El martes, 12 de diciembre de este año que concluye, y a última hora de la tarde, mientras en el Congreso de los Diputados se debatía y votaba la toma en consideración de la proposición de ley de amnistía, supimos que en un nuevo, pero previsible, cambio de opinión, Pedro Sánchez, y su Gobierno de amorales reunidos, efectuó un nuevo ingreso en la cuenta en la que nuestro autócrata va saldando sus deudas con cada uno de sus muchos proveedores de oxígeno, al cerrar filas con EH Bildu en la moción de censura que arrebatará la alcaldía de Pamplona a Cristina Ibarrola (UPN) y convertirá en alcalde al abertzale Joseba Asiron.
Triste noticia para los navarros, pero también para el resto de los ciudadanos españoles. Hace escasas semanas, Sánchez, desde la tribuna de la Cámara Baja, le recordaba en tono cínico al diputado de UPN Alberto Catalán: “Se le olvida un pequeño detalle: ¿gracias a quién gobiernan en el Ayuntamiento de Pamplona?”.
Con esos cambios de opinión, que nunca mentiras, paga Pedro los favores que le permitirán seguir haciendo y deshaciendo en la Moncloa cuatro años más, al tiempo en que castiga a los desafectos que le negaron el pan y la sal del voto en su gloriosa entronización. A las pocas horas de publicarse la noticia, Miren Zabaleta, la coordinadora del partido abertzale en Navarra, salió a la palestra como un rayo para tapar el vergonzoso cambalache y proteger a su benefactor: “No hay causa-efecto (en este asunto), son cuestiones diferentes”. Y uno va y se lo cree, claro.
Como bien saben, el próximo año se celebrarán elecciones en el País Vasco, y hace apenas 15 días Eneko Andueza, el portavoz de los sanchistas vascos, juró y perjuró hasta la saciedad que ellos jamás se atreverán a cruzar líneas rojas, porque pactar con los herederos políticos de ETA no cabe en el tablero democrático. Incluso Elma Saiz, ministra de Seguridad Social, negaba rotundamente que Pamplona pudiera ser objeto de un pago a Bildu por sus servicios. Pues bien, señoras y señores, faites vos jeux!, hagan sus apuestas. Me juego mi exiguo patrimonio a que el próximo lendakari de Ajuria Enea será un fornido levanta piedras de EH Bildu.
Y que rabien los del PNV, que a estas alturas ya no deben entender nada. Hasta Arnaldo Otegi asegura ufano que, tras la cesión de Pamplona, Sánchez les servirá el País Vasco en bandeja de plata. Cantemos pues aquello de “First we take Pamplona, then we take Berlin”. Y ahí tienen al cancerbero de Óscar Puente (ya recuperado de la operación de implante de una yema de titanio en el índice, tras tanto bloquear a golpe de tecla a todos los fascistas españoles en redes sociales, incluyendo a Martínez-Almeida, alcalde de Madrid), aplaudiendo hasta con las orejas; se jacta el hombre de que en estos asuntos no valen complejos ni martingalas: “No tengo ningún problema en que un ‘partido progresista democrático’ se haga con una alcaldía en España. Ninguno”. Tomen nota.
No se equivocó Alberto Núñez Feijóo al calificar el pleno de la amnistía como el día más triste y decadente vivido en el hemiciclo desde el lejano 23F de 1981. En ausencia de Sánchez, que volaba a Estrasburgo a fin de hacer balance y poner fin a la inútil presidencia española de la UE, fue Patxi López, ese faro de Alejandría del intelecto, quien llevó la voz cantante en el pleno.
Desde el primer momento, lejos de argumentar con solidez las virtudes de la amnistía –que quedaron relegadas al melopéyico y abrasador canturreo de que la amnistía “nos unirá más, conviviremos mejor, seremos más felices y comeremos perdices”– se dedicó a lo único que sabe hacer el partido sanchista cuando toca debatir con seriedad: atacar a la derecha. Y en el colmo de la estupidez estableció un paralelismo entre la amnistía que propició la Transición con esta otra.
El muy zote no tiene claro que la primera nos llevó de la dictadura a la democracia, mientras que ahora nos lleva de la democracia a una neodictadura palmaria –disfrazada eufemísticamente de radicalidad popular democrática–; divididos por un muro, con el país hecho trizas, con el poder judicial subiéndose por las paredes ante la acusación de lawfare, prevaricación, espionaje y malas prácticas, y con un procés redivivo que ha pasado de la agonía a infectar a toda España y a media Europa.
