Veo a Patxi muy suelto, muy fanfarrón. Quizá debería moderarse. Tomarse un caldo.
Veo en su rostro un cierto parecido físico estructural de la facies con don Máximo Pradera, el periodista más tonto de España y parte del extranjero, después de don Pedro Cuartango.
Cuando Patxi López (Portugalete, 1959) era jefe de los socialistas vascos corría por Bilbao el siguiente chiste: “Llega un coche, se para, se abren las puertas… y no baja nadie. ¿Quién iba en el coche? Respuesta: ¡Patxi López!”.
El malévolo chiste quería subrayar la inconsistencia política e intelectual de López. A quien muchos en aquellos pagos llamaban “Patxi Nadie”.
Pues bien, en el 2009 Patxi Nadie llegó a lehendakari, desplazando al PNV, cosa que una persona de sus prestaciones ni en el más húmedo de sus sueños hubiera logrado. Lo consiguió gracias a que Antonio Basagoiti, entonces jefe del PP en el País Vasco, le cedió sus votos, en maquiavélica jugada para arrebatarle el poder a los nacionalistas vascos.
Oli en un llum. Por desgracia Patxi Nadie lo hizo tan mal que al cabo de tres años, que se pasó pidiendo perdón al PNV por echarle de Ajuria Enea, perdió el cargo. ¡Ay, de vuelta a la oposición, con el frío que hace ahí!
El pobre Basagoiti, que se había dejado tantos pelos en esa gatera, desesperó, y mascullando “ahí os las compongáis” se largó a México, de donde le recomiendo que no regrese nunca.
Patxi fue nada. Pero tuvo la suerte de que dos años después ETA emitió el comunicado en el que dejaba las armas. (Por cierto, que esto debería avergonzar al PNV: el partido macho alfa no lo logró, o acaso no lo intentó, durante las décadas en que detentó el poder).
Sin el PNV en Ajuria Enea, a ETA, ya muy debilitada por la progresiva excelencia policial en la lucha antiterrorista, le faltaba la cobertura “moral” y la complacencia ideológica que antes le garantizaba el partido de Arzalluz. Decidió tirar las armas con las que tan heroicamente se habían dedicado al patriótico tiro en la nuca y a la bomba lapa.
Aunque así se las ponían a Fernando VII, Patxi López no supo conservar el poder, del que fue desalojado a cajas destempladas como mendigo que se coló en la mesa de los señores, y el poder volvió a los devotos de Sabino Arana, los progresistas de “Dios y leyes viejas”.
Tras una larga y sombría travesía del desierto regresó López a la escena pública como presidente del Congreso, cosas veredes, y ahora es portavoz del Gobierno de Sánchez, más chulo que un ocho. ¡Y cómo fanfarronea! ¡Más que su socio Rufián! ¡Quién lo hubiera dicho! ¡Y parecía pasmadito!
Para un hombre de sus atributos, esta carrera política es asombrosa, y yo le felicito calurosamente por semejante abracadabra. Ahora bien, no es de recibo esa creciente chulería como de tabernario ultravasco o pulga resucitada con la que le niega la respuesta a los periodistas que le hacen preguntas incómodas sobre el pacto del Gobierno con los etarras, o sobre la entrega de un ayuntamiento importante a Bildu. Esa chulería con la que, en vez de contestar, repregunta a un periodista impertinente: “¿Pero a ti qué te importa eso?”.
Después de tanto llenarse la boca con que no hay que “judicializar la política”, ¡cuán arriba se venía Patxi López amenazando con enviar a la Fiscalía General del Estado, controlada por su partido, a “hacer caer todo el peso de la ley sobre Abascal y Vox”!
¡Eeeeeeeh! Recuerde, don Patxi, que la mínima cortesía reclama que desde la superioridad de un cargo como el que detenta, no se refiera usted a un parlamentario y líder de un partido democrático y legal (y que, por cierto, no ha dado un golpe de Estado como los socios de su señorito de usted) de forma tan tabernaria, negándole el respeto del “señor”, por más que haya dicho algo inconveniente.
Y recuerde que se ha llenado usted la boca criticando beatamente la “judicialización de la política” para ahora amenazar con ella, como si sus denuncias ante su fiscal de guardia fueran el bálsamo democrático de Fierabrás.
Modérese, López, que se le ve muy suelto.