nuestra. Del resto de participantes hay 43 que normalmente se expresan en catalán y 29 en castellano”.
El argumento, camuflado de estadística, es divertido. Llama “lógico” –pero sin explicar la razón– a lo que, en términos reales, no lo es. Al menos, desde un punto de vista empírico. ¿Desconoce Colomer que, según una encuesta del Ayuntamiento de Barcelona, sólo el 35% de los barceloneses usa el catalán como idioma principal frente a el 57% que hablan en español y un 10% en otras lenguas? Si el criterio para seleccionar a los autores de Guadalajara ha sido el estadístico –cosa que no compartimos– la proporción decidida por la comisaria no responde a la realidad social de Barcelona. Difícilmente su embajada podrá representar a la literatura de la Ciudad Condal si desprecia este hecho, que únicamente supone un problema para los nacionalistas y sus asimilados, entre ellos el PSC.
Para explicarlo citaremos en este punto las palabras del concejal del ramo, el citado Xavier Marcé. Hace dos años, en una entrevista con Barcelona Metrópoli, sostenía: “No se entiende la vida cultural de Madrid sin la capacidad creativa de Barcelona”. En efecto. Es verdad. Básicamente porque muchos coolturetas barceloneses, especialmente los devotos del PSC, juegan siempre a dos barajas y les conviene decir en un sitio lo mismo que censuran en otro. Y viceversa.
Debemos pues proclamar, alto y claro, que la literatura de Barcelona tampoco se entiende sin los escritores en español, aunque el Ayuntamiento de Collboni sitúe a los autores en castellano en una división (estadística) secundaria en relación a los que escriben en catalán. Si esto es desnacionalizar Cataluña, el padre Verdaguer debe estar a punto de resucitar. En la Virreina todavía no lo han entendido: el sector editorial de la Ciudad Condal, sin los grandes grupos y los sellos independientes que publican títulos en español, sería una industria de segundo orden. Es el castellano el idioma que mantiene a Barcelona en la primera división de la industria editorial. Aunque las flores de Guadalajara se pongan líricas y estupendas.