También arremetió Patxi López contra Santiago Abascal, por sus inoportunas palabras sobre cómo suelen acabar los dictadores cuando el pueblo se harta de sus desmanes. El líder de Vox, al intervenir, le mostró una fotografía en la que cargos del desaparecido PSOE, y miembros de sus juventudes, muestran a Mariano Rajoy boca abajo y sin cabeza. Supongo que por falta de tiempo Abascal no sacó a colación las declaraciones de Yolanda Díaz e Irene Montero sobre las virtudes de un buen guillotinado al Borbón de turno; las amenazas de vía y catenaria a Esperanza Aguirre; los deseos de periodistas como Máximo Pradera de cortarle el cuello a Isabel Díaz Ayuso con una buena macheta de carnicero; o el priapismo que dijo sentir Pablo Iglesias al recrearse en su ensoñación de llegar a ver cómo se cargaban a tiros a los del PP. Estas aberraciones son cosas que pasan cuando se usan dos varas de medir y sólo se homologa o bendice una de ellas, ¿no les parece?
De todos modos, lo más triste de la crónica de un debate bronco, estéril y desasosegante para cualquier persona reflexiva, y que concluyó con el resultado anunciado, fue la intervención de los portavoces de ERC y de Junts. En inflexión macarrónica, y matasiete como siempre, Gabriel Rufián interpeló retórico: “En Cataluña estamos preparados para ganar o perder un referéndum, ¿lo están ustedes?”. Pero la que se llevó la copa del día a la iniquidad fue Míriam Nogueras, que vomitó bilis y acusó a todos cuantos respiran y se mueven en este país de lawfare, mala praxis judicial, persecución política, prevaricación y caza de brujas, sin que Francina Armengol se atreviera a llamarla al orden.
Nogueras arremetió contra jueces, fiscales, togados franquistas, periodistas y presentadores; y los señaló uno a uno, como en los mejores días del fascismo, con nombre y apellido, insistiendo en que deben ser destituidos, juzgados y, a ser posible, condenados. Y clarificó que a su formación únicamente le interesa la independencia y poder dejar atrás toda la “porquería” de esta España odiosa. Así que dejémonos de convivencia, buen rollito y germanor, espetó echando por tierra el hueco discurso de un Patxi López alelado. La intervención de Nogueras, haciendo méritos a fin de complacer a Carles Puigdemont, supone uno de los momentos más negros y penosos de la vida parlamentaria de este país.
Al día siguiente de esa sesión plenaria, y con la ley de amnistía ya a la espera de las previsibles enmiendas –parece ser que Junts quiere que incluya a más delincuentes, facinerosos animados de ayer y de hoy–, Pedro Sánchez se despedía en Estrasburgo con un anodino discurso en el que trasladaba a la UE el mensaje y las consignas que tan bien le funcionan aquí, entre las hordas de zurdos uniceja, y que se resume en el consabido sermón de lo malas que son las derechas y las hiper-mega-ultra derechas, y qué buenas son, en contrapartida, las izquierdas populistas progresistas marxistas feministas y veganas.
Cargó contra las rebajas de impuestos a las grandes fortunas; contra la eliminación de chiringuitos y fondos públicos destinados a políticas de género; contra el retraso en implementación de energías renovables; contra la censura de obras de teatro y películas; y mintió como siempre hace al advertir de que aquí, en España, la derecha está cambiando el nomenclátor de las calles con nombres de franquistas ilustres. Su gran error fue preguntarle a Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo, sumamente crítico con Sánchez, qué le parecería a él “devolver a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich”. Absolutamente intolerable. Grosero y despectivo, Sánchez abandonó el Parlamento sin dignarse siquiera a escuchar al alemán en su derecho a réplica.
Sánchez, que hace amigos y triunfa allá donde va, se equivocó por completo en su táctica de trasladar a Estrasburgo su manido discurso guerracivilista, maniqueo y sectario. El rechazo a su amnistía por siete votos lo ocupó todo. Aguantó como pudo, con expresión imperturbable y apretando la mandíbula, abucheos, críticas y la tunda verbal que le dispensaron diputados de diversos países, amén del magistral varapalo dialéctico de Dolors Montserrat. La cara de Ursula von der Leyen era todo un poema; parece que su George Clooney español se le ha caído del pedestal. Para colmo, nuestro autócrata tuvo que soportar a un decepcionado Puigdemont recriminarle el haber faltado a su promesa de implementar el uso de la lengua catalana en la Eurocámara. Así no, Pedro, así no. O cumples con los pactos o atente a las consecuencias.
Pero tiempo tendrán Sánchez y Puigdemont para asentar las bases de su incipiente amistad. Jordi Turull de Junts se ha apresurado a anunciar que los dos se reunirán en breve, quizás en enero, en país extranjero, claro, pero en la intimidad, sin mediador. Será un vis a vis altamente erótico y festivo entre presidentes de dos naciones soberanas. Pedro lo niega categóricamente, dice no saber nada, y nos invita a todos a consultar su agenda, que es pública, transparente, y está vacía.