Un viejo socialista, de esos que añoramos ahora, me dijo hace unos meses que el candidato a la presidencia del Gobierno es un tahúr. Lo dijo usando el sentido etimológico de la palabra, un jugador de póker profesional que siempre gana, aunque tenga malas cartas.
Sin duda, la capacidad para dar la vuelta a situaciones complejas del presidente en funciones es envidiable. Fue capaz de volver a liderar su partido cuando le habían echado con cajas destempladas y ha sido capaz de tener serias opciones de gobernar tras unas elecciones generales que perdió cuando tenía todo en contra tras la debacle de las autonómicas y municipales.
Tal vez el “único” pero es que está anteponiendo descaradamente sus intereses personales a los de España y, por supuesto, a los de su partido. Es verdad que caerse del Gobierno implicaría la pérdida de muchos cargos y de mucha influencia, algo que ahora el PSOE no puede permitirse, pues pasa por horas muy bajas respecto al poder territorial, pero corre el peligro de estrellarse contra la realidad sin tener un plan b y quedar marcado por lustros.
El futuro del PSOE puede ser el de los partidos socialistas griegos, italianos o franceses, la irrelevancia más absoluta si se empeña en liderar una legislatura tan corta como imposible de gestionar.
Sánchez convocó las elecciones generales en un valiente movimiento para recuperar la iniciativa tras el fiasco de las elecciones municipales y autonómicas, a pesar de que esta decisión implicó tirar por la borda el semestre de presidencia española del Consejo de Europa.
Configuró las listas asegurándose una gran mayoría de fieles, aunque para ello se enfrentase a sus barones, cada vez más debilitados. Y sobre todo fue capaz de transmitir a la sociedad que solo él podía librar a España de las supuestas tinieblas de la ultraderecha. Una más que razonable campaña y una pésima gestión de los pactos autonómicos por parte del PP posibilitaron una situación impensable a inicios de junio.
La gestión de los pactos ha ido como la seda, teniendo todo hilvanado desde hace semanas; hay quien dice que desde el mismo lunes poselectoral gracias a una cena organizada por Javier de Paz con presencia de Rodríguez Zapatero y otras personas que mejor no citar. Pero parece que, por vez primera en años, algo se torció de manera seria. En lugar de firmar primero los pactos más complejos, Junts y PNV, aceleró los pactos con las fuerzas más afines, tratando de empujar así a sus socios de derechas por un incomprensible deseo de ir a la próxima reunión de la internacional socialista como presidente ya en ejercicio y no como presidente en funciones.
Tanto Junts como el PNV saben que se la juegan en los próximos comicios autonómicos y es evidente que el PSC y el PSE primero tratarán de pactar con ERC y con Bildu. Por eso no ha sido un movimiento inteligente abrazarse a sus aliados naturales para forzar la decisión de los partidos con un modelo de sociedad no precisamente de izquierdas.
En el caso catalán se añade, además, la complejidad de la amnistía, una medida que en los mundos de Yupi debería cicatrizar las heridas abiertas desde 2012 que tanto daño nos hacen tanto social como económicamente, pero la realidad dista de ser así. El “Ho tornarem a fer”, la épica independentista y su división, y tratar de borrar los problemas legales de todos los que pasaban por ahí, ha complicado un escenario que parecía mucho más sencillo el 24 de julio cuando la suma de escaños era posible y el Tribunal Constitucional había sido renovado a tiempo.
La torpe foto de Junqueras con Bolaños (el mismo Bolaños que le regaló a Ayuso varios escaños con el rifirrafe de la tribuna de los actos del 2 de mayo) puso en guardia a Junts, y la demora de la firma del acuerdo cuando ya se había quitado Sánchez la careta de la amnistía y otras concesiones lo complicaron todo. Lo que iba a ser un movimiento sorpresa se tornó en un calvario.
El pacto con Junts, lleno de vaguedades y falsas promesas por ambas partes, ha hecho que TODAS las asociaciones de jueces, TODAS las asociaciones de fiscales, casi TODOS los miembros de CGPJ, inspectores de Hacienda, sindicatos de ferroviarios y mucho más que está por venir pongan el grito en el cielo, por no decir la que le espera a Sánchez desde la Unión Europea.
Se han cruzado todas las líneas rojas posibles. Todo vale para seguir siendo presidente y, parece, todo vale para seguir teniendo un carguito. Es cierto que ya se han alzado voces de peso dentro del partido, pero es hora de pasar a la acción, de dimitir, de salir del rebaño. Lo que gana un diputado o un cargo de confianza es un buen salario de clase media, pero hay vida, mucha más vida fuera. Felipe acuñó el eslogan de “100 años de honradez” en 1979 con motivo del 100 aniversario del partido. Si se perpetra lo que está, mal, redactado es difícil que el partido llegue a celebrar su 150 aniversario.
La gran mayoría de votantes del PSOE es gente de bien y a ellos no les va a caer ningún cargo por lo que son libres de decidir. Pero es increíble que exmagistrados de la talla de Grande Marlaska y Margarita Robles, referentes éticos como Josep Borrell y alternativas internas como García Page no se rebelen. Votantes y referentes morales deberían también movilizarse para dejar claro que lo mejor sigue siendo lo más obvio. PP y PSOE tienen los votos, los escaños y la autoridad moral para pactar entre ellos una legislatura que resuelva muchos de los problemas que nos acechan.
Debería ser igual quién fuese el presidente, hasta pueden elegir a un deportista o a un actor. No creo que el PP pusiese problemas a que Alfonso Guerra o incluso Borrell fuesen presidentes de un bipartito, por no decir Felipe, quien sería aclamado por todos. Lo importante es ponerse a trabajar por el bien de España y los españoles y no por el interés de una clase política absolutamente alejada de las necesidades de los ciudadanos. Porque los que venden sus valores por un cargo son tan culpables como el candidato a la presidencia. No vale escudarse en que lo firmado es papel mojado, que lo es.
Veremos qué nos deparan los próximos días, seguro que aún podemos escandalizarnos más de lo que ya estamos. Es muy posible que sigamos viendo concesiones inexplicables, como ver seguir a Montero al frente del Ministerio de Igualdad, o incluso una repetición electoral que pocos contemplaban hace solo una semana. Lo que, lamentablemente, no es previsible es que reine el sentido común y PP y PSOE se pongan de acuerdo.