Recomiendo a los diputadas y diputados de Junts que se vistan como una cebolla. Con varias capas, ya que deben protegerse porque tienen la piel muy fina. El numerito del pleno de investidura fue de traca. “No tienten a la suerte”, afirmó Miriam Nogueras cual zarina ofendida. Pidió explicaciones al secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, porque no les gustó el discurso de Pedro Sánchez, como si el candidato tuviera que rendirles pleitesía en su discurso honorando la inconmensurable figura de Carles Puigdemont.
La bronca se vislumbró por la mañana con el tuit de la fracasada política Pilar Rahola, quien ha ejercido de voz autorizada de Puigdemont durante estos años y que explicaba a aquel que quisiera oírla que el president y ella eran uña y carne. Con el disparo de salida de la nueva legislatura, Nogueras actuó en el hemiciclo como si hubiera inventado la política. Lo lógico hubiera sido ponerse estupenda en la tribuna y no filtrar su malestar si la sangre no llega al río. Pero el escorpión es lo que tiene, siempre pica. Es así.
Pedro Sánchez ya sabe lo que le espera. En el trasfondo del numerito está la pugna constante, y que irá in crescendo, con Esquerra Republicana. Ciertamente, Gabriel Rufián quedó distorsionado. No fue el que era, aunque lo intentó. ERC debe tomar nota de la nueva situación.
Volviendo al ya presidente, Sánchez sabe que le harán sudar la camiseta para destacar su protagonismo. Por cierto, Nogueras no tuvo ni la delicadeza ni el señorío de ir el jueves a escuchar a los representantes del PNV y de Bildu. Llegó tarde de forma expresa para disfrutar de toda la atención mediática haciendo su entrada en el hemiciclo como si fuera la reencarnación de Maquiavelo, aunque dudo que le llegue a la suela de los zapatos.
El próximo pulso lo tendremos en breve. Quizás esta misma semana, cuando PSOE y Junts se citen en Ginebra. No será para saludar a Marta Rovira. Tampoco a Anna Gabriel. Será para encontrarse con el verificador. Todo apunta que éste será la Fundación Henri Dunant, la misma que certificó el fin de ETA, lo que dará alas al griterío de la derecha política, mediática y judicial, porque ahora esta derecha está en el derecho a la pataleta. Qué duro es el trauma de ganar unas elecciones y no poder gobernar.
Alberto Núñez Feijóo, por fin, reconoció que el gobierno es legítimo, pero dijo también que es el fruto de un fraude electoral. Y Feijóo, sin duda, sabe mucho de fraude como lo ha demostrado en sus innumerables pactos con Vox, esos pactos que juró y perjuró que no iba a realizar.
Ahora estos acuerdos están en peligro porque la ultraderecha fascista aprovechó la investidura para insultar al Gobierno --eso iba en el guión-- y para chantajear a Feijóo al más puro estilo Nogueras. Abascal exigió a Feijóo no tramitar la amnistía en el Senado e ilegalizar a ERC y Junts, haciendo gala de su pedigrí democrático.
En definitiva, lo chantajeó como chantajeó Nogueras a Sánchez. Los extremos se tocan, aunque hay un matiz. Nogueras habló de no tentar a la suerte. Los de Abascal, más pueriles, dicen mira a tu espalda como la pintada que apareció en la sede del PSC de Ripollet (Barcelona).
Abascal y toda su piara están sacando su peor cara. Feijóo los atiza y los justifica porque tiene miedo a perder la calle. Sin embargo, lo mejor que puede hacer la derecha es llevar al rincón de pensar --es un decir, porque es un imposible-- a la extrema derecha.
Sánchez lo hizo y la prensa de derechas le acusa de hacer un discurso ideológico. Como si los discursos de los políticos en la tribuna no fueran ideológicos. Feijóo también hace su discurso ideológico porque no se atreve de romper con la extrema derecha. Otro gallo cantaría.