Volvemos a gozar de lo único que parece saber hacer nuestro Govern, prohibir, ahora con la excusa de la pertinaz sequía.

El clima mediterráneo del cual gozamos presenta marcados ciclos de sequía, como muchas otras zonas del mundo. No es casualidad que en el Antiguo Testamento ya se mencionasen siete años de pobreza y siete de abundancia, años de vacas gordas y de vacas flacas, pues en Oriente Medio también hay ciclos de sequía. Que nuestros antepasados lo pasasen mal cuando no llovía es comprensible; que lo pasemos nosotros solo tiene una razón, la nula gestión que padecemos desde que lo identitario es lo único que importa.

La escasez de agua es un problema más que solventado en zonas mucho más complicadas del mundo. En San Diego, los Cabos o Riad llueve muchísimo menos que en Barcelona, pero hace tiempo que han dejado de depender del cielo gracias a desalinizadoras, cada vez más potentes a la par que eficientes energéticamente y menos contaminantes, siendo, curiosamente, varias las empresas españolas, como Acciona o Abengoa, las que lideran esta boyante industria. En parajes de clima semidesértico no solo no pasan sed, sino que cada vez más crece el paisaje verde, incluidos maravillosos campos de golf.

Pero es que, además de no invertir, se tiende a mentir o, al menos, a no decirnos toda la verdad. Hoy los embalses en España están un poco mejor que hace un año o dos (al 51% de su capacidad), según la fuente oficial (embalses.net). Tampoco están tan mal en Cataluña (41%); lo que está fatal es el sistema Ter-Llobregat que, según la Generalitat, tiene sus embalses por debajo del 16% de su capacidad.

Es lamentable que, desde el último ciclo de sequía de hace 15 años, Zapatero paralizase el plan hidrológico nacional para apaciguar a unas comunidades frente a otras, la Agencia Catalana del Agua se dedicase a reducir deuda en lugar de invertir en algo tan evidente como evitar las fugas (se pierden al menos 20 litros por habitante y día) o en el reciclado de aguas, con instalaciones terminadas, pero no legalizadas.

Tampoco se ha invertido ni en la actualización ni en la ampliación de desalinizadoras, con presupuestos aprobados, pero no ejecutados, ni se ha avanzado en el tratamiento y reutilización del agua, como tampoco en la recogida de aguas torrenciales, tan frecuentes en nuestra costa, la zona más perjudicada por la sequía. Depender del cielo es lo que tiene, a veces va bien; a veces, no.

De la mano de las prohibiciones vendrá el análisis malintencionado de las causas. La culpa de todo será la emergencia climática provocada por el hombre y las ventosidades de las vacas y lo que es un efecto cíclico nos dirán que es una tendencia irreversible y de nuevo habrá prohibiciones en movilidad por aquello de ocuparnos solo en reducir el 3% de las emisiones del CO2, las producidas por el transporte. Con las emisiones del CO2 los gobernantes actúan como con el IRPF, solo se centran en lo fácil sin importarles si es justo o si sirve de algo lo que hacen. Hay que reaccionar a la falta de agua, no teorizar el por qué no llueve.

No deja de ser curioso que todo sería más sencillo realizando un trasvase temporal entre cuencas. Pero ahí aparece la política barata, los gobernantes no quieren molestar a sus cargos “en el territorio”, por más que la sequía afecta al 80% de los catalanes, claro que, en general, votan mal en las municipales porque, ¡oh, casualidad!, las mayores afectaciones se sufren en las ciudades grandes, en general gobernadas por alcaldes del PSC o, incluso, pecado mortal, del PP. La Generalitat está pensando en repartir polvorones en Badalona…

Gracias a la consistente campaña en medios de malas noticias, lo de las chirigotas de Cádiz se va a quedar corto. Perdemos la Fórmula 1, no tenemos agua, pero, eso sí, nos peleamos por una amnistía que lleva camino de ser devuelta a los corrales o, lo que es peor, producir efectos colaterales muy negativos porque con tanto remiendo acabará siendo una chapuza. No se puede ser más cansino. Las autonomías están para la gestión cotidiana, y eso no puede cambiarse por ensoñaciones que solo llevan a la desesperanza.

Por la nula gestión autonómica y la pasividad nacional vamos camino de perjudicar seriamente no solo el confort de los ciudadanos, sino, también, el atractivo turístico de una Cataluña decadente porque Barcelona, aunque creemos que sigue siendo el centro del mundo, está aburrida, y aburre, de tanto mirarse el ombligo y aún no ha recuperado las pernoctaciones prepandemia, cosa que sí han hecho otras ciudades, como Madrid, Málaga y Valencia.

Si restringimos las duchas, si no regamos, si no llenamos las piscinas y, además, nos encargamos de alarmar a los turistas, estos se irán a otros lugares más agradables. Y, por cierto, aunque el ICE se ha librado, aún estamos a tiempo de prohibir el Mobile porque consume mucha agua. En Cataluña siempre podemos estar peor y hay políticos que solo piensan en ello.