El segundo acuerdo presupuestario entre republicanos y socialistas para las cuentas de la Generalitat ha sido mucho más fácil de alcanzar que el primero. El año pasado la negociación duró meses y estuvo cerca de fracasar. ERC empezó mirando a Junts, que recién habían abandonado del Govern, y acabó aceptando el marco negociador del PSC, que no quería regalar sus votos a Pere Aragonès por el simple hecho de que Pedro Sánchez necesitase a su vez el apoyo de los republicanos en Madrid. Sin ese acuerdo presupuestario, el final de legislatura catalana hubiera tenido que adelantarse casi dos años. Es insólito que un partido que no ganó las elecciones, ERC, gobierne en solitario con sólo 33 de los 135 diputados. No había pasado nunca en Cataluña y cuesta encontrar un caso similar en nuestro entorno. Cuando un presidente pierde la mayoría parlamentaria que lo había investido, como le ocurrió a Aragonès, elegido gracias al voto de ERC, Junts y CUP, tiene tres opciones: se somete a una moción de confianza, alcanza un nuevo pacto con otros socios, o convoca elecciones. Nada de eso hizo el republicano Aragonès. Sobrevivió porque Salvador Illa, pensando tanto en dar estabilidad a la política española como apostando estratégicamente por ERC, prefirió rescatarlo. Y, sin duda alguna, su generosidad también tenía que ver con los catalanes, para los que era mucho mejor tener nuevos presupuestos que un Govern deambulante e impotente. Esta vez, la negociación ha sido mucho más fluida y a nadie ha sorprendido, más aún cuando en Barcelona ya se ha anunciado que ERC apoyará los presupuestos de Jaume Collboni, y que probablemente veremos un bipartito en la capital catalana tras la aprobación de las cuentas municipales. Y la pregunta ahora es si esa fórmula se trasladará a Cataluña tras las autonómicas. 

Y la respuesta, como en casi todo, es que depende. A ERC, el apoyo actual del PSC le interesa, es un socio fiable y la contrapartida es el sostén a Sánchez, pero está por ver qué ocurría si la situación fuera a la inversa. Una cosa es el Ayuntamiento de Barcelona, donde los republicanos tienen que reinventarse, y mejor hacerlo desde la comodidad del gobierno que en la oposición con sólo cinco concejales, y otra muy diferente es la Generalitat, finalmente conquistada por el partido de Oriol Junqueras. Si Illa ganase, también en diputados, pues en 2021 quedó primero sólo en votos, cuesta imaginar que ERC invistiera a un socialista como president. La encuesta que este lunes publicó Crónica Global apunta a una resurrección de Carles Puigdemont gracias a la ley de amnistía, aunque hoy no está claro que dicha legislación vaya a aprobarse ni, en ese caso, nadie sabe qué ocurriría con el expresident, cuánto tardaría en poder regresar a España sin ser detenido. En cualquier caso, sólo dependería de él ser candidato. La primera meta son las europeas de junio. Como reflexionaba Xavier Salvador, Puigdemont no está muerto. Es un político desafiante. Es la mayor amenaza para Illa. Peligro doble. Puede galvanizar al votante independentista en unas autonómicas, y condicionar la política, siempre errática, de ERC. Mucho tendría que cambiar el partido de Junqueras, o muy contundente tendría que ser la victoria del PSC, para sumarse a un bipartito con Illa de president. Y el problema es que si no lo logra, la justificación de la amnistía como peaje para calmar al secesionismo y acceder a la gobernación de Cataluña se derrumba.