Si hace un año el destino del expresident parecía encaminado hacia la pérdida de su condición de eurodiputado, a jugar un papel marginal en la política catalana, incluso dentro de Junts, y tal vez a acabar en la cárcel como consecuencia de la aplicación final de las euroórdenes, 2024 empieza, en cambio, de forma radicalmente diferente. Carles Puigdemont regresará a Cataluña tras aprobarse la ley de amnistía, pese a los interrogantes jurídicos sobre su aplicación, como gesto de afirmación y desafío a los jueces del Tribunal Supremo.

Su hipotética detención obligaría a un rápido pronunciamiento del Constitucional, lo que sería una campaña inmejorable para quien desea seguir haciendo política. Porque esta es la cuestión de verdad. En su mano está decidir si quiere repetir como candidato a la Eurocámara, lo que puede darle idea del apoyo electoral que todavía es capaz de aglutinar.

No olvidemos que, en mayo 2019, la suya fue la lista más votada, con casi un millón de votos, ganando nuevamente a su archirrival Oriol Junqueras, que no pudo tomar posesión del escaño en Bruselas y tuvo que cumplir dos años más de cárcel hasta la concesión de los indultos. La etapa del exilio se cierra, gracias a la carambola electoral de julio pasado, con un triunfo inesperado para el fugado de Waterloo. Que el PSOE haya comprado a Junts el relato del procés es un éxito impagable para el separatismo.

La segunda y más importante decisión que deberá tomar Puigdemont, poco después, es sobre las elecciones catalanas. En un momento en el que el PSC lidera las encuestas, el independentismo sabe que si Salvador Illa es elegido president la exigencia de un referéndum se hundiría como un castillo de naipes. En ese escenario, “la oportunidad que tenemos en Madrid pierde gas”, reflexionó Artur Mas en una reciente entrevista en La Vanguardia, donde apostaba por una evolución hacia el pragmatismo de Junts, como había demostrado pactando la investidura de Sánchez.

Pero “todo cambia”, resumía, si los partidos soberanistas no suman mayoría y el líder socialista se hace con el poder de la Generalitat. No hay duda de que Puigdemont es el mejor candidato que Junts puede presentar en las autonómicas, mientras ERC se debate entre dar una nueva oportunidad a Pere Aragonès, pese a que no está logrando afianzarse como buen gestor, y un Junqueras cuyo liderazgo está muy cuestionado en el mundo independentista por su doblez.

En septiembre y octubre pasados, en medio del debate sobre la amnistía, tal vez para hacerla más digerible al electorado socialista, se sugirió desde algunos medios que Puigdemont no deseaba en realidad volver para ser de nuevo candidato a la Generalitat, que con la amarga lección del 2017 ya había tenido bastante. Su objetivo, se decía, es retirarse dignamente en lugar de jugar un papel en primera fila porque el unilateralismo está desacreditado y como amenaza suena ya ridícula. Pues bien, que otro procés no sea posible, por lo menos a corto plazo, no significa que el independentismo vaya a tirar la toalla ni dejar de conjurarse para cerrar el paso a Illa.

¿Qué haría ERC en esa disyuntiva, si quedase en tercera posición, y tuviera que elegir? ¿Investiría a un president socialista? A priori, difícil sin que una parte de sus bases lo considerase una traición, aunque en política no hay nada completamente imposible. En cualquier caso, solo con Puigdemont Junts puede reconquistar la Generalitat y demostrar que con la amnistía no se acaba nada, sino que la reivindicación autodeterminista gana enteros frente a Pedro Sánchez. El regreso del expresident en 2024 abre un escenario inquietante para ERC en su afán por retener la hegemonía soberanista, y para el PSC encierra muchos peligros si tampoco esta vez gana la Generalitat.