Jaume Collboni deshoja la margarita para saber si la futura gobernabilidad del Ayuntamiento de Barcelona estará en manos de una alianza con los partidos de izquierda (ERC y Comuns) o con los acalorados ideológicamente pero facilitadores de la actividad económica de Junts. Guatemala o Guatepeor debe pensar el alcalde pero la necesidad de estabilizar un apoyo constante se antoja imprescindible si no se desea que la ciudad salte por los aires. O volver a ensayar una especie de tripartito que para Collboni sería como sentarse una semana sí, y otra también, en la consulta del dentista o tratar de ensamblarse con la opción más echada al monte del independentismo pero que cuenta con mayor sensibilidad a la hora de aceptar el impulso de los planes que permitan un desarrollo económico de la capital catalana.
Mientras el primer edil le da vueltas en la cabeza a su estrategia de futuro, determinadas actitudes suyas permiten albergar la esperanza del retorno al sentido común. La ciudad no ha dado un vuelco absoluto tras la salida de Ada Colau como alcaldesa pero hay brotes verdes. Por ejemplo, la decisión de anular los giros obligatorios cuando se conduce por la Gran Via o la Diagonal. Si la ciudad ya se había convertido en un puzzle de difícil resolución para los millares de conductores que no tienen alternativa de llegar a la ciudad sin vehículo propio, la obligatoriedad de giro en esas dos arterias se convertía en un salto mortal con doble tirabuzón para la saturación de las calles y de la presión sanguínea de sus conductores.
Es buena noticia también que la decisión del alcalde venga precedida de la propuesta lanzada por el grupo popular, cuyo máximo representante es Daniel Sirera. La ciudad moderna tiene que tener la cabeza en crecer y mejorar, y así de este modo recorrer el camino aunque las propuestas vengan de grupos políticos diversos. Si la idea es buena, ¿por qué no aceptarla? La medida asumida aliviará la congestión y por tanto la contaminación, el mantra bajo el cual la anterior administración decidió declararle la guerra al coche privado. El resultado que obtuvieron fue generar más retenciones que acabaron por concentrar en las calles un mayor grado de polución.
La capital catalana tiene que prepararse para los nuevos retos de movilidad del futuro. El coche no podrá ser el protagonista absoluto, como lo fue en el siglo XX. Pero no debemos tener una ciudad irrespirable mientras se persigue un nuevo modelo de movilidad más eficiente. Para conseguirlo es necesario implementar un servicio que permita aparcar el vehículo privado y gozar de una red metropolitana más robusta, algo que todavía no está en marcha.
No sé qué hará el alcalde pero viendo todos los desaguisados que tendrá que ir corrigiendo casi le saldría más a cuenta analizar con más detalle los inconvenientes de alcanzar pactos con formaciones de las que no se fía y con las que cada vez comparte menos preceptos. Muchos de los votos que recabó Collboni procedieron del cansancio de la política de Colau. Tropezar en la misma piedra quizás le puede convenir a su partido pero no se traduciría en un escenario ideal para el deseo de los votantes barceloneses.