Un querido amigo se ha dedicado, con infinita paciencia, a lo largo de estos cuatro últimos años, a publicar cada mañana en la red del pajarito frito –que ahora es peli porno light–, un tuit que era una exasperante cuenta atrás. Con pequeñas variaciones cotidianas, referidas al desaguisado nuestro de cada día, escribía ufano: “Pues ya sólo quedan 1.487 días para que Su Sanchidad y su (des)Gobierno acaben en el vertedero de la Historia”.
Yo le maldecía, porque esa tortura, mucho peor que la de la gota de agua china en la frente, me deshacía los sesos. Hablé con él el otro día y le rogué, entre bromas, que no lo hiciera cuatro años más, a riesgo de perder la amistad. El tiempo vuela en épocas de felicidad, pero es más espeso que la melaza en tiempos de tribulación. Y mucho me temo que la legislatura que ahora se inicia será atribulada y estará llena de curvas, desánimo y perplejidad.
Los que sin duda alguna habrán puesto en marcha el cronómetro de la cuenta atrás para que Pedro Sánchez abandone la presidencia rotatoria de la Unión Europea son los burócratas de Bruselas. Evitan pronunciarse para no echar más gasolina al fuego –y zanjan los desatinos perpetrados por nuestro psicópata favorito con un socorrido: “No tenemos nada que decir, es un asunto entre Estados”–, porque saben que ya queda menos de un mes para perderle de vista y echar al olvido una presidencia que pasará a los anales comunitarios con más pena que gloria.
Su inoportuno e innecesario viaje a Israel, como árbitro metomentodo de la moralidad internacional, en el marco de una frágil tregua, a fin de cantarle con cara de póker y sin la más mínima empatía en el rostro la cartilla a Benjamín Netanyahu, poniendo en duda su proceder, el inaceptable número de víctimas colaterales, y sus dudas acerca de que Israel esté cumpliendo escrupulosamente con las más elementales normas del derecho internacional humanitario (DIH), es de vergüenza ajena.
Nada de equidistancias, Sánchez es asimétrico hasta cuando duerme. Su posterior encuentro con Mahmud Abás dejó bien claro –por palabras, tono, gestualidad y proximidad– de qué lado están sus simpatías y sus intenciones. Si la UE no reconoce al Estado de Palestina –anunció poco después, en el paso fronterizo de Rafah–, España lo hará unilateralmente. Para mayor desgracia, hasta Hamás le agradeció su abierto apoyo, amplificando el eco de tamaño disparate.
La dura respuesta del Gobierno de Israel a las declaraciones de Sánchez –“no olvidaremos quién está de nuestra parte y quién no”– nos aboca a un conflicto diplomático de consecuencias imprevisibles; porque, lejos de rectificar, matizando lo dicho, se ahondó en el problema. Ahí están las declaraciones de José Manuel Albares, flamante nuevo ministro de Asuntos Exteriores, llamando al orden a la embajadora de Israel, con la exigencia de que esas reconvenciones –que empañan el buen nombre de Pedro Sánchez– no vuelvan a repetirse.
Italia, a través de su vicepresidente y ministro de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, ya se ha desmarcado de reconocimientos unilaterales en un momento tan delicado como el actual. Tajani dejó bien claro en el marco del Foro de la Unión por el Mediterráneo –al que Israel declinó asistir al entender que todos los debates quedarían soslayados por el conflicto bélico– que Hamás es una organización terrorista que debe ser eliminada, y que en modo alguno se debe equiparar o tratar con idéntica consideración a los verdugos y a las víctimas.
Y es que Sánchez es un generador de problemas. En lo internacional su postura perjudica la relación de España con un Estado democrático como es Israel, y, por extensión, con Estados Unidos. En su gloriosa hemeroteca de disparates mayúsculos se amontonan sus intempestivos cambios de opinión sobre el Sáhara Occidental; la ruptura de acuerdos comerciales y tensión con Argelia en plena crisis energética; y su desconcertante y sospechosa pleitesía hacia Marruecos. Le faltaba Israel en la lista.
A pesar de que el Gobierno prefiere pasar página y echar tierra al asunto, ahí sigue, erre que erre, Yolanda Díaz, nuestra vicepresidenta antisemita por excelencia, reuniéndose (“debemos estar a la altura, la causa palestina es la causa de la Humanidad”) con Husni Abdel Wahed, el embajador palestino en España, y con otros representantes del mundo árabe. La kufiya, el clásico pañuelo palestino que le regalaron en el encuentro, le sienta de maravilla a nuestra rubia de bote. Y el eco de las airadas consignas de los corifeos que se integran en Sumar –Irene Montero, Ione Belarra, Mónica García, Íñigo Errejón…–, reclamando la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, y también las de EH Bildu y ERC, resuenan hasta en Katmandú. Los socios del Gobierno Frankenstein, on the road again, nunca ahorran en necedad. La derrochan a espuertas. Y no es lo que procede ahora mismo.
Inaugurada solemnemente la nueva legislatura en el Congreso, y no sin incidencias –ese infumable panegírico político a cargo de Francina Armengol, presidenta de la Cámara Baja–, a Pedro Sánchez se le multiplican los problemas. Su imagen internacional cotiza a la baja. Al parecer, ni Emmanuel Macron cuenta ya con él en las reuniones en el Elíseo destinadas a dibujar el futuro de Europa, aunque desde la Moncloa justifiquen su ausencia debido a lo apretado de su agenda.
Y cada vez son más los medios de comunicación (Die Welt, Frankfurter Allgemeine Zeitung) que critican abiertamente su proceder y formas –“es un hombre que no se toma la ley en serio”, “tiene un ego desmesurado”– y lo comparan con Viktor Orbán, o bien se muestran comprensivos con las múltiples protestas sociales que salpican nuestra geografía y que se repiten a diario en los alrededores de Ferraz, ya sea para rezar rosarios o para montar barbacoas de chorizo a la brasa. Que la ironía no nos falte jamás.
Y es que de puertas para adentro tampoco tiene Sánchez muchos motivos como para dormir tranquilo, por mucho que todo le importe un rábano tras asegurarse el poder cuatro años más. Encuestas y sondeos recientes advierten de que casi un 35% de votantes socialistas rechazan abiertamente la amnistía, que 5 de cada 10 españoles no la quieren y creen que es altamente lesiva para nuestra democracia, que el 75% opina que esta legislatura tiene poco recorrido, y que en la actual tesitura, en caso de convocarse ahora elecciones, el Partido Popular y Vox sumarían mayoría absoluta fácilmente.
Además, no pasa día sin que los socios de la orgía política de Sánchez le amenacen con dejarle más tirado que una colilla si no pone la directa en la prosecución de la España plurinacional, en el traspaso de competencias, en la condonación de la deuda, y en la negociación de sendos referendos de autodeterminación para el País Vasco y Cataluña a celebrar en la actual legislatura. Así lo han reiterado en los últimos días Arnaldo Otegi, Toni Comín y Carles Puigdemont. Este último, fantoche de altos vuelos, incluso va más allá y amenaza con pactar con el PP y apoyar una moción de censura. Este primer fin de semana de diciembre se ha celebrado, en Ginebra, la primera de las reuniones entre el Estado español y el Estado catalán. Top Secret. Eyes only. Y lo que te rondaré, morena.
Este Gobierno va a tener que inyectarse por vía intravenosa altas dosis de endorfinas, dopaminas, autoestima-tinas, y otras inas, a fin de sobrellevar el brutal desgaste que sufrirá. Yo les prescribiría un Ifema al mes, rebosante de sanchistas eufóricos agitando banderitas de España, que es mano de santo; aunque quizá sería mejor, tal como pinta la cosa, un Ifema por semana. Y que Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero nos repitan al alimón, hasta el infinito y más allá, que, gracias a la amnistía, la demolición del Estado de derecho y la implosión de la democracia, España será en el futuro una España más fuerte, más feliz, más sólida, infinitamente mejor y mucho más unida.
Y para hacernos una idea del deslumbrante futuro que nos espera como sociedad, lo mejor será leer estas navidades el segundo volumen de las memorias políticas de Pedro Sánchez. Se editará en los próximos días con el título de Tierra Firme, y es, así lo adelantan, un alegato acerca de “lo que es posible lograr como nación en el futuro: pasar de la resistencia a esa tierra firme que España alcanzará cuando culminen todas las transformaciones que ya están en marcha”.
Tela, telita, tela. Para echarse a temblar. Por favor, que alguien le diga a Pedro que ese futuro al que planea conducirnos bajo su égida progresista no es tierra firme, es un pantano, un p... pantano. En fin, sean felices mientras no conviertan la felicidad en impuesto.